8 de abril de 2010

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Amor globalizado

Lic Amelia M. Doval

Al nacer entendí que el mundo podía ser mucho más grande de lo imaginado; en mi casa se discutía de beisball y football, porque en Cuba se llama así el deporte de los pies y un balón. El Real de Madrid y los play off eran tan importantes en la sobremesa como los chistes y la situación mundial. Mi hermano se dividía entre juegos de pelota y clases de balompié, porque en mi país llegó un momento que todo había que nombrarlo como se debía. Hasta ahí estaba bien, mi madre cubana con ciudadanía americana, mi padre de Lugo, con un apellido entre francés y castizo, pasaporte cubano y español, nos enseñaron a respetar el mundo, las religiones, las culturas, sobre todo porque el respeto nos hace mejores.

Cuando pasaron los años me enamoré de un descendiente de asturianos y cubanos. Tiempo después nos nació una niña cubana con sangre española. La vida nos llevó por rumbos diferentes, él reside en Canadá y va a tener un hijo canadiense-cubano, la otra hermana de mi hija vive en Brasil y tiene un hermano cubano-brasileño.

Mis sobrinos son americanos-cubanos y aquí juegan la pelota con los pies pero se llama soccer; otro es cubano-español con sangre mexicana. Pasaron los años, llegué a Miami, mi hija creció y se enamoró de un saudí, descendiente de francesa y palestino, naturalizado americano. Me pregunto de dónde somos realmente. La respuesta es simple, somos del mundo, la humanidad se dispersa y el amor no tiene barreras, se globalizan los sentimientos o se ama globalizadamente. Creo que es más sensato pensar que estamos tratando de romper fronteras porque la naturalización es un sentimiento que se lleva en el alma, pero no sabemos en qué momento, como dice mi padre, se comienza a sentir por otra patria como si fuera la nuestra.

Pienso que ahí radica justamente el sentido de la inmigración, nunca dejamos de sentir pasión por lo nuestro, de comer chorizos, carne de cerdo o cordero cuando estamos en familia, de gritar que lo nuestro es mejor y más saludable pero, cuando volteamos la vista y vemos a los que seres que amamos a nuestro alrededor, entonces entendemos lo necesario de vivir bajo la más absoluta cortesía hacía quienes nos rodean.

La civilización no está en usar más tecnología o leernos un libro a través de una minicomputadora que llevamos encima como si fuera un teléfono; no, el progreso viene cuando nuestra manera de asumir el mundo implica admiración hacía los demás, tolerancia, apreciar que no somos almas perfectas. Leer, comprender, entender las diferentes culturas nos humaniza, nos acerca a la perfecta armonía; dar criterios absolutistas respecto a supremacías étnicas o religiosas inhabilita al ser. Entendamos que estos son tiempos donde cualquier espacio es nuestro espacio, no optemos por dividirnos, le aseguro que usted, como yo, andamos rodeados de culturas disímiles. Opte entonces por globalizar el amor.

Lic. Amelia M.Doval
4-6-10
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