1 de enero: 57º aniversario de la dictadura castrista
Fidel Castro,
el antiimperialista que quiso
imponer su revolución al mundo
Ignacio
Montes De Oca
ABC, Madrid
Fidel quiso convertir la revolución cubana en un producto de exportación casi desde el
momento mismo en que llegó al poder en 1959. Durante décadas intervino en los
asuntos internos de muchos países con el mismo espíritu intervencionista que
denunciaba en sus discursos contra «el imperialismo». La historia de sus
pocos éxitos y sus muchos fracasos contradice aquella mirada que proponen sus
seguidores del «genial estratega» de La Habana.
El deseo de Fidel Castro de
convertir la isla de Cuba
en la plataforma para irradiar su revolución comenzó apenas unos meses después
de su llegada al poder. Sucedió el 19 de abril de 1959, cuando un grupo de 97
hombres partió hacia Panamá a bordo del buque Mayarí desde el puerto cubano en
Batabanó. La mayoría eran cubanos, pero también había tres panameños, un
argentino y un portorriqueño. La invasión tenía por objetivo establecer un movimiento
insurgente que jaqueara el estratégico Canal de Panamá. El plan consistía
en hacer llegar un total de 400 hombres en dos barcos más y que un grupo
ingresara como turistas por medios tradicionales para sumarse a las
operaciones.
El 24 de abril, las autoridades panameñas detectaron al Mayaría
encallado en la zona de Playa Roja. Una patrulla de la Guardia Nacional
panameña tomó por asalto al campamento rebelde en la región de Nombre de Dios.
En la escaramuza fueron capturados dos cubanos, que rebelaron los planes de la
invasión. En la semana siguiente, un nuevo foco insurgente fue sofocado en
Cerro Tute y Fidel Castro debió
recular ante la reacción coordinada de Panamá y los estados de la región, que
denunciaron la invasión y mandaron buques y aviones para vigilar la costa
panameña e impedir la llegada de refuerzos desde Cuba.
En mayo, una partida de 54
hombres partió en un avión desde Cuba para aterrizar en Costa Rica, desde donde
iniciaron su marcha hacia Nicaragua. Integraban la «Columna Rigoberto López»
liderada por el nicaragüense Rafael Somarriba. Cinco oficiales cubanos
coordinaban las operaciones de logística con la isla. Ni bien llegaron, fueron
perseguidos por la Guardia Nacional de Nicaragua. Cuando buscaron refugio en la
vecina Honduras, fueron derrotados en el combate de El Chaparral el 24 de junio
siguiente, durante el cerco conjunto tendido por las tropas del presidente Somoza
y los militares hondureños. Solo 19 miembros de la columna lograron
sobrevivir.
Apenas unos días antes del
desastre en Nicaragua, Castro había lanzado la «Operación Domeñar», que tuvo
esta vez por objetivo a la República Dominicana. Un total de 200 irregulares
cubanos y dominicanos desembarcaron el 14 de junio de 1959 en Playa Constanza y
Puerto Plata. Pero Castro había cometido un error crucial; al buscar apoyo para
su invasión entre los enemigos del presidente dominicano Rafael Leónidas
Trujillo, había revelado sus planes y en consecuencia les había dado tiempo
para preparar la defensa. La expedición cubana al mando de los oficiales Delio
Gómez Ochoa y Enrique Jimenez Moya fue destrozada apenas llegó a la playa. Sólo
siete de los invasores fueron capturados; otros 217 murieron en combate o
fueron ejecutados donde fueron hechos prisioneros. El presidente dominicano usó
la invasión fracasada como excusa para lanzar una campaña de represión
anticomunista tan feroz como desproporcionada, lo cual aumentó el número de
víctimas que provocó el error de Fidel Castro.
En agosto, Fidel perseveró e
intentó otro movimiento en Haití. El gobierno cubano lanzó el 14 de ese mes la
«Operación Haití», comandada por los militares cubanos Henry Fuentes y Ringal
Guerrero. En total, la partida estaba formada por 18 cubanos, 10 haitianos y
dos venezolanos, que desembarcaron en la playa de Les Irois. Supuestamente, el
grupo tendría que fijar una posición en las montañas de Caracusse, a la espera
de una rebelión militar contra el gobierno de François Duvallier comandada por
el político local Louis Dajoie. En lugar de recibir noticias de cuarteles
sublevándose, la expedición cubana vio llegar a las tropas que rodearon su
posición y los masacraron sin piedad. Apenas cinco oficiales cubanos escaparon
de las ejecuciones y fueron exhibidos en la prensa junto al anuncio de la
ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. El haitiano Dajoie logró escapar a
La Habana y luego a Miama, donde fue arrestado.
El fracaso de las invasiones
directas marcó el comienzo de una nueva etapa. Desde 1960 en adelante, Castro comenzó a promover a los grupos
locales que estuvieran dispuestos a sumarse a una rebelión similar a la que
había protagonizado en Cuba, pero sin enviar sus soldados directamente desde la
isla. Es así que en Guatemala inició el contacto con los líderes rebeldes Yang
Sosa y Luis Turcio, a quienes ayudó con armas para establecer el bastión
rebelde de Sierra de Minas. Lo mismo sucedió con los seguidores de Roberto
Carias en El Salvador. La intervención cubana en El Salvador fue crucial para
que los diferentes grupos guerrilleros se unificaran en el Frente Farabundo
Martí de Liberación Nacional (FMLN), alianza que funcionó gracias a las armas y
entrenamiento cubano y al aporte de otros aliados del bloque oriental que
llegaban seducidos por el sueño «internacionalista». Desde entonces el FMLN fue
dirigido por la Habana. Ernesto Jovel, líder del FMLN, intentó resistir la
influencia de Castro y retirar sus tropas del frente. Pero no llegó a concretar
su amenaza; el avión que lo llevaba cayó al mar el 17 de septiembre de 1980.
En Venezuela, Castro intentó
organizar un foco rebelde a su medida,
pero la operación falló cuando dos lanchas que intentaban ingresar ilegalmente
desde Cuba, fueron descubiertas el 8 de mayo de 1967 en la playa de
Maracuchuto, en la región de Miranda. El hallazgo provocó la movilización de
patrullas militar y a un breve combate con los insurgentes. Luego de mostrar en
la televisión cubana a dos militares cubanos capturados en las refriegas, el
gobierno venezolano denunció la injerencia de La Habana y rompió relaciones con
el régimen de Castro.
Las denuncias constantes por
las sucesivas intromisiones del gobierno cubano no frenaron de modo alguno los
planes de exportación de Castro. Luego de la fallida invasión norteamericana de
Bahía de los Cochinos en abril de 1961 y la posterior Crisis de los Misiles de
1962 provocada por el intento soviético de instalar misiles nucleares en la
isla, había quedado claro que La Habana era un aliado prioritario de Moscú. Y,
relacionado con ello, que cualquier intento por cortar de raíz la injerencia
cubana en la región implicaría un conflicto aún más grave son su protector
soviético. De manera que Fidel siguió moviendo los hilos y redobló su apuesta.
A partir de 1963, comenzó a
recibir y entrenar a los grupos políticos latinoamericanos que veían en la
violencia un método aceptable para lograr sus sueños revolucionarios. Ese mismo
año, Fidel aceptó el pedido del comandante argentino cubano Ernesto Che Guevara
para hacer un intento insurgente en Argentina. El grupo de 22 guerrillero
estuvo liderado por el periodista argentino Jorge Masetti, hasta ese entonces
integrante de la agencia de noticia Prensa Latina. Por debajo de él, estaban
los cubanos Horacio Peña Torres, jefe de seguridad de «el Che» y el
guardaespaldas personal, Alberto Castellanos. Se autodenominaron Ejército
Guerrillero del Pueblo e instalaron un campamento rebelde en el norte argentino
en junio de 1963. Menos de un año después, todos los hombres del EGP estaban
muertos o fueron capturados. El apoyo general de los pobladores pobres de la
zona nunca se materializó sino que, por el contrario, su presencia fue delatada
por aquellos que en principio habían venido a liberar.
Aquella lección no fue
aprendida siquiera por el propio Che Guevara, que también cayó por factores
similares cuando intentó crear un grupo insurgente en la zona del Ró Ñancahuazú
en 1966. Los pertrechos y refuerzos nunca llegaron desde La Habana y el
Ejército de Liberación Nacional de Guevara quedó reducido a un grupo de hombres
más apurados por resolver los problemas planteados por el hambre y las
deserciones, que por lograr el apoyo de los campesinos de la zona.
Pese a que Fidel Castro
cosechaba más fracasos que victorias, su fama revolucionaria permaneció
intacta, incluso luego de la muerte de su hombre más cercano, el Che Guevara, a
manos de los rangers bolivianos el 9 de octubre de 1966, también como
consecuencia de los errores estratégicos que habían cometido desde su gobierno.
Es así que La Habana siguió
siendo en el centro de reunión de un nutrido grupo de visitantes entre los que
estaban los integrantes de los movimientos guerrilleros más celebres de
Sudamérica. Desde la Argentina, acudieron miembros de Montoneros y del Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP); desde Uruguay, llegaban militantes del
Movimiento de Liberacion Nacional Tupamaros; desde Chile, los miembros del
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y desde Bolivia el Ejército de
Liberación Nacional.
Pero al tiempo que se
multiplicaban los grupos insurgentes promovidos y entrenados Fidel Castro en
Latinoamérica, también se hacía más terrible y eficiente la represión por parte
de los sistemas policiales y militares regionales, coordinados ahora por los
militares de los EEUU. En un intento por revertir el retroceso militar a manos
de las fuerzas gubernamentales, el gobierno cubano organizó en 1974 la Junta
Coordinadora Revolucionaria (JCR).
La JCR fue un intento de La
Habana por hacer más efectiva la lucha revolucionaria entre los grupos
guerrilleros sudamericanos. Pero, nuevamente, Fidel no calculó el poder de sus
adversarios y la JCR apenas sirvió para que sus integrantes estuvieran mejor
informados de las derrotas que recibían sus camaradas en otras latitudes. La
última actividad conocida de la JCR fue el llamado para que sus integrantes
acudieran a luchar a Nicaragua del lado de los antisandinistas. Lo poco que
quedaba de los grupos guerrilleros latinoamericanos luego de los asesinatos,
arrestos y defecciones en sus países, encontró en Nicaragua por fin un triunfo
con la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional el 19 de julio de
1979.
Fidel y la Guerra Fría
Además de la obsesión por
hacer de la Revolución Cuban un asunto latinoamericano, Fidel Castro intervino
en otros continentes como alfil del bloque socialista durante la Guerra Fría.
Ya desde 1963, Fidel Castro envió a través de territorio de Tanzania a un grupo
de combatientes cubanos para que intervengan en favor de las guerrillas
socialistas congoleñas que operaban desde Dolissie y Point Nore. La expedición
fue un fracaso y los «voluntarios» de La Habana tuvieron que retirarse tras un
par de años de lucha.
En 1965, envió al Che
Guevara a Angola para apoyar a Agostinho Neto, líder del Movimiento Popular
para la Liberación de Angola (MPLA) que luchaba para arrancarle la
independencia a Portugal. De paso, las tropas cubanas en Angola también
apoyaron a los insurgentes de Guinea Bissau, aunque esa ayuda no logró cambiar
el balance militar en el país vecino.
La lucha en Angola continuó
por años y Fidel Castro llegó a enviar unos 25.000 soldados a ese conflicto, en
el marco de la “Operación Carlota” iniciada en noviembre de 1975. Esta vez, la
ayuda cubana sin embargo fue decisiva y el MPLA declaró la independencia el 11
de noviembre de 1975. Allí, entraron en combate directo con las tropas
sudafricanas que apoyaban a grupos afines dentro de la guerra civil angoleña
que no aceptaban el gobierno. Sudáfrica envió columnas blindadas a Angola y se
trabaron en feroces combates con los blindados cubanos y soldados del MPLA,
mientras otras unidades de La Habana ayudaban a contener otra invasión desde el
norte protagonizada por grupos occidentales que entraron desde El Zaire. El 27
de marzo de 1976, todas las tropas que invadieron Angola se retiraron.
Le siguió una guerra de baja
intensidad entre Sudáfrica y los cubanos, en la que los aviones MIG piloteados
por pilotos cubanos se cruzaron en constantes combates con reactores
sudafricanos sobre Namibia, el territorio que aun dividía a los contendientes.
La independencia de Namibia en 1988 dio por cerrada la intervención cubana en
la región. Para ese entonces, unos 50.000 soldados de Castro habían pasado por
Angola y unos 2.000 murieron en combate.
Fidel Castro también envió
sus soldados a otras guerras. En 1962, un contingente de 500 cubanos llegó a
Argelia, justo a tiempo para luchar del lado de los argelinos en la disputa con
Marruecos, en lo que se conoció como «La guerra de las Arenas». En 1973, una
brigada de tanques se desplegó en los Altos del Golán, en la frontera sirio
israelí, aunque no se tiene seguridad que hayan entrado en combate contra los
israelíes durante la guerra de Yom Kippur. En septiembre del año siguiente, La
Habana acudió con tropas en ayuda del general etíope Mengistu Haile Mariam,
quien había declarado el estado socialista tras el derrocamiento del emperador
Haile Selassie. El apoyo a Mengistu, es contemporáneo con el envío de 50
asesores cubanos a Etiopia, que bajo el mandato del general golpista Mohamed
Siad Barre se había declarado también socialista. El problema es que Etiopía y
Somalia estaban en guerra por la posesión de la provincia de Ogadén, no
obstante lo cual Fidel Castro –y los soviéticos en mayor proporción– continuaron
con su presencia militar en ambos estados. Y la enorme cantidad de armas y el
entrenamiento que brindaron a ambos países, solo provocó que la guerra y sus
consecuencias se extendieran hasta el presente.
En la única ocasión en que
las tropas enviadas por Fidel Castro entraron en combate con soldados
norteamericanos fue en la isla de Granada, en los 51 días que duró la invasión
de los EEUU a esa isla caribeña entre octubre y diciembre de 1985. Allí, un
grupo de «asesores» cubanos comenzó a trabajar en la construcción de una gran
pista de aterrizaje que, en opinión de la inteligencia norteamericana, serviría
como base para los bombarderos soviéticos frente a sus costas. Cuando
desembarcaron las tropas norteamericanas para derrocar al gobierno granadino de
Maurice Bishop, encontraron una furiosa resistencia de parte de los cubanos que
se habían atrincherado en varios puntos de la isla y que hicieron que la
operación durara más de lo previsto.
El ocaso del patriarca
Con la caída del Muro de
Berlín en 1989, Cuba entró en el «periodo especial», eufemismo para denominar a
la tremenda crisis ocasionada por el fin de los subsidios masivos que recibió
durante décadas desde el bloque oriental. Las aventuras militares en el
exterior ya no podían ser sostenidas por la economía exhausta y el antiguo
protector que residía en Moscú parecía más interesado en resolver sus crisis
internas que en seguir transportando y aprovisionando a las tropas cubanas
dispersas en tres continentes.
Es así que Fidel Castro
perdió el sponsor para sus sueños de exportar la revolución y debió traer de
regreso sus soldados y concentrarse en enfrentar una crisis que superaba sus
peores previsiones.
Pero eso no significaba
quedarse aislado en la isla. Para un viejo zorro de la política como Fidel
Castro, aquello apenas implicaba esperar la ocasión para volver a practicar su
juego de ajedrez más allá de las costas cubanas. La oportunidad vino en 1995
con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. El discurso antinorteamericano del
nuevo hombre fuerte en Caracas coincidía con las necesidades políticas y
económicas de Fidel Castro. Donde Chávez quería construir un modelo de
socialismo moderno, apareció Castro para darle su bendición a cambio de precios
diferenciales para importar petróleo a razón de 80.000 barriles diarios y
obtener «donaciones» de materiales y maquinarias desde Venezuela.
Castro encontró en la figura
mítica que habían construido en torno suyo los militantes de la izquierda
latinoamericana, un recurso salvador. Y en lugar de enviar soldados, comenzó a
enviar maestros y médicos cubanos a países cuyos líderes populistas expresaban
su admiración por el comandante cubano. El sucesor de Hugo Chávez, Nicolás
Maduro, y los presidentes de Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina peregrinaron
a La Habana y aceptaron recibir los servicios de la nueva camada de
«internacionalistas». En Venezuela, la cifra de profesionales cubanos de
diversas especialidades civiles alcanza probablemente unos 20.000. Solo en
Argentina, llegaron cerca de 400 médicos cubanos favorecidos por un cambio en
los convenios bilaterales firmado en 2007, que les dio privilegios para prestar
servicios en donde antes trabajaban profesionales locales, En Bolivia, hay unos
1700 profesionales cubanos en «misiones humanitarias» cuyos sueldos, al igual
que en el resto de los países de la región, son abonados en dólares
directamente al gobierno cubano y solo una parte es recibida por quienes hacen
el trabajo.
El sueño de exportar su
revolución en 1959 se añejó y volvió transformado en el deseo de mostrar la
superioridad de su revolución a través de las bondades de su sistema educativo
representado por médicos y maestros itinerantes, que de paso le acercaban unos
dólares al estado cubano.
El balance de las
intervenciones de Castro en el exterior es cuestionable. Ninguno de los países
en donde envió a sus soldados logró construir un socialismo exitoso. En
algunos, muy pocos, el socialismo devino en gobiernos personalistas que
replicaron el modelo que traían en sus mochilas los soldados cubanos. La
empobrecida Venezuela bajo el liderazgo de Nicolás Maduro y la corrupción
rampante del gobierno de José Do Santos en Angola, son apenas dos ejemplos.
En otros, como Somalia y
Siria, aquella visita de los «voluntarios» es apenas otro rosario más dentro de
una larga historia de episodios bélicos y guerras intestinas. En América
Latina, el legado de Castro es objeto de controversia. Su muerte reciente
despertó grandes muestras de afecto, pero también críticas muy poderosas por su
intervención en los asuntos de otros países a lo largo de la historia. Y entre
los que más atacaron los honores a favor de Castro, están los numerosos
colombianos que creen ver su sombra detrás del más reciente fracaso del
estadista cubano al intentar imponer un proceso de paz que, en opinión de
muchos, favorece la posición de las FARC, antiguas admiradoras del paraíso
socialista cubano.
A la luz de los hechos, no
puede negarse que Fidel Castro intervino en la política interna de casi todos
los estados de la región durante muchos años. Y que esa injerencia trajo
aparejada violencia y reacciones igual de sangrientas. Pero aquella actitud del
último patriarca de la izquierda pareciera ser perdonada entre los que al mismo
tiempo lo siguen admirando y se oponen a que otros países hagan metan sus
narices en asuntos ajenos, con razonamientos que combinan interpretaciones
propias, dogmas políticos e indulgencias ideológicas.
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