6 de enero de 2017

ÚLTIMO VIAJE DE LOS REYES MAGOS

 
El descanso de los Reyes Magos
en Colonia
Rosalía Sánchez, abc.es

Seguramente debido a que las patas de los camellos no soportan el agreste suelo de los bosques centroeuropeos, los Reyes Magos no pasan por Alemania. En alemán no hay una palabra para decir «cabalgata» y los pobres niños alemanes van hoy al colegio, como otro día cualquiera. Es cierto que a los niños católicos confesos se les permite faltar a las clases sin ser sancionados por ello, en virtud de la libertad de culto, pero esta noche no ha habido regalo alguno junto a sus zapatos y la ilusión de la festividad no es comparable a la que disfrutan los afortunados niños españoles. Esta diferencia quedaría en una más de tantas si no fuera porque, después de la ajetreada noche de reparto, los Reyes Magos regresan cada año a descansar a Colonia, ciudad alemana a orillas del Rin en cuya catedral se custodian las sagradas reliquias.

El viaje de los Reyes Magos hasta Colonia comenzó en el año 300 de nuestra era, cuando la emperatriz Elena, madre del emperador romano Constantino, investigaba en los Santos Lugares en busca de los restos físicos de la fundación del Cristianismo. Según los archivos, fue en Saba donde consiguió reunir de nuevo a Melchor, Gaspar y Baltasar y ordenó el traslado de sus restos a Constantinopla, la actual Estambul, donde permanecieron durante tres siglos en una capilla ortodoxa.

En tiempos de la Segunda Cruzada, el obispo de Milán, San Eustorgio, religioso noble de origen helénico, visitó Constantinopla para que el emperador le permitiera aceptar su reciente nombramiento. El emperador no solo dio su consentimiento, sino que le hizo, además, un regalo inolvidable: las veneradas reliquias.

Para trasladarlas, adquirió dos robustos bueyes y un carro, hizo cargar sobre éste el sarcófago de granito y emprendió un viaje que acabó envuelto en leyendas. Una de ellas relata que la misma estrella que mostró el camino de Belén, resplandecía en la ruta de San Eustorgio. Otra cuenta que, al cruzar los Balcanes, un lobo hambriento atacó y desgarró a uno de los bueyes. San Eustorgio, que para eso era santo, dominó a la fiera y la unció al yugo vacante, de forma que, a fuerza de látigo, el lobo salvaje se transformó en lobo de tiro y San Eustorgio llegó a Milán en un carro tirado por un buey exhausto y un lobo manso.

Y allí fue donde las encontró en 1.164 el emperador del Sacro Imperio Germánico Federico Barbarroja, que en sus guerras de conquista saqueó esta ciudad junto a buena parte del norte de Italia, y las llevó consigo hasta Colonia protegidas por uno de los mayores dispositivos de seguridad de la Edad Media. Que las reliquias fueron trasladadas de Milán a Colonia es un hecho histórico y fue considerado por la ciudad como un gran honor y una inversión muy rentable. Adquirir un tesoro de la Cristiandad como este en el siglo XII garantizaba un empujón sostenible a la economía y miles de peregrinos comenzaron a llegar a Colonia llamados por la fascinación que hasta hoy han seguido ejerciendo los personajes bíblicos.

En 1.248, con Colonia convertida ya en un centro internacional de peregrinación, se dio inicio a las obras de una catedral que estuviese a la altura de tal tesoro. Hoy, dicha catedral, cuya construcción duró más de 600 años, es uno de los monumentos góticos más impresionantes de Europa y una de las 10 iglesias más grandes del planeta. El relicario en forma de basílica tiene proporciones gigantescas para esta clase de urnas: 2,20 metros de longitud de oro y plata macizos, esmaltes y joyas de incalculable valor. Fue realizado por el mejor artista francés de la época, Nicolás Verdún, y los maestros orfebres de Colonia la terminaron hace 800 años.

Dentro del relicario reposan los cráneos atribuidos a Melchor, Gaspar y Baltasar, en tres cajas forradas de terciopelo y brocado, cada uno de ellos envuelto en la seda más fina y protegidos por un sarcófago de 350 kilos de oro, plata y vermeil (una mezcla de metales preciosos), incrustaciones con piedras preciosas, esmaltes y figuras de marfil ricamente adornadas que representan a la Virgen María, a los Reyes Magos y a los profetas.

Inspirados en esa presencia, muchos niños en Colonia salen hoy a la calle a cantar villancicos, puerta por puerta. Se llaman “Sternsinger” (cantores de la estrella) y practican algo parecido a lo que nosotros llamamos pedir el aguinaldo. Disfrazados de Reyes Magos, recaudan propinas que emplean para obras de caridad destinadas a niños necesitados. Para no llamar dos veces a la misma casa o negocio, escriben con tiza en la entrada de los hogares generosos la leyenda: “20 * C + M + B + 17” que son las iniciales de Christus Mansionem Benedicat, más el año en curso. La tradición se extiende a otras ciudades, especialmente en el sur de Alemania, y en 2016 un total de 477 grupos de Sternsinger recaudaron 3.339.495,01 euros gestionados por la organización católica “Acción de los Tres Reyes Magos” y que constituyen la prueba evidente de que los Reyes Magos, incluso en los países que no celebran su fiesta como Alemania, continúan ejerciendo su labor.

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