14 de diciembre de 2016

CARLOS III


Carlos III
Se conmemora este año el 300 aniversario del nacimiento de Carlos III. Antes de cerrar el calendario de 2016, y aprovechando que hoy, precisamente, es aniversario de su muerte, recordamos a este rey de España que ha pasado a la historia como el máximo representante del “despotismo ilustrado” del siglo XVIII, mediante un resumen de su vida de un artículo aparecido en el blog

Carlos III fue el prototipo de numerosos liberales españoles que vivirían en los dos siglos posteriores. Capacitado por casi tres décadas de reinado en las Dos Sicilias e inteligentemente secundado por un núcleo de eficaces y cultos ministros afines al emociclopedismo francés, bajo su gobierno España pudo experimentar un breve pero intenso resurgimiento, definitivo en muchos aspectos. Sometiéndolo a un profundo reformismo, sentó las bases para que el país, hasta entonces en franca decadencia, se preparase para el inmediato advenimiento del capitalismo.

Durante su reinado España pudo mostrar por última vez, su poderío. No sólo por la vasta extensión de sus posesiones sino por el tono cultural y europeo que el monarca imprimió a sus iniciativas de renovación y, en general, a todos los actos de Estado.

Las casi tres décadas de gobierno del rey Carlos III están consideradas por la mayoría de historiadores y estudiosos del siglo XVIII español como un paréntesis abierto en medio del proceso de decadencia de la monarquía; y buena prueba de ello fue el rápido declinar de tanta prosperidad en cuanto la muerte lo alejó del trono. A pesar de sus errores, fue el perfecto representante del déspota benévolo, y, como monarca ilustrado y preclaro, comparable a sus gloriosos contemporáneos Federico el Grande y José II.

Como este último, también, fue sin duda un doctrinario que, influido por los enciclopedistas franceses y sin un conocimiento profundo de la idiosincrasia de su país, quiso implantar en varias ocasiones reformas, ajenas y difíciles de arraigar en las circunstancias españolas.  

El fruto de la ambición

Primogénito del matrimonio formado por Felipe V de Borbón, primer monarca de esta dinastía que ocupó el trono español, y de su segunda esposa, Isabel Farnesio, Carlos III nació el 20 de enero de 1716 en Madrid, en el antiguo alcázar de los Austrias. A pesar de los adjetivos «robusto» y «hermoso» con que la Gaceta madrileña anunció el suceso, frente a aquel nuevo vástago rubio y pálido, menudo y decididamente poco agraciado, nadie podía sospechar que brillaría con mayor fulgor que muchos de sus antepasados, contemporáneos y sucesores.

Nadie excepto la reina consagró obsesivamente todos sus esfuerzos a lograrlo. Los hijos de primer matrimonio del rey con María Luisa Gabriela de Saboya, Luis, príncipe de Asturias, y los infantes Felipe y Fernando, ostentaban un indiscutible derecho de preferencia en la herencia de la corona de España; no obstante, el empeño de Isabel Farnesio sobre todo, y de otro lado el azar, iban a modificar el futuro previsto. Con la ayuda del destino, su ambición y la inestimable colaboración de sus ministros, Isabel Farnesio vería cumplirse como por milagro cada uno de sus sueños logrando que su hijo Carlos fuera, a pesar de todos los augurios, Rey de España.  

En la primavera de 1738, Carlos contrajo enlace por poderes con la princesa María Amalia de Sajonia; pero la futura reina, pese a su evidente desarrollo físico, no había dado aún, a sus doce años, señales de pubertad, por lo que debieron esperar al año siguiente para consumar la unión.   Unidos ya, desde mediados de 1738, llegarían a concebir, durante las dos décadas que duró el matrimonio, trece hijos.

España esperaba el arribo desde Nápoles de los nuevos monarcas con sentimientos encontrados. Si al fondear en el puerto barcelonés fueron recibidos con salvas lanzadas desde Montjuïc, en Madrid se los acogió con cierto recelo. Desconfiaban de un rey que, a sus cuarenta y tres años, había pasado veintiocho en el extranjero.    

Carlos III estaba entonces en el apogeo de su vida. Poseía gran experiencia de los hombres y los asuntos de gobierno e iba a reinar aún veintinueve años. Nunca volvió a casarse y de sus dos amores confesados, la reina y la caza, dedico su viudez al que le quedaba.

Sólo hacia el fin de su vida se quebranto su salud, ya que fue un hombre sano, que pasaba la mayor parte del tiempo al aire libre. Persuasivo antes que autoritario, inspiraba temor a sus ministros, pese a despertar admiración por el dominio de sí y por la gentileza que demostraba.

Su prolongada estancia napolitana le había dotado de un gran sentido del humor y una perspicacia muy de Italia. En España fue, con la posible excepción de su descendiente Alfonso XIII, el más cosmopolita de los Borbones. Pero de su país sabía poco, y lo iban a demostrar los acontecimientos.

Tuvo mano dura, sin embargo. Primero con sus ministros italianos, Grimaldi y Esquilache; más tarde, secundado por Floridablanca y el conde de Aranda, llevó una política interior y exterior activa y radical. Reprimió los amotinamientos y expulsó a los jesuitas cuando se opusieron a su decisión de convertir a la Iglesia en un mero departamento de Estado.

Contrarrestó asimismo la despoblación rural, reformó y unificó la moneda, fundó hospitales, asilos y casas de caridad por todo el país, cajas de ahorros e instituciones benéficas. Impulsó la industria y, contrario a las ideas neutralistas de su antecesor, reconstruyó e incrementó el ejército y la marina, interviniendo en cuanta contienda se librara en el extranjero que tuviese algún interés para España. Pero jamás vertió —como lo había hecho su padre por instigación de Isabel Farnesio— sangre española para fines dinásticos.

Uno de sus primeros actos fue tomar parte en la guerra de los Siete Años como aliado de Luis X. Éste fue un error, pues Inglaterra, gobernada por Pitt, no era ni mucho menos un contrincante fácil, y España se vio inmersa en sucesivos desastres, tanto en América como en Filipinas, debiendo ceder al final, por el Tratado de París de 1763, Florida a los ingleses.

Asimismo, su reorganización administrativa de la América hispana debilitó los lazos que la unían a la península y, como consecuencia del aumento del número de virreinatos, las poblaciones comenzaron a actuar unitariamente por su independencia. Si bien Carlos III murió antes de que estallara la tormenta, él fue quien sembró el germen de los movimientos de liberación.

También se le ha criticado la no recuperación de Gibraltar. Es posible que en 1783 tuviera la ocasión de obtener su devolución, pero para ello habría tenido que ceder en cambio importantes colonias en América. Si algo puede criticársele, fue el haber dado demasiada supremacía a la corona, que, al acaparar todos los poderes, se convirtió, por consiguiente, en la responsable también de todos los fracasos.

Carlos III murió el 14 de diciembre de 1788, afectado hondamente por el fallecimiento, ocurrido dos semanas antes, de su hijo predilecto, el infante Gabriel. Su sucesor, su hijo Carlos IV, llevaría el trono de España a la ruina.

http://historiaespana.es/biografia/carlos-iii-espana

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