Carlos III
Se conmemora este año el 300 aniversario del nacimiento de Carlos III.
Antes de cerrar el calendario de 2016, y aprovechando que hoy, precisamente, es
aniversario de su muerte, recordamos a este rey de España que ha pasado a la
historia como el máximo representante del “despotismo ilustrado” del siglo XVIII,
mediante un resumen de su vida de un artículo aparecido en el blog
Carlos III fue el prototipo de numerosos liberales españoles que
vivirían en los dos siglos posteriores. Capacitado por casi tres décadas de
reinado en las Dos Sicilias e inteligentemente secundado por un núcleo de
eficaces y cultos ministros afines al emociclopedismo
francés, bajo su gobierno España pudo experimentar un breve pero intenso
resurgimiento, definitivo en muchos aspectos. Sometiéndolo a un profundo
reformismo, sentó las bases para que el país, hasta entonces en franca
decadencia, se preparase para el inmediato advenimiento del capitalismo.
Durante su reinado España pudo mostrar por última vez, su poderío. No
sólo por la vasta extensión de sus posesiones sino por el tono cultural y
europeo que el monarca imprimió a sus iniciativas de renovación y, en general,
a todos los actos de Estado.
Las casi tres décadas de gobierno del rey Carlos III están
consideradas por la mayoría de historiadores y estudiosos del siglo XVIII
español como un paréntesis abierto en medio del proceso de decadencia de la
monarquía; y buena prueba de ello fue el rápido declinar de tanta prosperidad
en cuanto la muerte lo alejó del trono. A pesar de sus errores, fue el perfecto
representante del déspota benévolo, y, como monarca ilustrado y preclaro,
comparable a sus gloriosos contemporáneos Federico el Grande y José II.
Como este último, también, fue sin duda un doctrinario que, influido
por los enciclopedistas franceses y sin un conocimiento profundo de la idiosincrasia
de su país, quiso implantar en varias ocasiones reformas, ajenas y difíciles de
arraigar en las circunstancias españolas.
El fruto de la ambición
Primogénito del matrimonio formado por Felipe V
de Borbón, primer monarca de esta dinastía que ocupó el trono español, y de su
segunda esposa, Isabel Farnesio, Carlos
III nació el 20 de enero de 1716 en Madrid, en el antiguo alcázar de los
Austrias. A pesar de los adjetivos «robusto» y «hermoso» con que la Gaceta
madrileña anunció el suceso, frente a aquel nuevo vástago rubio y pálido,
menudo y decididamente poco agraciado, nadie podía sospechar que brillaría con
mayor fulgor que muchos de sus antepasados, contemporáneos y sucesores.
Nadie excepto la reina consagró obsesivamente
todos sus esfuerzos a lograrlo. Los hijos de primer matrimonio del rey con
María Luisa Gabriela de Saboya, Luis, príncipe de Asturias, y los infantes
Felipe y Fernando, ostentaban un indiscutible derecho de preferencia en la
herencia de la corona de España; no obstante, el empeño de Isabel Farnesio
sobre todo, y de otro lado el azar, iban a modificar el futuro previsto. Con la
ayuda del destino, su ambición y la inestimable colaboración de sus ministros,
Isabel Farnesio vería cumplirse como por milagro cada uno de sus sueños
logrando que su hijo Carlos fuera, a pesar de todos los augurios, Rey de
España.
En la primavera de 1738, Carlos contrajo enlace
por poderes con la princesa María Amalia de Sajonia; pero la futura reina, pese
a su evidente desarrollo físico, no había dado aún, a sus doce años, señales de
pubertad, por lo que debieron esperar al año siguiente para consumar la unión. Unidos
ya, desde mediados de 1738, llegarían a concebir, durante las dos décadas que
duró el matrimonio, trece hijos.
España esperaba el arribo desde Nápoles de los
nuevos monarcas con sentimientos encontrados. Si al fondear en el puerto barcelonés
fueron recibidos con salvas lanzadas desde Montjuïc, en Madrid se los acogió
con cierto recelo. Desconfiaban de un rey que, a sus cuarenta y tres años,
había pasado veintiocho en el extranjero.
Carlos III estaba entonces en el apogeo de su
vida. Poseía gran experiencia de los hombres y los asuntos de gobierno e iba a
reinar aún veintinueve años. Nunca volvió a casarse y de sus dos amores
confesados, la reina y la caza, dedico su viudez al que le quedaba.
Sólo hacia el fin de su vida se quebranto su
salud, ya que fue un hombre sano, que pasaba la mayor parte del tiempo al aire
libre. Persuasivo antes que autoritario, inspiraba temor a sus ministros, pese
a despertar admiración por el dominio de sí y por la gentileza que demostraba.
Su prolongada estancia napolitana le había dotado
de un gran sentido del humor y una perspicacia muy de Italia. En España fue,
con la posible excepción de su descendiente Alfonso XIII, el más cosmopolita de
los Borbones. Pero de su país sabía poco, y lo iban a demostrar los
acontecimientos.
Tuvo mano dura, sin embargo. Primero con sus
ministros italianos, Grimaldi y Esquilache; más tarde, secundado por
Floridablanca y el conde de Aranda, llevó una política interior y exterior
activa y radical. Reprimió los amotinamientos y expulsó a los jesuitas cuando
se opusieron a su decisión de convertir a la Iglesia en un mero departamento de
Estado.
Contrarrestó asimismo la despoblación rural,
reformó y unificó la moneda, fundó hospitales, asilos y casas de caridad por
todo el país, cajas de ahorros e instituciones benéficas. Impulsó la industria
y, contrario a las ideas neutralistas de su antecesor, reconstruyó e incrementó
el ejército y la marina, interviniendo en cuanta contienda se librara en el
extranjero que tuviese algún interés para España. Pero jamás vertió —como lo
había hecho su padre por instigación de Isabel Farnesio— sangre española para
fines dinásticos.
Uno de sus primeros actos fue tomar parte en la
guerra de los Siete Años como aliado de Luis X. Éste fue un error, pues
Inglaterra, gobernada por Pitt, no era ni mucho menos un contrincante fácil, y
España se vio inmersa en sucesivos desastres, tanto en América como en
Filipinas, debiendo ceder al final, por el Tratado de París de 1763,
Florida a los ingleses.
Asimismo, su reorganización administrativa de la
América hispana debilitó los lazos que la unían a la península y, como
consecuencia del aumento del número de virreinatos, las poblaciones comenzaron
a actuar unitariamente por su independencia. Si bien Carlos III murió antes de
que estallara la tormenta, él fue quien sembró el germen de los movimientos de
liberación.
También se le ha criticado la no recuperación de
Gibraltar. Es posible que en 1783 tuviera la ocasión de obtener su devolución,
pero para ello habría tenido que ceder en cambio importantes colonias en
América. Si algo puede criticársele, fue el haber dado demasiada supremacía a
la corona, que, al acaparar todos los poderes, se convirtió, por consiguiente,
en la responsable también de todos los fracasos.
Carlos III murió el 14
de diciembre de 1788, afectado hondamente por el fallecimiento, ocurrido dos
semanas antes, de su hijo predilecto, el infante Gabriel. Su sucesor, su hijo Carlos
IV, llevaría el trono de España a la ruina.
http://historiaespana.es/biografia/carlos-iii-espana
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