¡Caballero, en
Cuba hay hasta volcanes!
Marlene María Pérez Mateo
En
el centro y mitad de la Isla de Cuba, como queriendo ser su ecuador vigía,
duerme su inveterado sueño el volcán extinguido de San Felipe.
Las alturas de San José son un pequeño
lomerío a tres kilómetros del Central azucarero del mismo nombre. Son cuatro “clonas” de unos dos y medio kilómetros
de extensión y unos 133 a 135 metros sobre el nivel del mar; no muy lejos de un
afluente del Río Calabazas.
Con no mas de cuarenta metros como su
mayor altura de cráter del hasta ahora único volcán cubano, sigue entre los
brazos de Morfeo. Al parecer el cráter se obstruyó a si mismo por la fuerza de las detonaciones internas, “endo-energía”. Tapizan sus faldas rocas
pómez porosas y oscuras, y vidrios brillantes de lava serpenteando sus faldas,
las llamadas obsidianas, signo de los gases quemantes de que fueron testigos.
El estado de la antigua lava condensada
en forma de cordel o soga sin erosionar lleva a pensar en una edad geológica no
muy antigua como la mayoría de sus congéneres. Probablemente el volcán San José
vivió su mayor gloria en el periodo Pleistoceno.
La vegetación es clásica para una zona
árida: plantas espinosas y palmitas de miraguanos.
Los estudios de esta peculiaridad
geológica han sido posibles gracias a los esfuerzos de los geógrafos René
Herrero Fritot y Antonio Núñez Jiménez.
Las fotos del volcán San José, el
descubrir su existencia, fueron parte de mis delicias en mis vacaciones de
adolescente, municipalidad villaclareña de Placetas. Aun hoy para escribir este
artículo llegaron a mis manos los buenos aires
de la llamada “Villa de los laureles”. Por todo ello, gracias.
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