13 de diciembre de 2016

MIS 30 AÑOS CON FIDEL


Mis 30 años con Fidel

Alejandro Rodríguez Rodríguez

Este ha sido el año de Fidel en Cuba. Primero por su m,uy sonado 90 cumpleaños y segundo porque tres meses después se murió. Los locutores de la televisión deben estar que cierran los ojos de noche y sienten el eco de su nombre repicándoles el cráneo, y la gente, toda la gente, también.

Por eso yo iba a pasar del asunto, por respeto al derecho del internauta a leer cosas que no tengan que ver con Trump y con Fidel, pero entonces se hizo domingo y me aburrí.

Yo nací en 1986 y ya estaba muerta Ubre Blanca. La vida real en Cuba era mas jodida en la concreta que en los discursos de un Fidel Castro canoso.

En los 30 años que tengo siempre fue viejo Fidel; siempre pudo morirse “en cualquier momento” por causas bastantes naturales, de modo que no me sorprendió la noticia de su muerte, como no creo que haya sorprendido a nadie sobre la faz de la tierra.

En mi barrio nunca fue precisamente el héroe de los chistes populares y nadie se alegraba demasiado tras la inminencia de alguno de sus discursos las noches con 2 canales de televisión: las mujeres preferían aprovechar el alumbrón para ver el rostro del galán de la telenovela, y los hombres la película del sábado, por muy recontra malísima que estuviera.

Teóricamente había que odiarlo o amarlo, pero allí siempre fue posible sobrevivir ajeno a la dicotomía: la gente tenía la extraña costumbre de guardarle el cariño a sus hijos y el rencor al vecino enemigo que alguna vez le frustró la venta ilegal de croquetas de yuca mediante la polémica práctica del chivatazo cederista.

Durante los últimos 30 años, además, no recuerdo haber escuchado de la boca de Fidel ninguna noticia que me pareciera suficientemente alentadora, ni haber descubierto en su rostro la expresión con qué vibrar para siempre en sintonía. No a través de una imagen en colores.

Tampoco me sorprendió, tras su muerte, la reacción de quienes quedaron vivos.  

Cuando era niño, mi grupo de clases asistió a un acto fuera de la escuela y de regreso descansábamos en el portal de una casa en cuya puerta principal se leía: “Fidel, estamos contigo”. Niño al fin, se me ocurrió completar la rima con un “…lo juramos por el ombligo” o algo así, que no cayó muy bien a los adultos. Los dueños de la casa, por ejemplo, vociferaron que en su portal había que comportarse como un revolucionario; el maestro por su parte, vociferó que “¡Qué vergüenza de niño!”

Un niño que se divertía con la rima de una consigna  fidelista era un niño-vergüenza que nunca sería revolucionario en la Revolución de Fidel.

Desde entonces sé que para algunos cubanos los eventos naturales son motivo de exagerada reacción.

Así habrán trascendido los festejos de Miami y los funerales de la Carretera Central aunque en Miami celebraran mas personas de las que pueden declarar una sola razón para hacerlo y en la Carretera Central lloraran mas de las que en realidad van a extrañar a Fidel.

Yo, al saber de su muerte, no sentí alegría ni desconsuelo, ni angustia por el futuro, o esperanza en que una Cuba mejor se aproxima sin su apellido. Sentí lo mismo que seguramente hubiese sentido él al conocer la noticia de la mía. Así de justa fue nuestra relación.

Reproducido de su blog alejo3399

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