La otra voz de Cuba en Panamá
Vicente Echerri
El Nuevo Herald
Cuando el castrismo apela a
sus matones para agredir a ciudadanos pacíficos –como hizo esta semana en
Ciudad de Panamá, donde una turba de facinerosos salida de la embajada de Cuba
asaltó a los que depositaban una ofrenda floral al pie de la estatua de Martí
–uno no puede más que alegrarse. Yo al menos me alegro, si bien lo siento por
las víctimas de la agresión, pero es magnífico que estas bestias se muestren
tal como son: violentas, insolentes, desfachatadas, carentes en absoluto de
decoro frente a la efigie de aquel que puso el decoro a la cabeza de las
virtudes cívicas. Las imágenes han circulado extensamente, pero es necesario
que se divulguen más para que el mundo aprecie la catadura y los métodos de los
que han oprimido a los cubanos durante 56 años.
Los golpes y los gritos de
esta turba se han visto respaldados por las declaraciones de algunos cipayos
mayores de la tiranía presentes en la Cumbre de las Américas: el ex ministro de
Cultura Abel Prieto y el historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal.
De seguro que hay más, pero yo solo me he leído estas dos y me bastan como
muestra: han colmado la medida de mi repulsión, son en verdad hediondas; pero
también me satisface que las hayan hecho: coinciden perfectamente, en el plano
teórico, con la actuación de sus esbirros, son consecuentes. Leal ha dicho que
los disidentes son como una salpicadura de fango en un traje limpio. ¿Cómo
puede hablar una rata de lodazal de que la salpica el fango que es parte de su
hábitat? ¡Esta gentuza es atrevida!
Uno podría pensar que la
mínima inteligencia tendría que llevarles a comportarse con mesura, a ocultar
sus instintos más incivilizados, a fingir ser demócratas tan solo por unos
pocos días, en lo que dura la cumbre y los ojos del mundo están sobre ellos. Al
parecer, la cólera que les provocan la presencia y las voces de los disidentes
y exiliados en esta cita internacional se sobrepone a cualquier conveniencia y
priman los instintos más bajos contra los que, ciertamente, comparecen para
desmentir la unanimidad que los amos de Cuba predican y esperan. ¡Hasta
hubieran podido seguir engañando a unos cuantos de los que, de buena fe y por
ignorancia, los creen promotores de alguna idea noble! Por eso me satisface
tanto que no hayan podido resistir las ganas de gritar y de golpear y de
reprimir, tareas en las que tienen tantos años de práctica y que, sin ningún
pudor, hayan confirmado, una vez más, su verdadera naturaleza, su intrínseco
carácter de bárbaros.
Creo que incurren en este
despropósito –tanto por medio de acciones brutales como de declaraciones
descalificadoras– porque no saben hacer otra cosa, porque llevan toda una vida
en el ambiente político de la represión donde no es posible adquirir el hábito
de la discrepancia. Ocurre que no pueden imaginar la convivencia civilizada con
los que piensan diferente, con los que buscan, hasta ahora por vías pacíficas,
que Cuba vuelva a la libertad y la pluralidad, que son los ingredientes
esenciales de la democracia, donde el poder político no esté en manos de unos
dinastas ineptos que han destruido el país y envilecido a la nación hasta
límites irreconocibles.
Desafortunadamente, aun
quedan muchos fuera de Cuba (porque dentro no creo yo que la lealtad real pueda
pasar del 5 por ciento de la población, a menos que se pruebe que entre los
cubanos haya una enorme proporción de masoquistas) que tratan de justificar,
fundándose en consejas, esta desastrosa gestión a la que le adjudican algunos
logros –que distan de merecer ese nombre por mendaces o por excesivamente
costosos. La revolución cubana ha sido un desastre de proporciones colosales
que no tiene ni una sola cualidad que la justifique o la redima y que hace
mucho debió ser extirpada como un cáncer.
Por eso me frustran estos
gestos del presidente Obama que, al reconocer y, de alguna manera legitimar, la
existencia de esa podredumbre instalada ya por tantos años en mi país retrasa
el momento de su remoción; pero, al mismo tiempo, no creo que este encuentro
entre el presidente de Estados Unidos y el mandante de Cuba tenga tanta
trascendencia como algunos le atribuyen. Lo verdaderamente importante de esta
reunión es lo que ha ocurrido en su periferia: el que se haya dejado oír la
otra voz de Cuba. Las acciones y opiniones de los agentes del castrismo han
servido para magnificarla.
Remitido por Joe Noda
Remitido por Joe Noda
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