Reírse en Cuba de los Castro,
pecado capital
Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba. (Cuba
Sindical)- En un país donde la burla, el sarcasmo, la sátira, el choteo, en
fin, algunos de los diferentes tipos de humor, son más cotidianos que los
esmirriados, ácidos, peludos y verdosos panes nuestros de cada día, las
autoridades se crispan y hacen la guerra a una broma mínima o colosal que
desate la risa.
Al parecer, el control
político y económico, las sobras para la ciudadanía y otros actos de una
revolución en el poder, les impiden carcajear, reír, o siquiera esbozar una sonrisa
que les permita semejarse a un ser humano, y no al mísero patán que teme a una
trompetilla más que el Diablo a la cruz.
Según el artículo Una broma muy seria, publicado en el diario Granma por
Sergio Alejandro Gómez, la Oficina de Transmisión para Cuba (OCB, por sus
siglas en inglés) de los Estados Unidos, se apresta a financiar un acto de
subversión en Cuba, en forma de programa satírico.
Choteadores
choteados
Para información y sosiego
del “des-riza-do” vocero, si “el humor es la gentileza de la desesperación”,
como sentenciara Oscar Wilde, los cubanos somos los amables señores del choteo,
los corteses caballeros de la burla, y los atentos comensales de la parodia, en
un país donde se ríe para no llorar.
Y si ni el mismísimo Jorge
Mañach, con su Indagación del choteo, pudo impedir que los cubanos nos riéramos
hasta de nosotros mismos, menos lo hará un amargado dictador, un perrito
faldero con anemia en la sonrisa, o alguien que por miedo censura en público el
humor, y se encierra para reír.
Además, nadie como las
autoridades cubanas para incitar al choteo siempre que no sean ellos los
choteados. Desde los inicios de la revolución, la revista Mella, y el suplemento
El Sable, del Juventud Rebelde, comenzaron a satirizar al pueblo, gobierno y
modos de vida norteamericanos.
Marcos Behmaras, en sus Salaciones
del Reader´s Indigest y otros relatos, se burló de ellos con “un humor
fresco y sugerente, a tono con nuestra idiosincrasia, pero suscitando siempre
la reflexión por medio de la sátira certera, ingeniosa, a través de un
humorismo que ataca siempre a fondo, sin quedarse en la superficie”, según la
“bromóloga” Aleida Lliraldi Rodríguez.
Es decir que, cuando la
sátira es contra el otro, el enemigo, es útil y refrescante. En caso contrario
es subversiva. Si Marcos Behmaras hubiera enfilado sus cañones satíricos contra
la pudibundez y pacatería verde olivo, las salaciones le habrían caído a él
como un diluvio de carnés del partido.
Sus geniales artículos
satíricos ¿Vale la pena tener dinero?, Esos felices muertos de hambre,
por Miss Mona P. Chugga, El viaje de Eisenhower: ¿fracaso o triunfo?,
por Mary Wannah, o, ¿Es usted un psicópata en potencia?, por el doctor
John Toasted, lo hubieran condenado al choteicidio
A ese lo
cuelgo yo
Para ilustrar aún más lo que
cuesta un chiste, una sátira o cualquier tipo de humor contra un régimen
totalitario, recordemos, de paso, que La broma (1961), novela del
escritor checo Milan Kundera, fue calificada como “la Biblia de la
contrarrevolución”. Otra de sus obras, El libro de la risa y el olvido,
le valió que fuera despojado de su nacionalidad. Tolerantes ¿no?
Pero los gobernantes cubanos
no se quedan atrás. Como émulos de cuanto sistema o religión consideran la risa
un relajamiento de las buenas costumbres, falta de seriedad y de otras poses
hieráticas que llevan a la muerte por aburrimiento, aportan su granito de hiel
contra el humorismo.
En los años 60, el dúo
humorístico Los Tadeos fue expulsado de la televisión cubana y condenado al
ostracismo o al exilio por el simple delito de preguntar en un programa en
vivo: ¿Cuál es el colmo de un presidente? Y responder: Matar a un pueblo de
hambre y hacerles gratis el entierro.
Por la misma época, pero en
el Teatro Martí, un comediante de altura como Leopoldo Fernández (Tres
Patines), en una escena donde había que colgar varios cuadros de figuras
célebres en la pared, al ver uno con la imagen de Fidel, lo apuntó con el dedo
y expresó: “A ese lo cuelgo yo”. Fue el acabose.
Ese chiste bastó para que
fuera cerrado el teatro y el humorista tuviera que partir al exilio o se
moriría de hambre en el país de no vender mangos. Y aunque otros casos hasta la
actualidad dan fe del temor de los gobernantes a la burla o la sátira, ninguna
quedó en el imaginario popular como aquellas.
Todas, salvo una broma
popular y premonitoria que se atribuyó a Cataneo, cantante del Trío Taicuba,
quien al ver pasar la Caravana de la Libertad con los barbudos por el malecón
habanero aquel lejano 8 de Enero de 1959, dicen que pronunció: “Sólo se
salvarán los que sepan nadar”. Y así fue.
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