OBAMA NO ENTIENDE
POR QUÉ RAÚL LE
MUERDE LA MANO
Carlos Alberto
Montaner
Raúl
Castro atacó al "bloqueo", reclamó la base de Guantánamo y pidió el
fin de las transmisiones de Radio Martí. Defendió a Nicolás Maduro y a Rafael
Correa. Se colocó junto a la Siria de Al Assad, a Irán, a Rusia, a la
independencia de Puerto Rico. Criticó la economía de mercado y cerró con broche
de plomo con una cita de su hermano Fidel, gesto obligatorio dentro de la
untuosa liturgia revolucionaria cubana.
Poco
después, se reunió con el presidente norteamericano. Según cuenta The Washington Post, Obama le mencionó,
algo decepcionado, el ignorado asunto de los derechos humanos y la democracia.
No hubo el menor atisbo de apertura política.
Obama no
entiende que con los Castro no existe el quid
pro quo o el "toma y daca". Para los Castro el
modelo socialista (lo repiten constantemente) es perfecto, su
"democracia" es la mejor del planeta, y los disidentes y las Damas de
blanco que piden libertades civiles son solo asalariados de la embajada yanqui,
inventados por los medios de comunicación, que merecen ser apaleados.
El
Gobierno cubano nada tiene que rectificar. Que rectifique EEUU, poder imperial
que atropella a los pueblos. Que rectifique el capitalismo, que siembra de
miseria al mundo con su mercado libre, su asquerosa competencia, sus hirientes
desigualdades y su falta de conmiseración.
Para los
Castro, y para su tropa de aguerridos marxistas-leninistas, indiferentes a la
realidad, la solución de los males está en el colectivismo manejado por
militares, con su familia en la cúspide dirigiendo el tinglado.
Raúl y
Fidel, y los que los rodean, están orgullosos de haber creado en los años 60 el
mayor foco subversivo de la historia, cuando fundaron la Tricontinental y
alimentaron a todos los grupos terroristas del planeta que llamaban a sus
puertas o que forjaban sus propios servicios de inteligencia.
Veneran
la figura del Che, muerto como consecuencia de aquellos sangrientos trajines, y
recuerdan con emoción las cien guerrillas que adiestraron o lanzaron contra
medio planeta, incluidas las democracias de Venezuela, Argentina, Colombia,
Perú o Uruguay.
Se
emocionan cuando rememoran sus hazañas africanas, realizadas con el objetivo de
crear satélites para gloria de la URSS y la causa sagrada del comunismo, como
en Angola, cuando consiguieron dominar a las otras guerrillas anticoloniales, y
luego a sangre y fuego vencieron a los somalíes en el desierto de Ogadén, sus
amigos de la víspera de la guerra, ahora enfrentados a Etiopía, el nuevo aliado
de La Habana.
No
sienten el menor resquemor por haber fusilado adversarios y simpatizantes,
perseguido homosexuales o creyentes, confiscado bienes honradamente adquiridos,
separado familias, precipitado al éxodo a miles de personas que acabaron en el
fondo del océano. ¿Qué importan estos pequeños dolores individuales, ante la
gesta gloriosa de "tomar el cielo por asalto" y cambiar la historia
de la humanidad?
¡Qué
tiempos aquellos de la guerra no-tan-fría, cuando Cuba era la punta de lanza de
la revolución planetaria contra EEUU y sus títeres de Occidente! Época gloriosa
traicionada por Gorbachov en la que parecía que pronto el Ejército Rojo
acamparía triunfante en las plazas de Washington.
El error
de Obama es haber pensado que los 10 presidentes que lo antecedieron en la Casa
Blanca se equivocaron cuando decidieron enfrentar a los Castro y a su
revolución, señalándolos como enemigos de EEUU y de las ideas que sostienen las
instituciones de la democracia y la libertad.
Obama no
entiende a los Castro, ni es capaz de calibrar lo que significan, porque él no
era, como fueron Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, y
Bush (padre), personas fogueadas en la defensa del país frente a la muy real
amenaza soviética.
Incluso
Clinton, ya en la era post-soviética, quien prefirió escapar antes que pelear
en Vietnam, comprendió la naturaleza del Gobierno cubano y aprobó la Ley
Helms-Burton para combatirlo. Bush (hijo) heredó de su padre la convicción de
que a 90 millas anidaba un enemigo y así lo trató durante sus dos mandatos.
Obama
era distinto. Cuando llegó a la presidencia, hacía 18 años que el Muro de
Berlín había sido derribado, y para él la Guerra Fría era un fenómeno remoto y
ajeno. No percibía que había sitios, como Cuba o Corea del Norte, en los que
sobrevivían los viejos paradigmas.
Él era
un community organizer en los barrios
afroamericanos de Chicago, preocupado por las dificultades y la falta de
oportunidades de su gente. Su batalla era de carácter doméstico y se inspiraba
en el relato de la lucha por los derechos civiles. Su leitmotiv era cambiar a
América, no defenderla de enemigos externos.
Como
muchos liberals y
radicales norteamericanos, especialmente de su generación, pensaba que la
pequeña Cuba había sido víctima de la arrogancia imperial de EEUU, y podía reformarse y normalizarse tan pronto
su país le tendiera la mano.
Hoy es
incapaz de entender por qué Raúl se la muerde, en lugar de estrecharla. No sabe
que los viejos estalinistas matan y mueren con los colmillos siempre afilados y
dispuestos. Es parte de la naturaleza revolucionaria.
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