La campana de La Demajagua
Luis Mario
Era una vieja campana
hecha de bronce bruñido,
que voceaba su tañido
para la colonia hispana.
El bronce cada mañana
llamaba al agricultor,
y el eco madrugador
era sal derretidora
que saludaba a la aurora
sobre un charco de sudor.
Y cuando Carlos Manuel
robó al badajo sus notas,
tres docenas de patriotas
se levantaron con él.
Y ya la campana fiel
no estaba a la zafra atenta,
sino a la patria irredenta
sujeta a un poder extraño,
el décimo mes de un año
que presagiaba tormenta.
Y aquella campana, así,
transformó a «La Demajagua»
y del trapiche hizo fragua
para fundir al mambí.
La chispa surgió de allí
a la luz de un sol naciente.
Y el extranjero inclemente
tronó en denuestos protervos
ante un puñado de ciervos
y un abogado valiente.
Hoy la campana es adorno
de demagogia y poder,
por lo heroico de un ayer
y un presente de bochorno.
La ignominia crece en torno
y la opresión la acibara,
pero el bronce se prepara
en su silencio contrito
para repetir un grito
redentor, como el de Yara.
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