Todos los Caminos Conducen a Cuba
Orlando González Esteva
La propensión del cubano exiliado a hablar de
la historia reciente de su país está justificada: esa historia es una
calamidad, y las calamidades ocasionadas por el hombre son sugestivas, sobre
todo aquéllas que lejos de agotarse se reciclan ad infinítum, arrasando con
todo lo que encuentran a su paso, desde el paisaje urbano y natural hasta las
personas que presuntamente las sobreviven, gente funcional pero rota en lo
interior.
El exiliado trata de explicarse qué sucedió, sucede y pudiera suceder
en su país, y en el intento acaba yéndosele la juventud y luego, sin
advertirlo, la vida, porque los responsables de la calamidad son diestros,
carecen de escrúpulos y no sólo han contado y cuentan con la complicidad de más
de un poderoso sino de un ejército de ignorantes y malévolos que infesta desde
las grandes universidades hasta la chusma esbirra, tan presta a vociferar
consignas en la plaza como a insultar y atropellar a quienes se arriesgan a
disentir.
Nada más comprensible, pues, que el cubano exiliado no cese de hablar
de Cuba, que hasta el más tímido, soliviantado por los efectos de una buena
taza de café y el entorno locuaz, pruebe a erigirse en historiador, analista y
oráculo. Lo que preocupa es que sólo eso interese, y que más de uno, a quien
Cuba le importa un comino, esté dispuesto a aparentar lo contrario con el único
propósito de hacerse de un corrillo, acceder a los medios de comunicación y, si
está de suerte, ganarse la vida como leguleyo de la causa madre.
No hay conversación entre nosotros que no desemboque en Cuba; tampoco
la hay entre cubanos y extranjeros que no lo haga. Cuba es la asignatura de
rigor, pero casi nunca en su dimensión más honda y diáfana -aquélla que incluye
a la nación y que podría, atenuando los efectos del espectáculo de la ruina,
salvarnos de la desesperanza- sino en su avatar político, ese dislate perenne,
cuna de zafios y oportunistas.
El periodista y el articulista cubanos que anhelan ganarse a los suyos
recurren a Cuba. El poeta, el narrador, el dramaturgo y el ensayista, lo mismo.
El pintor, el escultor, el actor, el bailarín y el músico, ídem. Que tengan o
no tengan talento es indiferente; que sean o no sean sinceros, también, porque
lo que se busca es el reconocimiento, y hablar de Cuba --es decir, de la
calamidad en curso, no del país que la antecedió, la sobrepasa y alguna vez
acaso la suceda-- suele facilitarlo. El temor a desaparecer si no se escribe o
se habla de Cuba es tan grande como la inveterada ansia de protagonismo que nos
caracteriza, un ansia redoblada por la prensa digital y las redes
sociales.
Vivimos presos de Cuba porque sospechamos que sin ella somos nadie. Un
viejo comediante y actor cubano fallecido en Miami se divertía recordando a un
colega sudamericano que visitaba con frecuencia La Habana de los años treinta y
cuarenta del siglo XX y que recurría a un ardid admirable cuando alguno de sus
compañeros de escena amenazaba con robarse el aplauso durante el saludo final:
el susodicho deslizaba una mano dentro de uno de los bolsillos interiores de su
chaqueta, empuñaba una banderita cubana que llevaba oculta y la agitaba en el
aire. La ovación estremecía a la capital y aplastaba a la competencia. No hemos
cambiado.
Toda obsesión, por más noble que se antoje, implica un
empobrecimiento. Mientras las diversas ramas del saber, las artes, la
literatura y, quizás, la propia naturaleza rivalizan por ver cuál de ellas
enriquecerá de manera más sustantiva la aventura humana, el cubano se mira el
ombligo y cree ver en sus pliegues más recónditos la entrada y la salida de su
laberinto, sin percatarse de que ese laberinto no existe más allá de sí mismo y
que yendo y viniendo por él le sorprenderá la muerte.
"Todos los caminos conducen a Cuba", la frase que sirve de
título a estas anotaciones, parodia una expresión célebre, reliquia de un vasto
imperio: todos los caminos conducen a Roma. El nombre propio me devuelve
a unos versos de Francisco de Quevedo que, también parodiados, podrían reflejar
mejor que cualquier escarceo en prosa la situación del cubano a la hora de discernir
entre los escombros que le rodean y conforman, además de las claves de su
destino, las razones de su obcecación y su ineptitud para liberarse de ella.
Ningún laberinto más difícil de abandonar que aquél que desaparece sin que el
extraviado lo note, salvo aquel laberinto que, sin darse cuenta, el extraviado
incorpora:
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas...
Es decir:y en Roma misma a Roma no la hallas...
Buscas en Cuba a Cuba, ¡oh peregrino!
y en Cuba misma a Cuba no la hallas...
y en Cuba misma a Cuba no la hallas...
Reproducido de martinoticias.com
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