El negocio póstumo
de Miguel de Cervantes
Jorge S. Casillas
ABC, Madrid
Después de varios días de especulaciones, los
investigadores que han trabajado
en busca de los restos de Miguel de Cervantes explicaron qué es lo que han encontrado.
Exponer los restos del padre de «El Quijote» dará al mapa turístico de Madrid un nuevo
punto de interés. Aunque es “economía ficción”, supondrá para la ciudad
una nueva fuente de ingresos, como ya ocurre en otros países con sus escritores
más conocidos. De momento hay dos premisas muy claras: los huesos no saldrán
del Convento de las Trinitarias y el nuevo régimen de visitas no afectará al
día a día de las religiosas que habitan en el templo.
El ejemplo a seguir
dentro de esta modalidad de turismo necrológico sería William Shakespeare, cuya
lápida está entre las más visitadas de todo el mundo. Su tumba se encuentra en
la iglesia de la Santa Trinidad de Stratford, donde dejó sus últimas líneas en
forma de epitafio: «Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí
encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que
remueva mis huesos».
La sepultura de
Shakesteare recibe cada año a unas 250.000 personas, lo que
supone un impacto brutal para la ciudad de Stratford. Si una localidad de
apenas 25.000 habitantes al sur de Birmingham recibe tal cantidad de turistas,
parece razonable pensar que –estando tan próximo al Museo del Prado– el Convento
de las Trinitarias estará en condiciones de alcanzar o incluso superar esa
cifra.
En el Reino Unido
también destaca la esquina de los poetas de la Abadía de Westminster, donde el
autor de «Romeo y Julieta» no ingresó porque así lo dejó escrito. Sí descansan
en ella escritores como Charles Dickens, Rudyard Kipling, Robert Browning o
Alfred Tennyson. Las cifras oficiales dicen que unos dos millones de personas
se acercan cada año a la Abadía. No todos acceden a su interior, pero si el
precio de la entrada ronda los 28 euros... hagan cuentas.
Francia, citada muchas veces
como ejemplo a la hora de cuidar la cultura, ha hecho de sus cementerios auténticos museos al aire libre. En
el Père-Lachaise reposan los cuerpos de escritores como Molière, dueño de una
tumba de lo más ornamental; Marcel Proust, que descansa bajo un techo de mármol
negro entre lápidas de piedra gris, y también Óscar Wilde, que cuenta con uno
de los monumentos más llamativos de todo el Père-Lachaise.
El autor de ”El retrato de Dorian Gray” o “La importancia
de llamarse Ernesto”, fallecido en 1900, reposa bajo una inmensa esfinge de
piedra. Lo más espectacular de
la sepultura es que está cubierta por las marcas de pintalabios de sus
admiradoras. Sobre la roca convivieron besos y palabras escritas con
carmín hasta el año 2011, cuando limpiaron la tumba y protegieron la lápida
principal con una urna de cristal. Los trabajos de limpieza duraron cerca de
tres meses y dicen que fueron financiados por la comunidad irlandesa.
A siete kilómetros
de allí, algo parecido le ocurre a la tumba de Charles Baudelaire, cuya
piedra también está pigmentada con restos de carmín. Su lápida está en el
cementerio del Montparnasse, uno de los más grandes del mundo –tiene una
extensión similar a la de 30 campos de fútbol–. En él descansan desde el
irlandés Samuel Beckett al mexicano Carlos Fuentes, que tomó dos años antes de
morir la decisión de ser enterrado en París.
De entre todas las tumbas del Montparnasse llama poderosamente la atención la que guarda
el cuerpo de Julio Cortázar. Su lápida está junto a la de Carol Dunlop,
su mujer, y ambas recogen todo tipo de textos de sus seguidores. Aunque de
forma artesanal, es posiblemente la sepultura más adornada de todo el
cementerio. Está permanentemente cubierta de fragmentos de literatura escritos
a mano, piedras y, cómo no, rayuelas pintadas sobre papel.
Italia, país orgulloso como pocos de sus
raíces, guarda en el cementerio protestante de Roma la tumba del poeta
británico John Keats, conocida por su epitafio «Aquí yace alguien cuyo nombre
fue escrito en el agua». El
cuerpo de Ezra Pound –poeta estadounidense de la llamada “Generación perdida”–
reposa junto al de otros autores en el cementerio de San Michele de Venecia, al
que solo acceder en vaporetto cuesta unos 8 euros por persona. En Alemania,
Goethe y Schiller llevaron su amistad hasta los últimos días. A pesar de
fallecer con casi 30 años de diferencia, la ciudad de Weimar acoge el archivo y
los ataúdes de estos dos dramaturgos.
Al contrario que el Reino Unido, España no ha sabido monetizar el interés
generado por sus principales autores. No ha sabido cultivar la memorias,
y conflictos internos como la Guerra Civil han hecho imposible conformar un
lugar de descanso común al estilo de la esquina de los poetas de la Abadía de
Westminster. Sí hubo un intento a mediados del siglo XIX, con el Panteón de los
Hombres Ilustres, pero fracasó.
La intención era que algunos de los nombres
imprescindibles de la historia de España –aquellos elegidos por las cortes
generales– fueran enterrados allí. El edificio, situado en el paseo de la Reina
Cristina, solo acoge algunos políticos
del periodo de la Restauración como Canalejas, Sagasta o Cánovas del
Castillo. La falta de medios en aquella época para dar con los restos de
autores como Lope de Vega o el propio Cervantes acabaron tumbando el proyecto.
Una honrosa
excepción de la España actual la representa la Casa Museo de Antonio Machado, en
Segovia, que sin contar con el cuerpo del escritor ha incrementado el número de
visitantes en un 200% desde el año 2011. Aproximadamente, unas 14.000 personas
al año recorren –a cambio de 2,50 euros– las habitaciones por las que Machado
ingenió sus mejores obras.
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