18 de septiembre de 2014

Atahualpa y el ajedrez

Atahualpa y el ajedrez
Cuentan que el último emperador inca del actual Perú, Atahualpa, era un hombre muy inteligente pero poco diestro en el arte de la guerra, que necesitó trece batallas para derrotar a su predecesor en el cargo de emperador. Su reinado comenzó en 1532 y fue tan breve como desafortunado, pues el 15 noviembre de ese mismo año fue arrestado por las tropas de Francisco Pizarro.

Explica Ramón J. Sender en su libro «Túpac Amaru» (Navona), que Atahualpa debía ser un hombre muy listo, pues aprendió a jugar al ajedrez solo, sin que nadie le enseñara, solamente observando cómo lo hacían sus captores.

Una tarde, un grupo de capitanes encargados de su custodia en el Palacio Real se entretenía jugando al ajedrez. Lo hacían sobre un tablero pintado en la mesa y con figuritas hechas de barro. Esa tarde, mientras Hernando de Soto y Alonso Riquelme jugaban, Hernando de Soto se decidió a mover un caballo cuando el emperador inca le tocó el hombro y le dijo: «No capitán. La torre. Mejor la torre». Hernando se fio se aquel indio y pocos movimientos después dio jaque mate a Riquelme.

Las lágrimas de Pizarro

Tal y como relata el libro de Ramón J. Sender, hay quien cree que el inca no habría sido condenado a muerte de no haber aprendido los secretos del ajedrez. Su sentencia fue acordada por votación en un tribunal de 24 jueces, uno de los cuales era Riquelme, perdedor aquella tarde en la partida de ajedrez. El tribunal de 24 jueces impuso la pena capital a Atahualpa por 13 votos a 11.

Riquelme fue uno de los que votó a favor de aquella ejecución. De no haberlo hecho, la votación habría dado un empate a doce y Atahualpa habría salvado la vida.

Cuentan que Pizarro, a sus 54 años, rompió llorar por tener que ejecutar a aquel hombre, que había llegado a ser su amigo.
 
Reproducido de ABC, Madrid

16 de septiembre de 2014

Quién fue la maricastaña?

¿Quién fue la Maricastaña
de aquellos remotos tiempos del dicho?

Mónica Arrizabalaga   
ABC, Madrid

«¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas (...)!», decía el licenciado de “El casamiento engañoso” de Miguel de Cervantes. Ya a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando el autor de El Quijote escribió sus “Novelas ejemplares”, los tiempos de Maricastaña   era una frase hecha con la que remontarse a una antiquísima época diluida en el recuerdo que quizá nunca existió... ¿O quizá sí?

El diccionario de la Lengua Española la presentaba hasta hace unos años como «personaje proverbial, símbolo de antigüedad muy remota», pero cada vez son más los investigadores que sostienen que “María Castana” o “María Castiñeira” fue real y vivió en Galicia hace seis siglos, concretamente en el coto de Cereixa, en lo que sería el actual concejo de Puebla del Brollón (Lugo).

La “España Sagrada” del padre Manuel Risco la menciona en el tratado 77 (Cap. I, pág.126) por un documento del siglo XIV que se conserva en la catedral de Lugo: «El 18 de junio de 1386 María Castaña, mujer de Martín Cego, Gonzalo Cego y Alfonso Cego, confiesan haber hecho muchas injurias a la Iglesia de Lugo, y haber matado a Francisco Fernández, mayordomo del Obispo. Para satisfacción de estos delitos, hicieron donación a la Catedral de todas las heredades que tenían en el coto de Cereixa y se obligaron a pagar mil maravedíes de la moneda usual».

María Castaña «tomó parte activa en las luchas que los plebeyos libraban contra los señores feudales que querían despojarlos de sus tierras», según el autor argentino Héctor Zimmerman (“Tres mil historias”),  y «en una de esas guerras fue acusada de intentar dar muerte al mayordomo de un obispo -otros afirman que al propio obispo de Lugo-, con la ayuda de su marido y de sus dos cuñados».

También el «Episcopologio Lucense», de Amador López Valcárcel menciona a comerciantes, artesanos y hacendados de la parroquia de Lugo «enfrentados al señorío episcopal, provocando episodios de especial violencia como los ocurridos en los siglos XIV y XV y que han pasado a la leyenda local a través de figuras como la popular María Castaña».

Una calle en Lugo

A mediados de los años 80, el entonces alcalde de Lugo Vicente Quiroga bautizó una calle con el nombre de esta brava gallega que se enfrentó al obispo Pedro López de Aguiar, pero se encontró con el rechazo de los vecinos. «Fueron a protestar diciendo que la suya era una calle muy digna», recuerda Isidoro Rodríguez Pérez, que se encontraba entonces en el Ayuntamiento y que, intrigado, comenzó a indagar en la historia de María Castaña. «Me parecía increíble que los lucenses no conociéramos la historia de esta mujer», dice a ABC este investigador de cultura popular lucense.

En 1993 formó un grupo junto a otros interesados en el folklore popular llamado «María Castaña» para reivindicar esta figura  histórica y descubrió cómo el dicho llegó a Latinoamérica ya con los primeros españoles. «Debió de ser un acontecimiento muy importante este levantamiento que se produjo en Lugo para que ya en la colonización traspasase las fronteras», considera.

Recientes investigaciones sobre María Castaña apuntan la posibilidad de no fueran los abusivos tributos del obispo los que motivaran su levantamiento. «Parece ser que era una cuestión territorial», indica Rodríguez. María Castaña apoyaba, según esta teoría, las aspiraciones portuguesas sobre esas tierras frente a Juan I de Castilla, a quien apoyaba López de Aguiar. «Cuando el obispo llegó a un acuerdo con el rey portugués, María Castaña quedó desamparada y la revuelta fracasó», continúa el investigador.

Lugo cuenta desde el año 2000 con una calle dedicada a María Castaña aunque el Diccionario de Seres Míticos Gallegos aún sostiene que es un personaje ficiticio basado en la leyenda celta “The Battle of the Birds”  (La batalla de los pájaros) que protagoniza Auburn Mary (María de color castaño, en su traducción literal).

«También es posible que ese nombre sea tan genérico como el de Maritornes, Marizápalos, Marisabidilla, Marimacho y por supuesto como el de «María Sarmiento, tan delgaducha y desmembrada que fue a mear y se la llevó el viento», señalaba Jaime Campmany en 1993 en ABC.

Sea como fuere, lo que no cabe duda es que desde los tiempos de Maricastaña ha llovido... y mucho.

Ilustración: María Castaña en un retrato de María Presas para el “Álbum de Mujeres del Concejo de Cultura Gallega”.  

El olor de la sangre

El olor de la sangre

Carlos Alberto Montaner

Me refiero a las crueles decapitaciones de los periodistas norteamericanos Steven Sotloff y James Foley, presumiblemente a manos de educados árabes de cultura y formación inglesas, y las filmaciones de las matanzas masivas de prisioneros que son ejecutados con disparos en la cabeza, administrados sin el menor dramatismo por asesinos vinculados al califato islámico.

Estas imágenes estremecedoras suelen provocar dos preguntas entre los espectadores.

La primera: ¿por qué estos grupos violentos filman y exhiben estas salvajadas que demuestran el grado de depravación moral en el que viven y matan?

Y la inevitable segunda: ¿cómo es posible que unos jóvenes criados en las civilizadas ciudades europeas, estadounidenses o australianas, se enrolen voluntaria y alegremente en unas bandas criminales que realizan esas repugnantes carnicerías?

La respuesta vincula las dos cuestiones: los filman porque el espectáculo de la violencia, aunque provoca el rechazo de un porcentaje de la sociedad, atrae a numerosos jóvenes, casi siempre varones, que se sienten seducidos por el espectáculo siniestro del cuchillo filoso que saja o punza profundamente la carne humana.

Así ha sido siempre. Los romanos acudían a los estadios para ver cómo los gladiadores se mataban sin compasión o las fieras se los devoraban. Los mayas se enfrentaban en un juego de pelota, parecido al balompié, que culminaba con el asesinato ritual de los perdedores ante el regocijo fanático del público.

Uno de los personajes más famosos y admirados de la Revolución Francesa fue el verdugo Charles-Henri Sanson, sexta generación de ejecutores. Por su guillotina (era suya y la fabricó un lutier que construía exquisitas violas) pasaron tres mil personas, desde el apocado rey Luis XVI hasta los vehementes Danton y Robespierre.

Mientras realizaba su sanguinario trabajo las mujeres cosían en la plaza, los chiquillos corrían y los hombres jugaban a los naipes. Sólo aplaudían entusiasmados cuando Sanson alzaba por los cabellos la cabeza recién cercenada de su última víctima y se la mostraba a la multitud.

¿Cosas de franceses? Falso: cosas de seres humanos. Uno de los espectáculos más exitosos de nuestros días en Estados Unidos son los combates de peleadores de la Ultimate Fighting. Se patean, se rompen la cara a golpes con los puños, las rodillas y los codos, se destrozan dentro de un hexágono rodeado por una alambrada alta e inexpugnable. El público, enardecido, suele alentar a su púgil favorito incitándolo al crimen: “mátalo”, “acábalo”. Es un mundo encharcado en sangre y adrenalina, carente de piedad. Y si eso no ocurre, si no muere el luchador derrotado, es porque el árbitro suele detener la pelea poco antes del desenlace fatal.

Se conserva una carta del Che Guevara a su primera mujer, la peruana Hilda Gadea, escrita en Cuba y fechada el 28 de enero de 1957, donde el médico argentino le cuenta que no ha muerto por medio de una frase reveladora: “Querida vieja: aquí en la selva cubana (peleaba en las guerrillas), vivo y sediento de sangre”. Poco después de escribirla pudo saciar copiosamente esa penosa urgencia.

En Centroamérica es frecuente que los mareros prueben su lealtad a la mara a la que pertenecen asesinando a un inocente. La muerte ajena se convierte en una especie de rito de paso asociado a la masculinidad. El crimen transporta al criminal a un estadio nuevo de respeto, como sucede en tribus en las que se llega a la mayoría de edad cuando se mata a un animal peligroso o se sufre algún dolor terrible infligido por el chamán o el curandero.

Nada de esto me sorprende. Hace muchos años leí un par de textos que me alertaron sobre la terrible naturaleza humana. Ambos conservan su alarmante vigencia.

El experimento de Stanley Milgram (Los peligros de la obediencia), en el que demostraba cómo las personas “normales” podían torturar hasta la muerte a unos semejantes desconocidos e inocentes, sólo porque una autoridad se lo ordenaba.

Las “víctimas” del experimento, claro, fingían el dolor y las convulsiones, pero sus verdugos” pensaban que estaban sufriendo realmente mientras ellos aumentaban”el voltaje de la silla eléctrica en la que supuestamente agonizaba el torturado.

El segundo libro fue Sobre la Agresión, obra que le ganó un Premio Nobel al austriaco Konrad Lorenz, donde analizaba las secretas pulsiones que precipitaban a los hombres a atacar a otros miembros de su especie y el valor simbólico de esos actos terribles.

En esa época todavía no existía YouTube. Pero los seres humanos eran idénticos a los de ahora, a los de siempre. 

Carlos Alberto Montaner es escritor y periodista. Su último libro es la novela “Tiempo de canallas”.

Reproducido de CUBANET.

15 de septiembre de 2014

Festividad de Nuestra Señora de los Dolores

Festividad de Nuestra Señora de los Dolores

Por dos veces durante el año, la Iglesia católica conmemora los Dolores de la Santísima Virgen: la conmemoración en el que se llamó “Viernes de Dolores”, el viernes de la Semana de la Pasión que antecede a la Semana Santa, y la actual fecha de septiembre, que data  de 1688, cuando se autorizó a los frailes servitas que   celebraran cada año la advocación de Nuestra Señora de los Dolores el tercer domingo de dicho mes.

La primera fecha de la conmemoración fue la que la agrupaba estrechamente  a la celebración de la Semana Santa.   El arzobispo de Colonia, Teodorico de Neurs, la instituyó en 1423 y el papa Benedicto XIII la propagó grandemente por Europa en 1727.   Ya por entonces era también muy popular la devoción a los “cinco gozos” de la Santísima Virgen, pero poco a poco fue prevaleciendo la conmemoración de los dolores por ella sufridos.  El hecho de que se celebre también el 15 de septiembre se debe a los religiosos de la Orden de los Servitas.  En 1814, Pío VII extendió la celebración a todo el mundo cristiano.
 
España conservó las dos fechas y aún hoy se celebran allí ambas, al igual que  en  muchos de los países de América por ella colonizados que aunque prefirieron la fecha del 15 de septiembre, el “Viernes de Dolores” a las puertas de la Semana Santa continúa teniendo vigencia.   

A mediados del siglo XX, el Concilio Vaticano II determinó, dentro de diversas modificaciones al calendario litúrgico, suprimir las fiestas consideradas duplicadas,   esto es, que se celebren dos veces en un mismo año; por ello la fiesta primigenia de los Dolores de Nuestra Señora el viernes antes del Domingo de Ramos fue suprimida, siendo reemplazada por la moderna fiesta de Nuestra Señora de los Dolores el 15 de septiembre. Aún así, en la tercera edición del Misal Romano (2000) hay un recuerdo especial a los Dolores de la Santísima Virgen en la celebración ferial de ese día, introducida por San Juan Pablo II.

La Santa Sede y las normas del Calendario Litúrgico contemplan que en los lugares donde se halle fervorosamente fecunda la devoción a los Dolores de María y en sus calendarios propios sea tenida como fiesta o solemnidad, este día, Viernes de Dolores o de Pasión, puede celebrarse sin ningún inconveniente con todas las prerrogativas que le son propias. (Cf. Tabla de los Días Litúrgicos, Misal Romano).

La imaginería española ha presentado usualmente a Nuestra Señora de los Dolores con capa de tela negra bordada en oro y el corazón traspasado por siete espadas o puñales que simbolizan los tradicionales siete dolores de la devoción popular y representan el sufrimiento de María como Madre de Cristo:

Los siete dolores: 

La Profecía de Simeón
La huida a Egipto
El Niño Jesús perdido en el templo
Encuentro de Jesús y María camino del Calvario
La crucifixión
El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz
El entierro de Jesús

14 de septiembre de 2014

La Cruz, ¡qué ocurrencia la de Dios!

La CRUZ:
¡QUÉ OCURRENCIA LA DE DIOS!
 
Por Pedrojosé Ynaraja

Lamentablemente, estos días han sido noticia unos crueles asesinatos. Todos lo son, pero estos han tenido la particularidad de que, en principio, fueron difundidos mediante YouTube. La familia solicitó que por delicadeza y piedad, se eliminaran de este medio, y así se hizo. Se ha degollado a un hombre por odio a su condición y como maniobra política…. [ya van tres]

Ambientados en estos acontecimientos, mis queridos jóvenes lectores, quisiera que os detuvieseis a meditar la fiesta que se incluye en este domingo. A nadie se le podía ocurrir, si estuviera en sus manos, inventar una religión cuyo líder fuera un ajusticiado. A Dios, sí.
 
Una de las primeras reacciones históricas sociales, iniciada la Iglesia, fue la supresión de cualquier imagen que hiciera referencia a la cruz. Criterio semejante al que ha movido a suprimir el citado YouTube. (A este respecto diré que un maleducado chiquillo de Roma, quiso ofender a un compañero cristiano, dibujando con un punzón en un muro del monte Palatino, un blasfemo garabato, es el llamado grafito de Alexamenos, pero esto fue una excepción). Prohibir representaciones del Jesús crucificado, fue decisión comprensible.

Tímidamente empieza a aparecer por Siria el signo de la Cruz. Le había ya precedido la “cruz cósmica”, la veían en paredes de la Nazaret los primeros peregrinos, relacionados con la Casa de la Sagrada Familia (se trata de la que se acostumbra a llamar Cruz de Tierra Santa o de Jerusalén, en realidad es una gran cruz que ampara a cuatro más pequeñas, señalando los cuatro puntos cardinales, para expresar la universalidad de la redención).

En Occidente el arte románico se atreve a poner, en la espalda del Cristo-Majestad, una simbólica cruz. Gracias al gótico, se extiende en tallas y pinturas la imagen del Señor crucificado.

Desde entonces las conmovedoras imágenes evolucionan piadosamente y una de las vergonzosas realidades de nuestro tiempo es la banalización de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, convertida a veces en simple adorno que acompaña a actitudes o desvestidos eróticos.

Os he explicado todo esto para que ahora os situéis, mis queridos jóvenes lectores, en el significado que tiene para el cristiano la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y comprendáis porqué su fiesta la celebremos este 14 de septiembre, interponiéndose a la solemnidad del domingo XXIV.

Que la cruz pudiera haberla encontrado Santa Elena y esté hoy en día repartida por múltiples lugares, podéis creéroslo o no. Dos maderos, dos troncos o dos tablas, pueden ser evocadora imagen de lo que celebramos. Autentica imagen, sin que sea reliquia. Mirando este objeto y recordando imágenes de otras maneras de ajusticiar, podremos recordar y reconocer que mediante una cruz semejante, Cristo nos salvó.

Análogamente, a cada uno se nos ofrece una cruz, que no es excesivamente pesada, nos lo anticipó el Señor. Aceptarla humildemente, pese a que nos parezca inoportuna, pese a que no entendamos el porqué, es docilidad, confianza, señal de esperanza, salvación en fin…

Ante el desencanto y desorientación, ante la ausencia de alegre esperanza, es preciso afirmar y comunicar a los demás, que Cristo reina gracias a su cruz y que por ella nos salva y, por consiguiente, recobramos la ilusión de vivir y de servir a los demás. Es un reto, una paradoja, pero autentica arma de salvación.

                

LA CUBANA QUE PRIMERO PILOTEÓ EN EL MUNDO


La cubana que primero piloteó en el mundo:
Aida de Acosta
Marlene María Pérez Mateo

Mucho después que el comerciante en telas Matías Pérez se aventurara a viajar sin retorno en un globo, una cubana de sangre descendiente de los Duques de Alba hizo lo mismo en el Parque “Bois de Boulogne” en París. Por lo tanto la primera mujer piloto del mundo fue cubana.

Se trató de Aida de Acosta Root Breckinridge, nacida en Elberon, Nueva Jersey, Estados Unidos, un 18 de Julio de 1884. De padre y madre cubanos radicados en el Estado Jardín; Ricardo de  Acosta y Micaela Hernández de Alba. Su hermana Mercedes se destacó en el mundo de las letras.

Siendo estudiante del colegio Sagrado Corazón y con solo 19 años tomo tres clases amateur de aviación. Ayudada por su amigo y entrenador el brasileño Alberto Santos Dumont, voló un tele-dirigible sola por una hora y media sobre el ya mencionado parque francés, un 27 de junio de 1903.

Durante la Primera Guerra Mundial llego a vender 2 millones de bonos de la libertad. Dio soporte financiero a la naciente industria fílmica neoyorquina especialmente en la modalidad del documental, siendo productora del primero de ellos filmado en Manhattan en 1927. Encabezó el “Comité de estimulación artística” de Nueva York en 1935. Encabezó una organización a favor de la nutrición infantil “Children Milk Fund” en Nueva York. Dirigió por mucho tiempo la asociación de enfermeras “Frontier Nursing Society”. Debido a su padecimiento de glaucoma se acercó al mundo de la oftalmológica y la óptica fundando y dirigiendo el primer banco de ojos en el mundo dentro del “Eye Institute” del Hospital Johns Hodking en Maryland.

Aida además de intrépida era sumamente bella; testimonio dan de ello múltiples fotografías. Fue una filántropa de armas tomar e indiscutible mecenas. Se casó en dos ocasiones y tuvo dos hijos. Falleció a los 80 años el 26 de mayo de 1962.  

Marlene María Perez Mateo
Julio 5 2014
Secuencia Esas si son cubanas

12 de septiembre de 2014

Los cambios que pide Francisco

José Luis Restán,
director editorial de la Cadena Cope, Madrid  

Hace unos días, durante su homilía en la misa matutina en la capilla de la casa Santa Marta, el Papa Francisco hablaba de la novedad que significa siempre el Evangelio, y pedía no tener miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio. “La Iglesia nos pide, a todos nosotros, algunos cambios. Nos pide que dejemos de lado las estructuras caducas: ¡no sirven! Y que tomemos odres nuevos, los del Evangelio”.

En realidad Francisco estaba describiendo un dinamismo que ha estado siempre presente durante veinte siglos de historia de la Iglesia: ésta debe cambiar continuamente para ser fiel a su origen, debe purificarse de las gangas y adherencias de la historia para que reaparezca siempre el rostro de su Señor ante el mundo. En vísperas de la apertura del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, podemos evocar la gran epopeya de la reformadora del Carmelo para ilustrar todo esto, pero habría ejemplos para no acabar.

Lo curioso es que estas palabras del Papa hayan sembrado, a diestro y siniestro, inquietud e irritación en unos casos, y un sospechoso entusiasmo en otros. La inquietud y el enfado provienen de quienes esperan tras cada esquina una confirmación de que Francisco es un Papa de ruptura, dispuesto a malbaratar la Tradición de la Iglesia. Mientras, en otra orilla, se produce un entusiasmo fundado exactamente en la misma presunción, según la cual estaríamos en la antesala de una suerte de revolución, la que algunos llevan años pergeñando en sus sueños y en sus publicaciones. El asunto es serio, pero a veces es mejor esbozar una mueca irónica: a unos y otros habría que pedirles más atención a lo que hace y dice realmente un Papa forjado en el manantial de San Ignacio de Loyola, que suplica como Teresa de Jesús la gracia de morir en la Iglesia, que insiste en que ésta no es una ONG sino la presencia de la salvación de Cristo en la historia, y que se refiere a los mártires como la garantía de una fe que no se adapta a las modas de los tiempos y que acepta recorrer el necesario camino de la cruz. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Dejar de lado estructuras caducas no es, desde luego, un principio revolucionario en la vida de la Iglesia, sino un principio genético de su desarrollo en la historia, por decirlo con palabras que quizás hubiesen gustado al beato John Henry Newman. Pero si hay alguien que ha sostenido y explicado ese principio genialmente en los últimos tiempos, ese ha sido Benedicto XVI. Cuando todavía era un joven y prometedor teólogo, Joseph Ratzinger respondió a la pregunta sobre qué aspecto tendría la Iglesia en el año 2000. A los enfadados y a los interesadamente entusiasmados con la homilía de Francisco, les vendría bien releer estos pasajes escritos en la década de los 60 del pasado siglo.

“…De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho; se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio… Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad… Conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. El proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como el voluntarismo envalentonado. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo”.

Ya en 1977, el cardenal Ratzinger volvía sobre este tema en su diálogo con Peter Seewald titulado “La sal de la tierra”, al afirmar que “en el cristianismo siempre nos hallamos ante un nuevo comienzo” y prevé que surgirán de la libertad del Espíritu “nuevas culturas de la fe”, que a su vez darán pie a nuevas estructuras. Así ha sido y así será mientras la Iglesia peregrine por este mundo. Si recordáramos que la Iglesia sólo es de Dios, que la guía a través de hombres que Él elige, nos ahorraríamos irritaciones destructivas y pretensiones de llevar el agua a nuestro Molino.

También hace pocos días, en su catequesis de los miércoles, Francisco hablaba de la Iglesia con su acento más original para decir que no se llega a ser cristianos por uno mismo ni tampoco en un laboratorio, sino que somos engendrados y alimentados en la fe en el seno de ese gran cuerpo que es la Iglesia, que es verdaderamente madre. Una madre que “sabe defender a sus propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de Satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús”, exhortándolos también a la vigilancia contra el engaño y la seducción del maligno. Y no lo digo yo, es el Papa quien dice llanamente que no seamos ingenuos, porque desde luego anda suelto.
Reproducido de ecclesia.org