29 de abril de 2014

Claudio Brindis de Salas, el paganini cubano


CLAUDIO BRINDIS DE SALAS:

EL PAGANINI CUBANO


Ana Dolores García
Claudio José Domingo Brindis de Salas forma, conjuntamente con el pianista y compositor Ignacio Cervantes y con el violinista y compositor José White, la trilogía de los grandes músicos cubanos del siglo XIX.

   Murió en Buenos Aires, indigente y desconocido, el 2 de junio de 1911. Sin embargo, su vida estuvo marcada por el éxito y la fama.

    Había nacido en La Habana, cincuenta y ocho años atrás, el 4 de agosto de 1852 en el Nº 822 de la calle Águila.  Una sencilla tarja en su fachada señala el acontecimiento, homenaje rendido en 1929 por la Orquesta Sinfónica de La Habana. Su padre, de igual nombre, violinista, contrabajista, compositor y director de orquesta, y de quien indudablemente heredó su gran talento musical, le inició en el estudio del violín.    
    Brindis de Salas -padre-, era el director de la orquesta “La Concha de Oro”, la más popular de las orquestas habaneras que, según un cronista de la época, llegó a contar alguna vez con casi cien músicos para la interpretación de contradanzas, rigodones y otras piezas bailables de aquellos años. 

   Claudio Brindis de Salas -hijo-, con apenas 11 años ofreció su primer concierto en el Liceo de La Habana. En él también tomó parte Ignacio Cervantes. Apenas un año después realizó junto a su padre y un hermano –igualmente violinista-, una gira por las ciudades de Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos, Santa Clara y Güines, causando asombro y admiración por su temprana edad.  

   Fue enviado a París para continuar allí sus estudios de violín con los más prestigiosos maestros, entre ellos Camilo Ernesto Sivori, alumno de Nicolo Paganini, con quien perfeccionó su técnica.  Se le abrieron de par en par las puertas del Conservatorio de París, donde obtuvo, por su depurada ejecución, un codiciado Primer Premio.

   Después de cosechar clamorosos éxitos en la capital francesa, se lanzó a una gira por las principales ciudades de Europa. Italia, Alemania, España, Rusia e Inglaterra se rindieron a su virtuosismo, por el que los críticos comenzaron a llamarle “El Paganini Negro” y también “El Rey de las Octavas”.

   El diario "Le Temps" de París señalaba “que nadie como Brindis de Salas, sabía apoderarse de su auditorio y dominarlo tan completamente”. Y en Florencia, "Courriere Italiano" decía: "... el joven negro maravilló y llenó de entusiasmo al auditorio: es violinista de actividad admirable, tiene un “portamento” de arco ligerísimo y al mismo tiempo una energía que lleva impreso el ímpetu, característico de su raza: siente, y siente con una pasión que le chispea en las pupilas, que son de una expresión electrizante".

   Francia le concedió la Legión de Honor y el Emperador Guillermo II de Alemania le otorgó la ciudadanía alemana y el título de Barón de Salas, lo condecoró con la Cruz del Águila Negra y lo nombró Violinista de Cámara del Emperador. Allí casó con una dama de la nobleza alemana.

   Brindis de Salas regresó a América en 1875, coronado ya con la aureola de la fama. Actuó en varios países de la América Central y en Venezuela, y regresó a Cuba en 1877, realizando una gira por las principales ciudades de la Isla y actuando en La Habana en los teatros Tacón y el actual Payret.  De Cuba saltó a México para presentarse en Veracruz, Ciudad México y otras ciudades. Fue nombrado Director del Conservatorio de Haití, cargo que desempeñó por poco tiempo, y en la República Dominicana ofreció varios conciertos para recaudar fondos a favor de la causa independentista cubana.

    Lo encontramos de nuevo en Cuba en 1886 de regreso de otro viaje a Europa, deleitando al público habanero con sus magistrales conciertos.  Lázaro Rodríguez Corrales,

(http://www2.glauco.it/vitral/vitral26/memcult.htm) relata un incidente  sucedido a Brindis de Salas durante su estancia en La Habana:

   “A la salida de una de sus memorables apariciones, penetró "el rey de las octavas", haciéndose acompañar de unos amigos blancos admiradores suyos, en uno de los cafés más exclusivos que había en La Habana.

   Pidió cada quien qué tomar, y cuando lo hizo Brindis, el dependiente, que no le conocía, le respondió con aspereza: "Yo no sirvo sino a los caballeros, no a los negros". Brindis de Salas se irguió como picado por un tábano, y ya en pie, esbelto y colérico, se llevó la mano a la solapa del frac, y señalando un botón rojo que llevaba en ella, exclamó lleno de ira: "¡Pues yo soy Caballero de la Legión de Honor, y no hay aquí tal vez ninguno que pueda decir lo mismo!"  A pesar de que, advertido el dependiente acerca de quién era aquel negro trató de excusarse, Brindis rehusó ocupar su puesto, y abandonó el café”.

   Siguieron sus giras de conciertos por Europa y América del Sur. Mientras, su esposa demandó el divorcio en 1898, incapaz de soportar una vida tan andariega y excéntrica, y quedó en Alemania con los tres hijos habidos del matrimonio, también violinistas.

   Entonces comenzó el declive, provocado además por la miseria, la edad y una incipiente tuberculosis que lo llevó a la muerte en Buenos Aires, recluido en una Casa de Asistencia Pública, el 2 de junio de 1911.

   Sus restos fueron trasladados a Cuba diecinueve años más tarde, el 26 de mayo de 1930, y descansan en la ciudad que lo vio nacer, en el Mausoleo de la Solidaridad Musical del Cementerio de Colón.

   Eduardo Manet, novelista y dramaturgo cubano residente en Francia, obtuvo  en París el Premio Telegramme por su novela  “Maestro”,  sobre la vida  de Claudio José Brindis de Salas.



Fuentes:

Tony Évora, “Orígenes de la Música Cubana, los Amores de las Cuerdas y el Tambor”.

Elena Pérez Sanjurjo, “Historia de la Música Cubana”.

Reinaldo Cosano Alén, “Brindis de Salas Sigue Olvidado”, Lux Info Press

(www.cubanet.org)

Lázaro Rodríguez Corrales, “Brindis de Salas, Raíz de Nuestra Cultura Nacional”,  http://www2.glauco.it/vitral/vitral26/memcult.htm

http://www.elateje.com/0309/entrevistas030905.htm

Ana Dolores García ©



27 de abril de 2014

Semblanza de Juan XXIII, santo, el papa bueno




Semblanza de Juan XXIII,

 santo, el papa bueno


Fue el papa del cambio, el papa Concilio Vaticano II. Pero Angelo Giuseppe Roncalli, sobre todo, fue el papa bueno. Pocas veces una definición se ajusta tanto a la realidad. Y si, además, la definición es sencilla y facilísima inteligible, mejor todavía. Su legado, como afirmó de él Pablo VI, no cabe en su sepultura. Ha sido una de las personas más queridas y admiradas de las últimas décadas. Su figura, tan sencilla, tan humana, tan cristiana, sigue vigente e interpeladora, a pesar de los años. Más aún, según pasan los años, como acontece con los buenos vinos, su figura es todavía más atrayente.



¿Por qué? ¿Cuál fue su secreto? Vivir, buscar y testimoniar siempre la voluntad de Dios. El mismo lo dijo: “Este es el misterio de vida. No busquéis otra explicación. He repetido siempre la frase de San Gregorio Nacianceno: Tu voluntad, Oh Señor, es nuestra paz. Este mismo pensamiento, en estas otras palabras, me hicieron siempre buena compañía: Obediencia y paz”, tal y como se lo había enseñado en sus años de infancia y adolescencia un sacerdote: “Obedece siempre, con sencillez y bondad, y deja hacer al Señor”.



Así se explica su fecunda vida, de más de 81 años. Así se explica su prolijo y variado ministerio sacerdotal y episcopal. Así se explican sus cuatro años y medio de pontificado. Así se explica que los búlgaros, en los once años que fue delegado papal en este país, le llamaran buen padre. Así se explica, como quedó dicho al comienzo, que los fieles de todo el mundo y de distintas culturas y religiones le llamaran y le sigan llamando el papa bueno.



Así se explica que, 132 años después de su nacimiento y otros 51 años después de su muerte, siga siendo un personaje de actualidad. Qué se lo pregunten sino a los cientos y miles de personas que día a día acuden a su tumba en la basílica de San Pedro de Roma. Que se lo pregunten al papa Francisco, que según testimonio de Loris Capovilla, el custodio de la memoria de Juan XXIII y de su legado, el neo cardenal, pensó en llamarse, al calzar las sandalias del Pescador –sandalias también del papa Juan-, Juan XXIV.



Vivir la voluntad de Dios, en obediencia y en paz, siempre alegres y activas, es descubrir la auténtica sabiduría de Dios, que escribe rectos con renglones torcidos y cuyo caminos, aunque no son nuestros caminos, están siempre rezumando amor y plenitud.