Semblanza de Juan XXIII,
santo, el papa bueno
Fue el papa del cambio, el papa
Concilio Vaticano II. Pero Angelo
Giuseppe Roncalli, sobre todo, fue el papa bueno. Pocas veces
una definición se ajusta tanto a la realidad. Y si, además, la definición es
sencilla y facilísima inteligible, mejor todavía. Su legado, como afirmó de él Pablo VI, no cabe en
su sepultura. Ha sido una de las personas más queridas y admiradas de las
últimas décadas. Su figura, tan sencilla, tan humana, tan cristiana, sigue
vigente e interpeladora, a pesar de los años. Más aún, según pasan los años,
como acontece con los buenos vinos, su figura es todavía más atrayente.
¿Por qué? ¿Cuál fue su secreto? Vivir,
buscar y testimoniar siempre la voluntad de Dios. El mismo lo dijo: “Este es el
misterio de vida. No busquéis otra explicación. He repetido siempre la frase de
San Gregorio Nacianceno:
Tu voluntad, Oh Señor, es
nuestra paz. Este mismo pensamiento, en estas otras palabras, me
hicieron siempre buena compañía: Obediencia y paz”, tal y como se lo había
enseñado en sus años de infancia y adolescencia un sacerdote: “Obedece siempre,
con sencillez y bondad, y deja hacer al Señor”.
Así se explica su fecunda vida, de más
de 81 años. Así se explica su prolijo y variado ministerio sacerdotal y
episcopal. Así se explican sus cuatro años y medio de pontificado. Así se
explica que los búlgaros, en los once años que fue delegado papal en este país,
le llamaran buen padre.
Así se explica, como quedó dicho al comienzo, que los fieles de todo el mundo y
de distintas culturas y religiones le llamaran y le sigan llamando el papa bueno.
Así se explica que, 132 años después
de su nacimiento y otros 51 años después de su muerte, siga siendo un personaje
de actualidad. Qué se lo pregunten sino a los cientos y miles de personas que
día a día acuden a su tumba en la basílica de San Pedro de Roma. Que se lo
pregunten al papa Francisco, que según testimonio de Loris Capovilla, el
custodio de la memoria de Juan XXIII y de su legado, el neo cardenal, pensó en
llamarse, al calzar las sandalias del Pescador –sandalias también del papa
Juan-, Juan XXIV.
Vivir la voluntad de Dios, en
obediencia y en paz, siempre alegres y activas, es descubrir la auténtica
sabiduría de Dios, que escribe rectos con renglones torcidos y cuyo caminos,
aunque no son nuestros caminos, están siempre rezumando amor y plenitud.
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