Si preguntas por Frank Dominguez...
Armando López, El Nuevo
Herald
Si usted llega a La
Habana y pregunta por Frank Domínguez, nadie le dirá dónde encontrarlo. Nadie
lo sabe. Una cortina de silencio se tendió sobre su nombre. El poder no quiere
a los artistas genuinos. Esos seres espontáneos resultan un peligro. A Frank Domínguez
trataron de moldearlo, comprarlo, moderarlo, y por último, decidieron
silenciarlo durante 40 años sin grabarle un disco, sin apenas ofrecerle
programas de radio y televisión, sin permitirle firmar contratos del exterior.
Cuando la voz de México,
Toña la Negra, llegó a La Habana en 1980, y preguntó por el autor de Tú me acostumbraste, no le
respondieron. Pero la intérprete preferida de Agustín Lara insistió. Cuando vio
la estrechez con que vivía el autor de la canción cubana más cantada de todos
los tiempos, exclamó ¨se me estruja el corazón¨. Toña prometió no volver a
Cuba, y cumplió su promesa.
Frank terminó en el
exilio. Vivió por veinte años en Mérida, Yucatán. A veces iba hasta el litoral
del Golfo, y seguía con la mirada las gaviotas agoreras que volaban hasta La
Habana, esperando que alguna regresara, con la noticia que todos los cubanos
esperaban. Pero no fue así. La muerte le llegó, mientras dormía, el 29 de
octubre.
Este poeta de la canción
aprendió a caminar en Matanzas, ciudad de poetas. José Jacinto Milanés, Gabriel
de la Concepción Valdés (Plácido), Agustín Acosta y Carilda Oliver Labra.
Matanzas siempre me curas después que el amor me enferma¨, escribió la rubia
que se teñía los labios con pececitos rojos. Un día, Carilda, ardorosa, tomó a
Frank de la mano y lo llevó hasta el oscuro parque de Las Alturas de Simpson,
justo donde Miguel Failde compuso su danzón. Pero Frank ya estaba flechado por
uno de esos amores prohibidos que se enquistan, y volvió al parque para soñar a
solas. Allí, bañado por la brisa fresca del Yumurí, con apenas quince años,
escribió en la libreta del colegio su opera prima: Cuando te bese la brisa, y ya no esté junto a ti, ven que
mis brazos te esperan, refúgiate en mí .
Y regresaría una y otra
vez al parque de los cipreses, y nuevas canciones llenarían su libreta de
colegial enamorado: Me
recordarás, dondequiera que escuches mi canción, porque al fin fui yo, quien te
enseño todo, todo, todo lo que sabes de amor. Y así, un día,
obsesionado por su extraño amor, escribió la canción que sería su punta de
lanza: Yo no concebía, cómo
se quería, en tu mundo raro, y por ti aprendí
Pero ese amor
quemante quedaría atrás. Frank debería hacer las maletas, embarcar para La
Habana. Su madre había decidido que fuera farmacéutico, y a Panchita, alma de
mambí, había que hacerle caso.
¨Pasé cuatro años con
olor a cloro, vivía entre el laboratorio y la casa de huéspedes¨, me confesaría
Frank años después, cuando ya había colgado en la pared el título de Doctor en
Farmacia. Se había presentado en un programa radial de aficionados, donde había
ganado el primer premio, y Olga Guillot y Fernando Albuerne se disputaban su
libreta de canciones.
La fama le vino como la
espuma. En menos de dos años, diez de sus temas se convirtieron en hits. Era
portada de revistas. No salía de la televisión. Grabó un long play para el sello
Gema (de Álvarez Guedes). A dondequiera que llegaba lo rodeaban sus
admiradores. Y humorista como era, se reía de si mismo, y de su fama, que sin proponérselo
ya atravesaba el mar.
A un tiempo, los
exclusivos cabarés Capri y Parisién del Hotel Nacional ofrecían shows con su
música, y los estelares de CMQ Televisión, Jueves de Partagás y Casino de la
Alegría, le dedicaban programas completos. ¡Era el autor de moda! Mi corazón y yo, en la voz
de oro de Beny Moré; Cómo te
atreves, Pedacito
de cielo y Refúgiate
en mí, por el romántico Lucho Gatica; Me recordarás, por Fernando
Álvarez y Orlando Vallejo; Imágenes,
por Doris de la Torre, Pacho Alonso, Cheo Feliciano y Bertha Dupuy.
¡Oh, Frank, dame tu
fórmula para pegar canciones!, gritaba Cataneo del Trío Taicuba. Y es que no
había victrola desde La Habana a Ciudad México, donde no sonaran los poemas
cantados del inquieto pelirrojo, pianista de acordes jazzísticos, que sin
saberlo, revolucionaba el bolero. ¿Cuál era su formula mágica? La comunión
perfecta entre letra y música, esa síntesis poética y melódica difícil de
alcanzar, que hace que todos se adueñen de la canción. Los temas de Frank
tienen lo que Olga Guillot buscaba, ¨la frase que agarra¨, la que impacta: yo no concebía cómo se quería en tu
mundo raro, y por ti aprendí, se convirtió, desde su estreno, en
suspicaz declaración de los que no podían exhibir su amor a pleno día.
Por eso me pregunto, al
ver que me olvidaste, por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti, proclamaron al mundo
dos gigantes de la canción: en ritmo bossa nova, Gaetano Veloso, y en balada
italiana, Domenico Modugno. El enigmático mundo raro de Frank repercutió en
numerosos ritmos e idiomas: Tom Jones lo cantó en inglés como rock lento; la
diva de Europa, Mina, lo lanzó como bolerazo italiano; en portugués, Gal Costa
y María Bethania lo llevaron a extremos jazzísticos. En España, Lola Flores lo
cantó uterinamente (como era de esperar), Gypsi King puso a bailar al tablao.
Y mientras, desde su
minúsculo apartamento de La Rampa habanera, el amante del jazz escribía
comedias musicales como Gira
Gira, La Casa de
Modas, temas para películas, como El hombre que me gusta a mí, protagonizada por
Sylvia Pinal, y nos regalaba noche tras noche su piano impresionista, su voz
grave y su desenfado hasta convertirse en símbolo de la loquísima Habana.
¡Oh, cómo olvidarlo!
Frank con su combo en el cabaré Sans Soucí; con la divina Elena Burke en el
Sherezada; con Martha Justiniani en el Monseigneur; o simplemente charlando de
madrugada, a la puerta de la cafetería Maracas, cortando leva con su lengua
hereje, y su cigarro colgándole del labio, siempre ocurrente, anecdótico,
incisivo, caustico, artista, narrándonos por dónde le entra el agua al coco, en
malabares de humor inigualable. Guillermo Cabrera Infante, en La Habana para un Infante difunto,
nos lo pinta en el piano bar del Sherezada, envuelto por las miradas azules de
los iniciados del filin, misa mayor de la bohemia cubana.
¡Oh, Frank!, qué
sucedió, por qué silenciarte cuando habías alcanzado tu definición mejor. ¡Ya
sabes, querían borrar la historia! Aspiraban a una nueva canción que cantara
los logros de la Revolución. ¡Querían al hombre nuevo! Y tú significabas la
continuidad y la grandeza de la canción romántica cubana: la de Sindo Garay, la
de Ernesto Lecuona. Tenían que silenciarte.
Sueño que un día las
gaviotas agoreras regresen con la buena nueva, y yo cruce la rampa de madera
del Sherezada y te encuentre en medio del piano-bar, rodeado de luciérnagas,
interpretando tus canciones. Mientras, escucho desde esta parte del mundo, la
profecía que escribiste en tu libreta de colegial: Me recordarás, donde quiera que escuches mi canción.
Reproducido de Cubanet.org
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