¿No ha probado con cianuro… General?
Yoani Sánchez
Ya se
han puesto en vigor por la Aduana General de la República [Cuba] las nuevas restricciones para la importación no comercial.
La medida me ha hecho recordar un viejo chiste que circulaba en los años
noventa y que aún sigue vigente. En aquella historia humorística, un periodista
extranjero entrevistaba a Fidel Castro y éste enumeraba todos los obstáculos
que habíamos sorteado. "El pueblo cubano ha sobrevivido al colapso del
transporte, la crisis alimentaria y los cortes eléctricos", decía con
orgullo el delirante político. El reportero lo interrumpía y preguntaba:
"¿Y no ha probado con cianuro, Comandante?"
Han
pasado casi dos décadas y se nos siguen imponiendo límites y prohibiciones
incompatibles con el desarrollo y con la vida. Como si en este laboratorio
social se quiera probar cuánto le pueden quitar a los conejillos de Indias –que
somos nosotros– para que sigamos respirando, aplaudiendo, aceptando. El nuevo
experimento viene no con forma de jeringuilla, sino a través de las normas
aduaneras que rigen el equipaje de cada viajero. Medidas que se tomaron sin
antes haber permitido la importación comercial que favorezca al sector privado.
Como si en la cerrada caja de cristal donde estamos atrapados, nos estuvieran
cortando el oxígeno... para mirar desde el otro lado del vidrio cuánto
aguantamos.
¿No ha
probado con cianuro, Comandante? Me resuena en la cabeza mientras leo el “el
libro verde” con los nuevos precios y límites para importar desde una máquina
de afeitar hasta pañales desechables. Las cobayas, sin embargo, no nos hemos
quedado tranquilas y calladas, como tantas veces anteriores. La gente se queja,
y con razón, de la asfixia que estas restricciones representan para el trabajo por
cuenta propia y la economía doméstica. Todos están molestos. Los que reciben
paquetería desde el extranjero y los que no, porque algo de esos cubitos de
sopa concentrada o de la crema contra los dolores de reuma terminaba llegando a
sus manos a través del mercado ilegal o de la solidaridad de un amigo.
No es
que los cubanos tengamos una genética particular para acumular cosas y echemos
–por pura neurosis– en nuestras maletas desde el papel sanitario y pasta dental
hasta bombillos incandescentes. La razón
no es un cromosoma alterado, sino un sistema que no ha sabido mantener un
suministro estable y de calidad de casi ningún producto... como no sea los
enlatados de ideología y la insípida papilla del culto a la personalidad.
Mientras los estantes de las tiendas estén vacíos o con mercancía de pésima
factura y precios estratosféricos, tendremos que traer de afuera lo que no hay
aquí. Una ley de importación comercial era lo que necesitábamos y no que la
cuchilla de las restricciones aduaneras cayera con más fuerza sobre nosotros.
Las
medidas que han entrado en vigor evidencian aún más el divorcio entre la clase
gobernante cubana y la realidad del pueblo. ¡Cómo se ve que en sus mansiones no
faltan los recursos, los alimentos ni los productos importados! Ellos, claro
está, no necesitan traerlos en sus bolsos de viaje. Para abastecerse echan mano
del Ministerio de Comercio Exterior, de los containers oficiales
que atracan en nuestros puertos y de una red de traslado que les lleva desde el
cloro para las piscinas hasta los quesos franceses a la puerta de sus propias
casas. A ellos las normas aduaneras no los afectan, porque sus lujos no pagan
exceso de equipaje, ni son evaluados como misceláneas, menaje de casa o
alimentos. Ellos viven al margen de la ley y nos miran encerrados en el grueso
cristal del laboratorio que construyeron para nosotros.
¿No ha probado con cianuro... General? Quizás sería más rápido e indoloro.
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