La maldición de la bruja
Mayo
20, 2014 | Miriam Celaya
LA
HABANA, Cuba. — Hace 12 años leí un hermoso artículo de homenaje al centenario
de la República, del poeta y escritor Rafael Alcides. Lo tituló La Princesa Dormida,
metáfora que encerraba los anhelos de muchos cubanos que preferimos creer que
nuestra República, que tanto sacrificio costó a varias generaciones
decimonónicas, no ha muerto, sino que yace sumida en un largo y profundo sueño
del que deberá despertar alguna vez con un beso de amor.
Desde
entonces, cada 20 de mayo evoco esperanzada el texto del poeta y me pregunto
cuánto habrá de tardar todavía el esperado beso que nos devuelva a la
Princesa-República. Su letargo ha sido demasiado prolongado; su ausencia,
devastadora.
Los
cubanos que discurren por su séptima década o más, recuerdan el 20 de mayo como
una fecha de jolgorio nacional donde la gente celebraba cada año el nacimiento
de la República con espontáneo júbilo. Cuba entera se vestía de banderas y
había fiestas en todos los pueblos y ciudades, porque el 20 de mayo de 1902 se
había arriado la bandera estadounidense de las astas oficiales y por primera
vez en la Historia ondeaba solitaria la enseña de los cubanos.
La
maldición de la bruja
Pero,
así como en el cuento infantil, nuestra Princesa-República también recibió su
maldición. La Bruja-Revolución llegada al poder en 1959, estaba resuelta a
reescribir la Historia de la Isla bajo un nuevo paradigma que debían seguir en
lo adelante todos los cubanos. El dogma verde olivo, dictado desde la
oligarquía militar en el poder, se consagró a escarnecer con particular saña el
pasado republicano.
Desde
entonces la autocracia nos adoctrinó en la negación: antes de enero de 1959 no
habíamos tenido una República, sino que por inflación
verbo-revolucionaria el lapso transcurrido entre 1902 y 1959 habíamos sido una
seudo-República o, preferiblemente, una república mediatizada, subordinada a EEUU y a los
intereses del capital foráneo que expoliaba las riquezas nacionales y despojaba
de sus legítimos derechos soberanos a los cubanos. Un discurso que,
paradójicamente, cada vez se parece más a la realidad actual.
Tras
medio siglo de adoctrinamiento y despojo revolucionario, de República, Cuba apenas conserva
el nombre, que solo aparece en ciertos documentos timbrados y en los malos
billetes de un papel moneda que a diferencia de los que
circularon durante la breve democracia republicana de la primera mitad del
siglo XX no tienen valor alguno. Gracias a la revolución mediatizada que solo fue un medio para que
una casta militar asumiera el poder absoluto, sepultara todo vestigio de avance
republicano y secuestrara los derechos ciudadanos, la mayoría de los cubanos de
la Isla han olvidado que el 20 de mayo y no el 1ro de enero es la fecha
celebración de la democracia.
Un
Judas para un falso beso
Pero he
aquí que la nueva realidad que aspira a construir el régimen, en virtud de la
cual el paradigma vuelve a ser el capital foráneo, precisa de una imagen
diferente, más parecida a las sociedades prósperas que hoy son convocadas a la
piñata de la Isla. Para ello no basta con el despliegue de seudo-legalidad de
un puñado de reformas que confieren dudosos derechos a los esclavos de la plantación y
conservan el derecho de pernada de la castrocracia. Es preciso que la dotación
se crea el discurso de los cambios, las promesas de una prosperidad que (¡por
fin!) está al doblar de la esquina.
También
urge sofocar cualquier escrúpulo de los potenciales inversores-salvadores del
régimen, así que ahora precisan despertar a la Princesa-República, aunque sea
por la fuerza. En primer lugar hay que ir redibujando el pasado y revisando la
Historia, para preparar (reparar) un discurso que, más que obsoleto, ahora
resulta incómodo. Va y en definitiva no fue tan mala la República; quién sabe
si, después de todo, no era tan mediatizada, sino solo un poquito.
Solo
así se explica que un heraldo tan fiel a los Castro como el conocido cantautor
Silvio Rodríguez nos haya traído la novedad de proponer desde su blog "Segunda Cita" retormar la celebración del 20 de mayo, puesto que con sus defectos y virtudes ese día nació la República de
Cuba.
Obviamente, el otrora inconforme rebelde trovador, devenido burgués
gentilhombre gracias a sus estrechos vínculos con el poder, ha vislumbrado desde
su atalaya el regreso de la Princesa, y la quiere de regreso, probablemente
cubierta, no con la bandera tricolor, sino con los atavíos verde olivo de sus
amos. Habrá que reconocerle a Silvio que esa Trova sí que es Nueva. Porque en
principio, recuperar la celebración sería cosa buena; pero antes sería preciso
rescatar la República, que no es en realidad la intención de Silvio, ni de los
Castro.
Confío
en que, desde su sueño profundo, la Princesa no confunda el beso de este Judas
y permanezca dormida. Contrariando mis propios deseos, que son los de
muchísimos compatriotas de todas las orillas, prefiero que ella siga dormida y
despierte solo con aquella caricia que traiga consigo la realización de una
República que hasta hoy es una quimera: el culto de todos los cubanos a la
libertad plena.
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