14 de junio de 2012

EL MONTE SAINT-MICHEL



El Monte Saint-Michel

Para cualquiera que viaje a Normandía resulta imprescindible la visita al Mont Saint-Michel que, después de la Torre Eiffel, es el lugar más visitado de Francia. Y no es de extrañar. Si el conjunto arquitectónico con su abadía, pueblo y ciudadela resulta sorprendente, su emplazamiento y el entorno que lo rodea, lo hacen sencillamente inigualable, uno de los lugares más extraordinarios del patrimonio mundial

El Monte Saint-Michel, con anterioridad a la llegada de los romanos era denominado Monte Tumba Belenus, dios galo del Sol, siendo utilizado para enterramientos y cultos druídicos. El cristianismo hizo su aparición en el siglo lV con un primer oratorio dedicado a san Esteban y otro posterior en honor a San Sinforiano, ambas capillas al cuidado únicamente de ermitaños.

A comienzos del siglo VIII se construyó la primera iglesia. Según la leyenda, fue obra del obispo Aubert de Avranchez, que en sueños recibió la visita del arcángel san Miguel, ordenándole que construyera un templo en el islote. Como el obispo dudaba, San Miguel, en una tercera aparición le presionó con su dedo la frente dejándole la marca de la cruz, lo que convenció al reticente obispo de la veracidad de sus sueños.

Aubert mandó construir una capilla en lo alto del islote y envió emisarios a Italia para buscar reliquias, imprescindibles para atraer a los peregrinos. Los enviados consiguieron un fragmento de la túnica roja que San Miguel había abandonado en su aparición en el Monte Garlán, al sur de Italia, y una pieza de mármol sobre la que se había sentado.


 El lugar se convirtió inmediatamente en uno de los lugares de peregrinación más importantes de la cristiandad. Los benedictinos reemplazarían la primitiva iglesia por una de estilo románico en el siglo X. Desde aquel momento, las nuevas construcciones o las remodelaciones, en distintos estilos, fueron constantes a lo largo de los siglos.

Al conjunto  se le asignará desde el siglo XIII el sobrenombre de “Maravilla de Occidente”. No obstante, no faltaropn incendios, saqueos, derrumbes, modificaciones o transformaciones en el uso a los largo de los siglos.

Será también durante el siglo XIII, con las permanentes luchas entre ingleses, bretones y normandos, cuando se fortifique el enclave, permaneciendo como baluarte inexpugnable durante varias contiendas, sobre todo durante la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra.

Tras décadas de ruina y declive, resulta curiosa la ocupación en 1622 del monasterio por los miembros de la congregación heterodoxa de San Mauro, que tiene como consecuencia la vuelta de las importantes peregrinaciones al Monte. Es la época en la que comienzan en la roca las reuniones de miembros esotéricos dedicados a la alquimia y a la ciencia, que originó que ciertos grupos conservadores de la iglesia presionaran a la realeza para que dejara de apoyar a la abadía, consiguiendo la decadencia completa del enclave religioso.

La iglesia románica se derrumbó a comienzos del siglo XV. Con la intención de levantar una nueva se edificó una cripta, llamada de los Gruesos Pilares, con el fin de sostener el nuevo templo gótico que se finalizará en 1521 y que será realizado en un exquisito gótico flamígero.

A finales del siglo XIX se añadió al conjunto una torre neo-románica, coronada con una aguja neo-gótica, en cuyo extremo se sitúa a 170 metros del suelo una escultura del arcángel san Miguel. La talla, obra de Frémiet, mide 4.20 metros, pesa 500 kilos y es una de las imágenes más populares de Francia.

Desde allí se aprecia toda la bahía abierta al Canal de la Mancha. En esa bahía las mareas son las más impresionantes de toda Europa pues llegan a alcanzar los 15 metros de altura, mientras el mar se retira veinte kilómetros, dejando al descubierto una inmensa extensión de arena muy fina. Según cuenta la leyenda, cuando el mar regresa resulta peligroso encontrarse en el arenal, ya que, según se dice, el agua avanza a la velocidad de un caballo a galope. Pero resulta ser solo una leyenda. La subida del agua, aunque espectacular, no ofrece ningún peligro para los que se aventuren por la arena y es tradicional cruzar en peregrinación la bahía, el arenal, hasta llegar al monasterio.

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