El camarero
del Titanic
Por José
Aguado
Se ha publicado el libro «Los diez del Titanic», en
el que los periodistas Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero
reconstruyen las vidas de los diez españoles que viajaron en el Titanic.
Los
diez españoles del Titanic
Víctor y Josefa, recién casados, viajan
por Europa sin pensar en los gastos. Son ricos y están de luna de miel. Se han
gastado unas 290.000 pesetas (de las de 1912) en los hoteles más caros y en los
mejores restaurantes de Biarritz, Montecarlo, Londres y París. Con ellos viaja Fermina, la doncella de Josefa, que era
modista en Cuenca y que lo más lejos que había llegado era a Madrid. La madre
de Josefa le propuso ir de acompañante en el viaje de novios de la pareja y
Fermina se atrevió.
Mientras ellos viven a todo lujo, en Londres un John intenta sobrevivir, que en realidad es Jean, que en realidad es Juan Monros. Es hijo de unos barceloneses que se mudaron a París. Juan, después, se marchó a Londres a buscarse la vida. Va de pensión en pensión, empeñando lo que tiene y buscando trabajos con los que subsistir. Es un chico joven, de apenas 20 años, con una ventaja respecto a otros: sabe español, francés e inglés.
Emili Pallás, por su parte, es un hombre que ha decidido comenzar de cero: ha vendido el pequeño comercio que tenía en Barcelona para, con el dinero logrado, rehacer su vida en otra parte. La Habana le parece un buen lugar.
De allí vuelve Servando Oviés, asturiano, que vive en Cuba vinculado al mundo textil y que está de viaje por Europa. Tras cenar con sus familiares españoles en Asturias, se ha marchado a París en busca de telas. Regresa con 12 baúles de lencería. Ha oído que un nuevo barco espectacular va a partir de Europa hacia el otro lado del Atlántico. Ha oído hablar del «Titanic».
Servando toma el tren de París al puerto de Chesburgo, mientras Víctor y su mujer ven unos folletos de publicidad del famoso viaje intercontinental. Contra cualquier mal augurio puede su felicidad. Se han olvidado del consejo que les dio la madre de Víctor antes de partir de luna de miel: «No cojáis barcos», advirtió, porque había tenido un presentimiento, temerosa del mar.
Como no quieren desagradar a su madre, pero tampoco les apetece perderse el viaje que promete el «Titanic» urden un plan: desde París, un mayordomo o el portero del hotel irá mandando postales a su madre simulando que siguen de turismo por tierra firme.
En las postales hablarán de la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo... En realidad, la pareja y su doncella se han embarcado en el barco, rumbo a Nueva York, para continuar con su manirrota luna de miel.
Juan Monros no tiene tanta capacidad de decisión. Sin dinero, las estrecheces no permiten tantas elecciones. Al enterarse del viaje que emprende el «Titanic», no piensa en un crucero de placer, sino en un modo de ganarse la vida sin sobresaltos durante algún tiempo.
Carece
de experiencia en el mar y Gatti, el hombre encargado de contratar a los
camareros de la tripulación, es un hombre muy exigente, de acuerdo con lo que
requiere en el «Titanic». Busca a los hosteleros más famosos o a los mejores
chefs.
¿Un aventurero?
Y Juan no es nada de eso. Es un aventurero que ha conseguido sobrevivir en un país extraño. Pero sí tiene amigos. Dos de ellos logran convencer a Gatti para que le dé un puesto en la tripulación. Sin duda, ayudan sus conocimientos de otras lenguas. Va a ser un viaje internacional, con pasajeros de muchos países, y entender a los clientes es un punto a favor de Juan. El otro y definitivo punto es que, al final, no todos los contratados han llegado a tiempo o, definitivamente, no se han presentado para trabajar en el barco como habían prometido. La inexperiencia de Juan ya no es importante. Hay un sitio para él: por fin va a poder llegar a Nueva York y conocer allí a unos primos.
Es 10 de abril cuando el «Titanic» sale de Southampton y pasa por Cherburgo (Francia) y Queenstown, en Irlanda. Tras recoger a los últimos pasajeros, comienza la travesía.
Los más de 2.000 viajeros están divididos en primera, segunda y tercera clase, según el camarote que ocupan. En el barco va gente con dinero, en viaje de placer, como Víctor y María Josefa; pero sobre todo abundan los embarcados en la tercera clase, para los que es quizá la última oportunidad en la vida. Se marchan al otro mundo, con todas sus posesiones en los bolsillos o en los baúles.
Juan es uno de ellos. Poco o nada va a disfrutar de las distracciones del barco. Se oye la orquesta y entre los que juegan al «whist», algunos buscavidas despluman al resto. Para los camareros, el trabajo es incansable. Atienden el lujo de los demás durante el día y por la noche tienen que conformarse con los camarotes de tercera. En la tripulación también existen esas diferencias sociales tan decisivas en la noche crítica.
Noche del 14 de abril
A más
de veinte nudos, el «Titanic» sigue su ruta. La noche del 14 de abril, Víctor y
Josefa están en su camarote, y en el contiguo se encuentra Fermina, cosiendo la
ballena de su corsé. De repente, un golpe. Víctor sube rápidamente para ver qué
ha sucedido. Es un momento histórico, pero él no lo sabe: el barco ha chocado
contra un témpano y en menos de dos horas se va a hundir. Son las 23:40 de la
noche. La temperatura del agua no supera los 2 grados.
El capitán Smith ordena sacar los botes salvavidas y que sean las mujeres y los niños los primeros en salvarse. «Pepita, que seas muy feliz», le dice Víctor a su mujer cuando ésta embarca en el bote. Dice la leyenda que Víctor iba a subir con ella, pero que en el último momento dejó su sitio a una mujer con un niño. No es seguro. Es probable que no tuviera muchas opciones de salvarse porque no había sitio para los hombres.
Fermina, la doncella, grita con la furia de quien se ha
quedado sin bote y sabe que le va la vida en ello. Entre varios la agarran como
a un saco de paja y la lanzan al salvavidas donde iba su señora. Fermina no
llevaba puesto más que el camisón.
Emili Pallás también ha salido disparado de su camarote. En un momento en el que la vida depende de la rapidez, no se le ocurre coger sus cosas, todo lo que había ahorrado para comenzar su nueva vida. Otros sí lo hacen. En cubierta tiene un problema: él es un hombre y primero van las mujeres y los niños. Emili no entiende de reglas: salta a un bote, se rompe la rodilla, pero escapa.
Juan Monros no tiene tanta suerte. Él es hombre, de la tripulación. No hay salida. Primero, mujeres y niños. Los de primera clase, antes que los de segunda y tercera. Después los hombres y más tarde, la tripulación. Los camareros como Juan, sin pedigrí, se quedan encerrados en el barco. A las 2:20 del 15 de abril, el «Titanic» se ha hundido.
Josefa y Fermina llegarán a Nueva York con el buque Carpathia, que ha recogido algunos pasajeros. Allí también llega Pallás y todos los que han conseguido salvarse. De Víctor no se sabe nada, pero la familia decide comprar un cadáver y un certificado de defunción, para que Josefa pudiese ser viuda oficial. Volverán a España, Josefa volverá a casarse y Fermina pondrá una pensión en Madrid.
Tampoco
hay noticias de Oviés. Sin embargo,
un despacho de abogados, para demandar a la compañía, desentierra el cuerpo de
un marinero y lo hace pasar por Oviés. Aunque no se lleva los 75.000 dólares
que pide, sí que consigue dinero.
La madre de Juan, mientras, envía una carta a la empresa, en la que pregunta por su hijo. Nada. Con el tiempo, le llega otra carta: se ha recuperado el cuerpo, pero se encuentra en un estado de descomposición tal que lo han devuelto al mar, como se hace en esas situaciones. Tiene derecho a cuatro días de indemnización. Los cuatro días de trabajo.
Víctor
Peñasco, María Josefa y Fermina
Joaquina Ocaña, familiar de
Fermina, aún guarda recuerdos de ellos. Víctor Peñasco murió en el naufragio. Su mujer,
Josefa, y la doncella Fermina Oliva sobrevivieron. Una familiar de esta última,
Joaquina Ocaña, cuenta que Fermina narró el naufragio a sus padres y ellos se
lo contaron a ella. Como muchos otros cuerpos, el de Víctor Peñasco nunca fue
encontrado y al parecer la familia tuvo que hacer pasar el cadáver de otra
víctima por el del Víctor y, además, comprar el certificado de defunción. En él se confirma la muerte de Víctor, el 15
de abril de 1912, ahogado por el naufragio del vapor inglés «Titanic» en el
mar. Se dice que fue de muerte súbita. Su lugar de enterramiento es el
cementerio de Fairview, Halifax (Nueva Escocia).
Servando
Oviés
Murió
en el naufragio. Era un asturiano que había emigrado a Cuba cuando adolescente. Involucrado en el negocio textil, había vuelto a España en un
viaje de negocios para buscar telas y volver con ellas a La Habana.
No sobrevivió y su cuerpo nunca fue encontrado. Para cobrar la indemnización, un despacho de abogados cogió el cadáver de un marinero, que había sido enterrado.
No sobrevivió y su cuerpo nunca fue encontrado. Para cobrar la indemnización, un despacho de abogados cogió el cadáver de un marinero, que había sido enterrado.
Emili
Pallás
Sobrevivió. No
todos pudieron subir a los botes salvavidas. El catalán Emili Pallás no era de
los elegidos, pero era demasiado intrépido como para morir en el naufragio más
famoso de la historia. Se tiró a un bote, se escondió en él y, a pesar de
romperse un pie, salvó la vida. Tras llegar a EE UU pudo regresar España y
continuar viviendo en Lérida. Siempre cojeando.
Además, en el Titanic viajaron también los españoles Julián Padró,
Florentina y Asunción Durán y Encarnación Reynaldo que consiguieron salvarse,
llegar a Nueva York y continuar con su vida.
Recogido de larazon.es
El libro parece estar bien incompleto porque no narran que el matrimonio PADRO después fueron a residir a La Habana. Florentina ( a quien todos le llamaban Florinda) falleció primero –esta enterrada en el cementerio Colon- y Julian falleció en el 1968.. Asuncion , la hermana de Florentina, habia regresado a Barcelona.YO los conoci. Eran vecinos y amistades nuestras. Pienso que anteriormente te habia enviado la histoira de ellos cuando yo era una niña.
ResponderEliminarMaria Teresa
Quizá el libro si relate lo sucedido a todos los españoles viajeros del Titanic, y el periodista que escribió este reportaje basándose en dicho libro se limitó a relatar las historias que más le impresionaron. Recuerdo ahora lo que me contaste sobre la familia Padró, y ha sido mi falta de memoria anoche la que me impidió agregarlo a esta entrada que reproduje de La Razón, Madrid.
ResponderEliminarMe impacto la historia. A pesar de conocer la historia del Titanic no conocía ninguna de las personas. Y me pareció increíble la información acerca de la pareja desde que llegaron a los lujosos hoteles en paris hasta que se subieron al barco medio a escondidas.
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