El Cucalambé
y la Virgen de La Caridad
Marlene María Pérez Mateo
Cuba, delicioso Edén
perfumado por tus flores,
quien no ha visto tus amores
ni vio luz ni gozó bien...
Estos cuatro versos de un total de diez de una de las estrofas más tipificadas en Cuba, nacieron de la pluma de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, "El Cucalambé". Quizás estas otras que a continuación cito, hagan también a muchos hacer un ejercicio de memoria:
En la orilla floreciente
que baña el río de Yara,
donde limpia, fresca y clara
se desliza la corriente.
Donde brilla el sol ardiente
de nuestra abrasada zona,
y un cielo hermoso corona
la selva, el monte y el prado,
iba un guajiro montado
sobre una yegua trotona.
Don Juan Cristóbal nació, vivió y creemos murió en Victoria de las Tunas. El área de Cuba donde mejor se dan los cactos, comúnmente llamados tunas.
Pues bien, así como la planta espinosa, su existir fue contrastante y enigmático. Su desaparición física un misterio donde hay mucha tela por donde cortar. No menos ciertos son sus logros en el cultivo de la décima, versificación de origen ibérico pero adoptivamente cubana. Como buen cultor, encontró en ella tema y recipiente.
Uno de ellos, "La Virgen de la Caridad". Hacia 1860 salieron de su pluma estas rimas que con buen agrado comparto:
Cuando yo, inocente niño,
en el regazo materno
era objeto del más tierno
y solícito cariño;
cuando una mano de armiño
me acarició en esa edad,
mi madre con ansiedad
más grata y más fervorosa,
me habló de la milagrosa
Virgen de la Caridad.
Tratábame sin cesar
de esa imagen bendecida,
por milagro aparecida
sobre las olas del mar,
y oyendo yo relatar
de su aparición la historia,
la conservé en mi memoria
desde la ocasión aquella,
y soñaba ver en ella
un astro de eterna gloria.
Pasó mi niñez florida,
llegué a ser adolescente
sin borrarse de mi mente
esa imagen bendecida.
Y en esa edad de mi vida
para mi mayor ventura,
supe que esa imagen pura,
santa emanación el cielo,
era el amparo y consuelo
de toda infeliz criatura.
Supe que, clemente y pía,
consoladora del pobre,
allá en la Sierra del Cobre
su santo templo tenía.
Supe que allí residía
desde su primera edad
la imagen que a voluntad
de un Dios supremo, infinito,
trajo a sus plantas escrito
el nombre de Caridad.
Marlene María Pérez Mateo,
Enero, 2012
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