21 de noviembre de 2011

VICTORIA HISTÓRICA, ENORME RESPONSABILIDAD


Victoria histórica,
enorme responsabilidad
Luis Ventoso
ABC, Madrid

 En sus ocho años de gira por el purgatorio, Mariano Rajoy se encomendó a la manida divisa celiana: «El que resiste gana». Y así ha sido. Anoche llegó a meta con una victoria histórica, la segunda mayoría absoluta más holgada. Pero su travesía a los laureles ha resultado espinosa; habría arrojado a la cuneta a otro corredor de sangre más impulsiva. Paciente, a veces hasta lo desconcertante, Rajoy sabía que el tiempo acaba por anestesiar los golpes más duros. Y él había recibido dos reveses de los que ponen a prueba la templanza.

En el 2004, cuatro días antes de las elecciones, el candidato comentaba en un corrillo que de no mediar “algo extraordinario” iba a ganar. Pero ocurrió lo impensable: un atentado genocida y aquella torticera celada informativa que le tendió el adversario noqueado anoche, Rubalcaba, un político sobrevalorado, que ha firmado el peor resultado de sus siglas.

Luego, en 2008, a Rajoy lo derrotó la telegenia. Zapatero, que ocultó sin escrúpulos la infección económica, ofreció una imagen más contemporánea en los debates y venció. Doble derrota. Pronóstico crítico y un gesto inolvidable, que resumía todo: el abrazo conmovedor de su mujer en la hora más amarga. Rajoy hubo de afrontar entonces la contestación en el seno de su partido, aquello del “nasty party”. También lograría sortear ese fuego amigo, siempre a su manera: tiempo al tiempo, silencios, largas cambiadas, pero la brújula firme.

A sus 56 años, es el presidente que llega a La Moncloa con la hoja de servicios más completa. Ha conocido la vida municipal en la Diputación de Pontevedra, la autonómica en la Xunta y un carrusel de carteras ministeriales (Administraciones Públicas, Presidencia, Educación e Interior). Es un routier, domina las calderas y se ha curtido en envites ásperos (le cayó el embolado del Prestige, ETA, el pico de las pateras y hasta la limpieza interna del PP, donde son leyenda sus comidas con carta de cese, en las que acreditó una diplomacia galaica que hacía que el defenestrado casi le diese las gracias).

Pero nada se sabe de la pasta de un gobernante hasta que se sienta en la exigente silla de la última decisión. Rajoy pondrá a prueba su fibra en una coyuntura agónica. El reto le exigirá iniciativa, para acometer ya -no en enero- reformas hondas. Diplomacia, para pedir árnica al tándem Merkozy. Entereza, para sobrellevar el pulso de la calle, donde cierta izquierda intentará suplantar a las urnas. Y grandeza de espíritu, para con mano tendida ayudar a bajar al PSOE del monte, posibilitando acuerdos que regeneren la democracia y cicatricen los desgarros territoriales (lacerante el resultado de Amaiur, inquietante la crecida de CiU).

Es de temer, sin embargo, que el éxito o fracaso de Rajoy se dirimirá en Berlín. Si la crisis de euro es reversible, tendrá cancha para lucirse. Si Alemania ha medido mal, se ha mirado demasiado al ombligo y el genio se le ha escapado de la lámpara, el sentido común de Rajoy será como echar gasolina a un coche con ruedas pinchadas.

Suerte. Porque la suya es la de España.

foto: La Razón, Madrid.

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