Bajo este eufemismo que se ha impuesto desde hace algún tiempo, los cristianos aceptamos llegar a la Navidad con todo el simbolismo que ella encierra para nuestra Fe. Al mismo tiempo, nos hemos resignado a que ella no se mencione pues es casi políticamente incorrecto hacerlo en público.
¿Qué ha ocurrido en este país, que fue creado invocando a Dios con un inequívoco ancestro cultural judeo-cristiano? En aras de supuestamente evitar ofender a minorías insignificantes, se nos despoja de lo nuestro para dar paso a una temporada que se inicia con el Día de Acción de Gracias -al que no se han atrevido aun a tocar- para rematar con las “felices fiestas”, término que se considera inocuo ante la sensibilidad de quienes profesan otras creencias.
Para los cristianos, que somos abierta mayoría en Estados Unidos, la Navidad, junto con la Pascua de Resurrección, es una de las festividades más importantes del calendario litúrgico. Ella conmemora nada menos que el nacimiento de Jesús, que se hizo hombre para venir a redimirnos y mostrarnos el camino hacia la vida eterna. En solo apenas tres años de apostolado, nos dejó un legado que perdura por más de dos mil, desde sus inicios en Galilea hasta la universalidad actual de su Iglesia.
En este contexto, la Navidad no es una mera “fiesta” como se pretende trivializarla o una temporada de vacaciones y de ventas especiales para el comercio. Es en cambio un amanecer para la humanidad, que anualmente se renueva con la esperanza de la verdadera vida que aguarda a todos los que siguen su mensaje y enseñanzas.
La celebración con el despliegue que amerita esta fecha grandiosa y trascendente para la cristiandad no puede significar un atropello o un agravio para nadie. Al contrario, ella es una invitación sin exclusiones a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a deponer las barreras y odiosidades que nos separan y aíslan. Este llamado es así parte de la misión evangelizadora que se nos encomendó para llevar la Buena Nueva a todos los rincones del mundo.
Quienes se resienten de dicha misión, que es de paz y amor, reflejan la intolerancia que todavía existe en países que han abolido toda expresión de religiosidad, otros que no toleran sino aquella de carácter oficial y algunos donde se quiere imponer una secularización a ultranza para señalar el laicismo del Estado, que no se cuestiona.
Ante estas circunstancias, los cristianos no podemos hacerle el juego a quienes desean borrar cualquier manifestación pública de la Navidad. En este sentido y aunque pudiera parecer un gesto sin importancia, por ejemplo, las tarjetas de saludo así como los papeles en los que envolvamos los regalos a los seres queridos y amistades debiéramos escogerlos entre aquellos que tengan motivos o que hagan alusión a nuestra gran fiesta que es la Navidad. Los cristianos tenemos el deber de reponerla en el sitial que le corresponde y que tuvo hasta hace muy poco.
Reproducido del Diario Las Américas, Miami
*El autor es profesor de la Universidad de Miami y ex Embajador de Chile en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la OEA.
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