Te sigo, mi Rey,
porque me hablas desde el amor y con amor
cuando más te necesito.
Porque ante la mentira que me confunde,
te muestras con la claridad de la verdad
con la justicia tendida de tu mano
con el cetro de tu autoridad.
Te sigo, mi Rey,
porque tu nacimiento
fue felicidad para el mundo,
tus palabras fueron bálsamo para el pobre,
porque tus gestos hicieron que muchos
no se sintieran abandonados.
Te quiero, mi Rey,
porque amaste
hasta extenuarte en una cruz
y, como Rey que sirve,
desde ese trono de madera
perdonaste con palabras de misericordia.
Y venciste la muerte, a tu muerte,
a nuestra muerte.
Te quiero, mi Rey,
porque ante tanto desaliento y dudas,
nos animas a formar parte de tu pueblo.
¿Me aceptas, Señor?
Soy mediocre, pero daré la cara por Ti.
Tengo pocas fuerzas,
pero todas serán tuyas.
No estoy acostumbrado a luchar
con las armas que Tú me propones:
el amor, el perdón, la mansedumbre,
la humildad, la pobreza de espíritu….
pero sé, mi Rey, que contigo al frente
podré llegar a ser
un buen defensor de tu Reino.
Javier Leoz,
betania.es
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