Lo que aprendí
después de jugar Pokémon 24 horas
Francisco Miguel Espinosa,
El País, Madrid
Dicen que cuando algo es gratis, tú eres la
mercancía y de lo primero que te avisa Pokémon Go tras descargártelo es
que, va acceder a la cámara, la ubicación y el correo. Pero eso no nos importa
porque ya se nos ha ido la cabeza con esta aplicación que te hace recorrer las
calles mirando la pantalla del móvil, (aunque de todos modos si no miramos Pokémon
Go, miraremos Instagram). Eso sí, no voy a negar que la aplicación me tiene
envuelto en un aura desde primeras horas de la mañana.
Emoción. Aparece mi primer Pokémon: un Rattata
cerca de mí. Pulso sobre el icono del bicho y salta desde los arbustos de la
calle en la que paseo a mi perro. La cámara se activa y ahí está, invadiendo mi
realidad. Me siento como dentro de una escena eliminada de ¿Quién engañó
a Roger Rabbit? con ese muñeco de dibujos animados. Comienzo a agitar
el dedo sobre la pantalla. Lanzo la Poké Ball y fallo. Vuelvo a
lanzar y ¡oh, no!, fallo. El Rattata debe de estar partiéndose de risa. Muevo
el teléfono y el bicho se queda más o menos en el mismo sitio, dando saltitos y
provocándome para que lo haga de nuevo mal.
En el lado superior derecho
de la pantalla hay una pestaña que responde ante las siglas de RA. Se trata de
la famosa realidad aumentada, ya saben, el Santo Grial de nuestra era. Ahora
imáginense en el medievo enfocando con un supuesto teléfono a una condenada
para saber si es o no una bruja. Estoy seguro de que habría habido una
aplicación para ello.
Tras lanzar un par de Poké Balls, atrapo
al dichoso Rattata y lo añado a mi Pokédex. La aplicación se
bloquea tras un rato paseando bajo el sol de medio día, y a mi alrededor solo
están los ojos atónitos de los transeúntes que me contemplan con cara de
póker(mon). Arranco de nuevo y me dirijo al centro comercial que hay cerca de
mi casa, resulta que el la app es ¡un gimnasio!.
Lamentablemente cuando llego, pulso sobre el
icono y aparece el simpático profesor Oak, bien cachas, y me anuncia que
tengo que alcanzar el nivel 5 para entrar a pelear, de modo que hasta dentro de
un tiempo (dependiendo de mi enganche) no habrá opción de combatir, por lo que
el ambiente se torna de nuevo pacífico. (Esto hace que me pique todavía más el
gusanillo). Continúo caminando por la calle y recorriendo las fuentes,
estaciones de tren y monumentos. Mi único cometido es no perder el ansia de
cazarlos a todos y seguir el instinto Pokémon.
Ya es por la tarde, voy por el metro cazando Zubats
y Ekans (murciélagos y serpientes Pokémon), veo como en los
lugares oscuros aparecen Pokémon de cueva. A las afueras, solo de campo y algún
que otro Meowth (el Pokémon que parece un gato) y que el centro de la
capital está invadido por Pokémon pájaro y Mankeys. Algo que me llama la
atención. Puede que la compañía nipona piense que en España somos algo
chimpancés y ante los problemas (escuchad nuestro lema),
ahuecamos el ala.
El día va llegando a su fin cuando llego a la
plaza de Sol, punto de encuentro por antonomasia, y veo tanta gente con las
miradas fijas en sus teléfonos que no puedo evitar pensar que todos estamos en
el mismo mundo Pokémon. Parece buena idea subir hasta el Templo de Debod
y con la excusa de que es una Poképarada, contemplar el atardecer (por
supuesto, a través de la pantalla) y ver qué capturo por allí. Justo después,
me pongo delante de una chica para tratar de cazar a otro. Ha sido divertido.
Ella también lo estaba haciendo. ¿Se ligará con esto, verdad?.
Con este nuevo tipo de aplicación me he llevado
un par de cosas, (además de lo de filtrear gracias a las Poké Balls),
que tengo nostalgia de mi Game Boy Color; que mucha gente juega a Pokémon Go,
muchísima, y que además, no son frikis ni Amos del Calabozo, sino chicas
y chicos con aspecto de no ser devotos de engancharse a ningún juego. Nintendo
ya sabía esto. Sabía que su realidad aumentada nos iba a tener a todos
comiendo de la mano.
Todos estamos jugando a
Pokémon Go porque su formato es novedoso. Aunque quizás, los que nos criamos
con la primera generación de Pokémon perdamos el interés al cabo de un par de
semanas por la cantidad desorbitada de bichos absurdos que hay ahora. Y
probablemente, en un futuro inmediato, salvo los grupos que se organicen en
equipos y se sientan el ‘Team Rocket’, Pokémon Go quedará simplemente para
hacernos fotos con los Pokémon mientras tomamos unas cañas.
Después de todo el día con el móvil pegado a la
mano, también me he dado cuenta de que la dichosa aplicación chupa una cantidad
indecente de datos. Casi me echo a llorar cuando el Pokémon Gyarados me
muestra el estado de la barra de carga. Ahora mismo me pregunto si compensa
tanta nostalgia. Aunque bueno, ya se empieza a bromear con que Carmena,
la alcaldesa de la Comunidad de Madrid, quiere poner un autobús exclusivo
para recorrer las Pokeparadas. Asombroso. Porque queridos aficionados a Pokemon
Go, ahora surgirá la moda en la que reunirte con los amigos ya no será quedar,
sino Pokedadas. No será echarse unas risas, sino echar un torneo, y las
zonas emblemáticas de tu ciudad no tendrá fama de ser culturales, sino de ser
Gimnasios Pokémon.
Conclusión: si algo he aprendido capturando
Pokémon durante mis horas diurnas y nocturnas es que, a todos nos mueve
sentirnos niños otra vez. Por eso, quizás, los entrenadores Pokémon siempre eran
niños. Por eso los adultos (El Team Rocket), nunca vencían. Por eso Nintendo
puede convertir al mundo entero en un patio de recreo. Porque en el fondo,
seguimos queriendo hacernos con todo.
Ya he agotado todas mis baterías externas e
internas. El pokémon me avisa que es hora de dormer.
Excelente análisis del senor Espinosa.Gracias Lolin por incluirlo en el blog.,Marlene M
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