¿Un “cubano” en la Casa Blanca?
Carlos Alberto
Montaner
Donald Trump, víctima
de un acceso de furia, había decidido no acudir a un debate entre republicanos
de la cadena Fox. Ante esa circunstancia, a Chris Matthews, notable periodista
de la televisión norteamericana, se le escapó frente a la cámara un comentario
racista: “¿quién quiere ver una discusión entre dos cubanos?”. Luego presentó
excusas y pidió que lo perdonaran.
Se refería a los
senadores Marco Rubio de Florida y Ted Cruz de Texas, dos de los candidatos
favoritos, hijos de cubanos. Los padres de Rubio son unos laboriosos
inmigrantes de origen humilde, mientras los de Cruz lo forman un matrimonio
mixto. Él es un ingeniero cubano convertido en pastor evangélico y ella una
estadounidense nacida en Delaware. Cruz ni siquiera habla español.
En
efecto, como entonces se dijo mil veces, si hubieran sido dos judíos, dos
afroamericanos o dos viejos anglos blancos,
Matthews no se hubiese atrevido a decir una cosa así. Tampoco si se hubiera
tratado de dos mujeres, dos homosexuales, o dos religiosos. El freno de la
“corrección política” habría funcionado de manera automática e instantánea.
En todo caso, el periodista
norteamericano mentía. Ni Rubio ni Cruz son cubanos. Son absolutamente
norteamericanos. Llevan en su memoria social el equipamiento necesario para
asumir de manera auténtica la identidad que el país les otorga a sus habitantes
naturales: el conocimiento absoluto de la lengua, el relato histórico, los
mitos y leyendas, los cantos infantiles, la literatura y la cultura popular.
Todo.
Sólo que tienen algo
más. Como buenos nativos del país, asumen “el discurso” de Estados Unidos desde
cierta perspectiva e influencias extranjeras. Eso sucede siempre. ¿Cuánto de
Irlanda había en la personalidad norteamericana de John F. Kennedy? Los abuelos
de Trump nacieron en Alemania (el apellido originalmente era Drumpf) y, aunque
no tendría sentido presentar al candidato como un germano-americano, ¿por qué
creer que ningún elemento de su naturaleza y comportamiento procede de ese
origen por vía del aprendizaje?
A mi juicio, el matiz
cubano de los antecedentes familiares de Rubio y Cruz, al margen de la otra
gran lengua y cultura del Nuevo Mundo, lo que nunca está de más, les agrega un
elemento valioso desde el punto de vista moral y los hace portadores de
personalidades complejas, como le sucede a cualquier persona que crece en un
ámbito sacudido por una experiencia estremecedora.
Han escuchado en sus
casas las trágicas historias de una sociedad devastada por el totalitarismo y
el mal gobierno –sus familias han sido víctimas de este modo monstruoso de
estabular a la sociedad–, y seguramente le conceden un valor especial a la
libertad individual y al rule
of law. Aprendieron que donde no se respetan las leyes y las
instituciones todos están abocados a la catástrofe en algún momento de la vida.
Supongo que a Bernie
Sanders, muy familiarizado con el Holocausto por su condición de judío, le
sucede algo similar. Su padre perdió a unos cuantos familiares polacos durante
la barbarie nazi. Los asesinaron. Esa oculta cicatriz en el corazón de Sanders
seguramente no le sobra si le tocara gobernar.
Él sabe, en carne
propia, o en la de sus parientes lejanos, el peligro de la gente dogmática
dispuesta a imponer sus prejuicios a sangre y fuego. Ese triste bagaje, como el
que se transmite en los hogares de origen cubano, es útil a la hora de ejercer
el poder, especialmente hoy que en el Medio Oriente se alarga la sombra
criminal del Estado Islámico.
Es curioso que el
presidente Obama esté a la búsqueda de su legado. Lo tiene desde el momento
mismo en que resultó elegido. No ha sido el mejor presidente, y no hay duda de
que ha cometido numerosos errores en la conducción de la política exterior,
pero, junto a un desempleo por debajo del 5%, le deja al país el hecho
importantísimo de haber roto con la tradición de enviar siempre a la Casa
Blanca a varones blancos de origen más o menos “anglo-sajón”. Él fue el
primero.
Su elección encajó en
la realidad norteamericana actual, mucho más variada y mestiza, en la que no ya
no caben los viejos estereotipos. De ahí que en las elecciones generales del
próximo noviembre, si la candidatura de Donald Trump es derrotada en el proceso
de primarias del partido republicano –algo que muchas personas inteligentes
desean ardientemente por el bien del país–, y si se mantiene la tendencia
observada en las primarias de Iowa, es probable que se enfrenten un norteamericano
de padres cubanos y una mujer o un judío.
¡Viva esa democrática
variedad!
© El Blog de Montaner
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