Glamur
entre ruinas
Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba.- CUBANET - En la mente de
Karl Lagerfeld, el director creativo de Chanel, la célebre casa de modas
parisina, puede que haya una versión muy particular de Cuba.
El país que está presente en sus
neuronas es probable que incluya el de las ruinas que singularizan el entorno
capitalino, el de la gente que vive dentro o a unos pasos de esos monumentos a
la desolación y el de los olores que emanan de los ríos de aguas albañales y
latones de basuras desbordados.
Al margen de este breve repaso por
la geografía del desastre, para el reconocido diseñador La Habana es uno de
los lugares escogidos para presentar la colección Cruise (Crucero), el próximo
3 de mayo.
La elección se fundamentó, según un
comunicado oficial de la compañía, debido a “la riqueza cultural y la apertura
del país al mundo, que lo hacen una fuente de inspiración”.
Los planos generales de esos
submundos donde habita el proletariado con sus carencias y desesperanzas son,
desde la perspectiva del multimillonario de origen alemán, una evidencia
incontrastable de lo exótico que puede llegar a ser el socialismo de ordeno y
mando instalado en el Caribe insular.
Me imagino la probabilidad de una
sesión de fotos de los modelos, con sus vestidos extravagantes, en el patio de
algún solar de la Habana Vieja o delante de un edificio con las huellas de sus
desaparecidos balcones, la mugre por doquier y sus inquilinos mirando el show
como una intempestiva visita de extraterrestres.
Hace pocos meses, la cantante
Rihanna lo hizo con tremendo desenfado en los predios de un apartamento en la
plenitud de su decadencia. Su cuerpo, bocabajo y sin ropas sobre una vieja
cama, publicado en la revista Vanity Fair, contrastaba con el fondo de paredes
sin pintar y otros detalles que daban constancia del estado ruinoso del sitio.
El arte tiene sus misterios y la
Cuba de la segunda década del siglo XXI parece ser el parque jurásico que
buscaban los expertos en marketing para escalar hacia mejores posiciones en el
mercado.
Así que más allá de La Maison, con
su glamorosa ambientación para el tipo de espectáculo que suele presentar por
el mundo Karl Lagerfeld, existe un mundo siniestro para quienes lo habitan,
pero evidentemente muy atractivo para los más ilustres personajes del
espectáculo a nivel internacional.
Con estas visitas, la pobreza
endémica y la represión en todas sus variantes se encaminan a una mayor
relativización.
Son hechos que hay que aceptar por
encima de las desilusiones y la imposibilidad de intervenir para cambiar los
derroteros de una dinámica con el cuño de la irreversibilidad.
La nomenclatura está a su aire.
Enfrascada en el papeleo para un retiro en los remansos del capitalismo de
Estado que se construye tras las coreografías patrióticas y los cortejos a las
superestrellas del arte y el glamour
de la vieja Europa y del vecino del Norte.
Lagerfeld tal vez no sepa nada de
la transición ni de sus largas pausas. Su interés es esencialmente artístico.
No tiene tiempo de fijarse en las interioridades del sistema. Le basta con un
espacio entre las ruinas para exhibir sus últimas creaciones.
Se trata de los últimos capítulos
de la tragicomedia que montaron los barbudos de la Sierra Maestra, apenas
tomaron el poder en 1959.
Su despedida nada tiene que ver con
los manuales de Marx y los acordes de La Internacional. Se rumora que Sting,
Stevie Wonder y The Rolling Stones ya tienen pasaje para protagonizar, durante
2016, sendos conciertos en La Habana.
A tono con el deslumbre por el
último reducto de la izquierda cavernícola en el hemisferio occidental,
Lagerfeld prepara su show para el verano que viene y la Princesa Carolina de
Mónaco llega estos días con la intención de ver in situ los ensayos de la obra que protagonizará el Ballet de
Montecarlo en La Habana.
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