Los humanos, cada vez mas asilvestrados*
Manuel
Trillo, abc.es
*El título original de este artículo se refiere a “los
españoles”,
pero sus comentarios bien pudieran incluir a
otros muchos países del mundo actual
«Sin el conocimiento y la
práctica de las leyes que la moral prescribe, no puede haber entre los hombres
ni paz, ni orden ni felicidad». Así comenzaba el célebre “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras”,
escrito a mediados del siglo XIX por el venezolano Manuel Carreño, algo así como la biblia del comportamiento cívico.
Puede que las costumbres hayan cambiado, pero el espíritu de aquel decimonónico
catecismo de los buenos modales tal vez siga siendo necesario en la España de
2015.
La buena o la mala educación
no aparecen reflejadas en las estadísticas del INE ni en los barómetros del
CIS. Tampoco las valoran las pruebas PISA con que la OCDE evalúa a los
estudiantes adolescentes. Y, sin embargo, es algo que nos afecta a todos de forma directa en nuestro día a día.
Palabras
malsonantes forman parte del lenguaje habitual en los medios de comunicación;
el tuteo ha arrinconado a la palabra usted hasta convertirla en un arcaísmo;
que alguien acuda en camiseta a un acto solemne ya no sorprende a nadie, y
ceder el paso o el sitio en el autobús, sea a un hombre o a una mujer y tenga
la edad que tenga, lleva camino de convertirse en una extravagancia. A todo ello se suma ese universo paralelo que
es el mundo de las redes sociales, donde bajo la máscara de un avatar se
vuelcan los improperios más soeces.
El
sistema educativo
El sociólogo de la Universidad de Navarra Alejando Navas advierte
de un «asilvestramiento» de las nuevas
generaciones de españoles. Lo atribuye a múltiples factores, y el tipo
de educación es uno fundamental. Según Navas, se aprecian los ecos de la pedagogía «antiautoritaria y
emancipadora» que se impuso en Europa en los 60 y 70, y que en España se
sumó a partir de 1975 al ansia de dejar atrás el espíritu de obediencia del
franquismo. La sociedad se hizo
refractaria a las normas o pautas y, en la educación, desde el jardín de
infancia se abogaba por «la espontaneidad» del niño y por prescindir de
programas y materias fijos. «Muchos padres educados de forma autoritaria
querían para sus hijos otra cosa», explica. Pero eso ha llevado a cierta
«inseguridad» de los progenitores al educar a sus vástagos y, al privarles de pautas por las que regirse,
les han causado «desorientación». «No se atreven a imponerles nada» y
los jóvenes acaban creciendo «sin normas ni modales», advierte.
«No se puede vivir en la pura espontaneidad trasgresora»
Esa falta de referencias
hace que muchos no sepan cómo comportarse en sociedad y que en las ciudades se
hayan tenido que aprobar ordenanzas cívicas que prohíban algo tan básico como
orinar en la calle. «Una vida social
sin pautas de comportamiento es insoportable», señala el sociólogo de la
Universidad de Navarra, que advierte: «La jungla no es un entorno para una vida
social viable; no se puede vivir en la pura espontaneidad transgresora, hay que
adoptar pautas».
El experto en protocolo Gerardo Correas, por su parte, no cree
que los españoles sean «ni más ni menos» educados que décadas atrás; son «distintos», afirma. Los cambios
de costumbres hacen que «aumente la sensación de que el pasado siempre fue
mejor», pero muchas de las buenas
maneras que se han perdido están más bien «relacionadas con la sociedad feudal»,
sostiene. De hecho, destaca que el
nivel cultural ha mejorado mucho en los últimos 50 años y eso hace que estemos
«mejor educados». Pero no duda del cambio de hábitos. Como ejemplo,
apunta que «en los 50 se trataba de usted a los padres, cosa impensable hoy».
«Hay que saber adaptarse a los tiempos», señala Correas, presidente del Grupo
Escuela Internacional de Protocolo.
Vestimenta
También en la vestimenta ha
habido transformaciones. «A la
universidad en los años 50 se iba con corbata», recuerda, mientras que
hoy incluso «se aconseja no acudir a la oficina con corbata para ahorrar aire
acondicionado y crear un ambiente distendido».
Pero sí defiende que haya
«determinadas formas de vestir en determinados sitios». En este sentido, a
Gerardo Correas le parece tan «fuera de lugar» que en 2004 los sindicalistas no
fueran en chaqué a la boda de los entonces Príncipes de Asturias «como ir a un
mitin de la UGT en esmoquin».
Internet
y el móvil
La popularización en las
últimas décadas de nuevas herramientas de comunicación, como los teléfonos
móviles y las redes sociales, ha revolucionado las costumbres. «Mucha gente
está ahora inmersa en el mundo digital, entre auriculares y pantallas, y pierde
facilidad en el trato cara a cara», señala Alejandro Navas. De hecho, cita un
congreso de psiquiatría en EE.UU. en el que se puso de manifiesto cómo «los jóvenes se han vuelto inhábiles para el
cortejo, para el ligue, porque les falta vocabulario». Además, las
comunicaciones a través de internet permiten estar «a cubierto», mientras que
en el cara a cara es «más arriesgado». Incluso se pueden «fingir identidades».
«No
es culpa de las redes sociales sino de las personas»
El presidente de la Escuela
Internacional de Protocolo reconoce que las nuevas tecnologías
generan «total desconcierto e incertidumbre». «De todos es conocido que no podemos sacar un móvil en una comida, a no
ser que esperemos una llamada urgente y no hayamos avisado. Sin embargo,
pasamos por alto la exigencia de una respuesta inmediata ante un email o
wwhatsapp», señala. «La misma libertad que tiene alguien para llamarte a la
hora que quiera es la libertad que tú tienes para responderle». Asimismo, cree
que si alguien hace mal uso de las
redes sociales y pierde las formas «no es culpa de las redes, sino de la
persona».
Falta
de vida familiar
Antes se consideraba una
falta de respeto llamar a una casa a la hora de comer. Pero ahora se llama al móvil a cualquier hora. El
problema, para Alejandro Navas, es que «ya
no se come ni se cena en familia», algo «grave», puesto que la familia
es «la primera instancia socializadora». La mesa es donde los niños «aprenden
modales, a compartir y respetar, se fijan en los mayores, cómo se tratan y
hablan entre sí, es decir, es donde
aprenden criterio. Si eso no se da, salen con un déficit tremendo»,
explica.
«De
nada vale la escuela si no se corresponde con la familia»
La presidenta de la
institución de enseñanza SEK, Nieves
Segovia, señala que la sociedad «ha externalizado» en el sistema
educativo la formación cívica, cuando debería ser cuestión de la familia y del
resto de la sociedad. «Poco puede hacer
la escuela si luego lo destroza la televisión o no se corresponde con la
familia», opina. Segovia piensa que «no se puede dar clase de valores,
eso es absurdo». En su opinión, la escuela ha de «asumir y representar» esos
valores, como el respeto.
No obstante, la profesora y
coordinadora de los programas internacionales en la Universidad Camilo José
Cela, Ángeles Bueno, destaca que
hay procedimientos educativos para «fomentar en la persona un desarrollo más
global y cívico», como el aprendizaje cooperativo, que a través de la
realización de tareas en grupo potencia su sentido de la responsabilidad y sus
habilidades sociales, entre otras.
Sin
cultura del esfuerzo
Con todo, el profesor Navas
alerta del «menosprecio del esfuerzo»
que se ha instalado como otra de las causas del «asilvestramiento». Como
ejemplo, comenta cómo los jóvenes con notas brillantes, cuando los periodistas
les preguntan cuánto tiempo dedican al estudio, responden de forma invariable
que no mucho, que la clave está en que se organizan bien. «Está mal visto estudiar mucho. No
puede presumir de ello, tiene que esconderse, y eso es alarmante», subraya. En cambio, en el mundo asiático
triunfar en el colegio es algo «importantísimo, una cuestión de orgullo para la
familia». «Eso se ha perdido en Europa y, por supuesto, en España, donde ha
habido un deterioro escolar. Y eso refleja en el resto de aspectos de la vida»,
lamenta.
Un
lenguaje vulgar
Navas reconoce que hay una creciente tendencia al tuteo. Aunque
considera positivo rechazar el autoritarismo y el exceso de formalismo hueco,
cree que otra cosa es el «coleguismo» y la supresión de todo tipo de
diferencias, porque «sigue habiendo jerarquías». Además, el discurso público «se vulgariza» y «es
lamentable el griterío, los insultos, la falta de rigor» en los debates en los
medios de comunicación, indica.
El tuteo está relacionado
con otro rasgo de la cultura moderna: la exaltación de la juventud. En la
sociedad tradicional se valoraba a los ancianos y se desconfiaba de la novedad,
pero el mundo moderno occidental ha cambiado ese paradigma y ahora «mira al
futuro y desconfía del pasado», de modo que se impugnan las tradiciones y «se privilegia al joven», fomentándose la
rebeldía, la autonomía y la transgresión, señala Navas. Y esto es algo
que se puede ver también estos días en el mundo de la política, apunta.
«Se abusa del tuteo»,
coincide Gerardo Correas, aunque en su opinión «responde a una mayor naturalidad
y una mejora de la comunicación, sin que eso suponga una pérdida de respeto ni
de modales».
Igualdad
o descortesía
El afán por respetar la
igualdad de sexos también ha alterado las costumbres y ha sembrado ciertas
dudas en el trato con las mujeres. «Ahora uno no sabe cómo hacer: si le cedo la
puerta a una mujer o pago yo, puede ser considerado machista. Pero si no lo
hago, puedo ser poco caballeroso. Es un momento
de cambio cultural que provoca inseguridad», señala.
Frente
a otros países
En comparación con otros
países europeos, estaríamos en un punto medio entre el civismo extremo de los
países escandinavos, donde «da reparo tirar un hueso de cereza no ya en la
calle, sino en el campo», y ciudades mediterráneas como Nápoles o Atenas, que
son un «caos». España está bien porque
la vida, aunque no sea «tan perfecta» como en los países nórdicos, está bien
resuelta al tiempo que «se mantiene la humanidad». «Tenemos un nivel de
vida aceptable y alegría de vivir. De hecho, Madrid es el destino número uno
para los corresponsales extranjeros y los diplomáticos», resume.
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