Carta a
Santa Teresa, con posdata cubana
Orlando González Esteva
Santa de Teresa
de Jesús, cumples 500 años y a mí se me ocurre que esta festividad tome un
rumbo extravagante, como si lejos de desandar alturas y profundidades de mano
de la Iglesia de la que eres doctora, y de los medios literarios, entre los que
cuentas con tantos devotos, no me animara más ilusión que sorprenderte y,
acaso, divertirte, como corresponde a toda conmemoración de esta índole, máxime
cuando se trata de una cumpleañera cinco veces centenaria, propensa a la
alegría y nada ajena al humor. También entre los pucheros anda el Señor
dijiste cuando, sartén en mano, te sorprendieron extasiada entre ellos.
Vivo sin vivir en mí, confesaste, haciéndote eco de una copla y glosándola, y ese vivir
fuera de uno mismo, incomprensible en lo racional más romo, está lleno de
lógica y encarna un estado de ánimo más común del que se sospecha:
Se desprendía la tarde de la tierra.
Me despedí de mí, me di la mano.
Me quedé en la ventana
mirándome partir.
Me despedí de mí, me di la mano.
Me quedé en la ventana
mirándome partir.
El
testimonio de Eduardo Carranza, poeta colombiano, revela una escisión de la
persona de la que otro escritor, en este caso argentino, también dio fe: Al
otro, a Borges, es a quien le suceden las cosas... No sé cuál de los dos
escribe esta página.
Entre
nosotros, los cubanos, la sensación de no ser todo uno o de ser simultáneamente
alguien más no es inédita:
Me siento extraño a mí mismo
como si yo fuera otro,
con algo mío en el alma
tan sólo. (Agustín Acosta)
como si yo fuera otro,
con algo mío en el alma
tan sólo. (Agustín Acosta)
El caso de
José Martí revela hasta qué punto puede alguien distanciarse de sí mismo y ser
sólo "cáscara" de quien fue, cáscara sujeta a la voluntad del
viento huraño:
Vino a verme un amigo y a mí mismo
me preguntó por mí. Ya en mí no queda
más que un reflejo mío...
me preguntó por mí. Ya en mí no queda
más que un reflejo mío...
No es
raro, pues, que una persona se halle "fuera de sí", en el sentido más
y menos común de la expresión, aunque nada lo delate y esa ausencia de sí misma
llegue a ser, más que un estado pasajero, una constante.
Imagino la
extrañeza que debe de haber causado en algunos círculos del cancionero
hispanoamericano el estreno, hace más de medio siglo, de la canción “Sin mí” de
Mario Clavell. Aun hoy, dado el abismo que se abre entre su singularidad y la
ineptitud del ciudadano promedio para prestar atención a todo lo que evada el
lugar común, desconcierta:
Sin mí, vivo sin mí.
Acaso tú no sepas lo que es andar así.
"Sin mí" quiere decir sin ti,
porque tú eres mi yo, un yo mucho más que yo, ¡mucho más que yo!
Sin mí, vivo sin mí.
Vivir sin ti, querida, quiere decir sin mí;
sin mí, pues no me puedo hallar,
yo me perdí de mí el día que me alejé de ti.
Por eso, amor, no sé quién soy,
ni adónde voy, ni qué he de hacer
sin mí.
Acaso tú no sepas lo que es andar así.
"Sin mí" quiere decir sin ti,
porque tú eres mi yo, un yo mucho más que yo, ¡mucho más que yo!
Sin mí, vivo sin mí.
Vivir sin ti, querida, quiere decir sin mí;
sin mí, pues no me puedo hallar,
yo me perdí de mí el día que me alejé de ti.
Por eso, amor, no sé quién soy,
ni adónde voy, ni qué he de hacer
sin mí.
Pocas
veces el cancionero continental ha descrito de manera tan exacta la
desorientación del amante separado de la amada, único norte posible, única
forma de estar a gusto consigo mismo. El protagonista de “Sin mí” tiene algo de
fantasma; oírlo es recordar un haiku de Matsuo Basho en el que se alude a una
senda por la que nadie va, ni siquiera el poeta que la recorre. Nadie, salvo el
crepúsculo.
El
extraviado se ve a sí mismo como el alma del difunto ve el cuerpo que abandona,
sólo que en este caso es el cuerpo el que echa de menos su alma, el que se
desalma en vida.
Sólo debe
cantar “Sin mí” quien comprenda que se trata de una conversación con una mujer
distante que, paradójicamente, le escucha desde dentro de sí mismo, de ahí que
la canción raye con el soliloquio; una mujer dentro de la cual reside, nueva
paradoja, el propio amante desolado que se echa de menos.
Si Mario
Clavell no estaba en sí, ¿quién compuso la canción cuya autoría acabó asumiendo?
Si cada uno los poetas citados compartió un trance similar, la certeza de ser y
no ser ellos, o de ser definitivamente otros, ¿a quiénes debemos sus obras? Si
no vivías en ti, Teresa, ¿a quién adjudicar tu glosa; a quién, la copla que
glosaste?
Ya ves qué
lejos puede llevarnos --o traerte-- un verso.
Feliz
cumpleaños.
O. G. E.
P. D. Los
cubanos hemos vivido fuera de nosotros mismos durante tanto tiempo que ya no
sabemos quiénes somos, quiénes fuimos ni quiénes podemos aspirar a ser, si de
aspiraciones aún es posible hablar: de las más nobles hicimos tabla rasa y sólo
nos tientan las egoístas. Lo opuesto tampoco es falso: a diferencia de ti nunca
salimos de nosotros mismos, nunca nos alejamos de nosotros, y en ese puchero
borboteante de realidades patrias que no cesamos de revolver y condimentar
--olla de grillos, más bien-- nos ahogamos. Escúchanos hablar, lee lo que
escribimos, observa nuestros pensamientos: todos los caminos conducen a
nosotros, todo gira alrededor de nosotros, todo es nosotros. Hártanos de
nosotros.
Orlando González Esteva nació en Palma soriano, Cuba. Resideen Estados
Unidos desde 1965. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen
“estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la
flecha, Escrito para borrar, Fosa común, La noche y los suyos y Casa de todos. Es también autor de
los siguientes ensayos de imaginación: Elogio
del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines, Amigo enigma,
Los ojos de Adán y Animal que
escribe. El arca de José Martí.
González Esteva ha ofrecido lecturas de versos, charlas y talleres en Estados
Unidos, España, Japón, Francia, México y Brasil, y ha desarrollado una intensa
labor cultural en los medios literarios, artísticos y radiofónicos de Miami.
Reproducido de Martinoticias.com
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