Un monumento a la chancleta vieja en Camagüey
Por Alejandro
Rodríguez Rodríguez*
A Camagüey le
falta una estatua, una máquina de café y un buen nombre para el crematorio.
Aun tratándose
de una de las ciudades más grandes y viejas de Cuba, su espíritu es de pueblo…
como el espíritu de La Habana, o el de Buey Arriba en Granma. El espíritu
pueblerino consiste en que todo el mundo se entera de lo mismo, casi de la
misma manera.
No puede ser de
otra forma en una ciudad con un periódico semanal de ocho páginas, dos
funerarias (una para cada muerto de la noche), dos casas de cambio de divisas,
10 cajeros automáticos, un crematorio que oficialmente se llama “Incinerador de
Cadáveres”, y medio centro comercial que tiene la mala costumbre de coger
candela a cada rato (El Encanto).
El adjetivo
“pueblerino” puede resultar doloroso a esa parte de la población que insiste en
no bajar la nariz por más que haga una pila de años que el fausto oropel camagüeyano
es solo una metáfora de la Colonia, pero es verdad: lo que una vez fue -según
los libros y los viejos intelectuales católicos que los escriben- una ciudad
circunspecta, ahora es cosa loca, llena de situaciones extrañas.
Por ejemplo,
tenemos una tienda famosa donde venden carnes “exóticas” como la de langostas,
camarones y vaca, a la que el choteo popular llama “El Museo de la Carne”, pues
su función no parece ser vender carnes, sino proporcionar cierto amparo legal a
la comercialización de platos con estas carnes en los restaurantes privados.
Déficit de
carnes
El déficit de
carnes se debe a que la estampa más común del ganadero camagüeyano ahora se
reduce al guajiro flaco, con camisa verde olivo, que vende queso de contrabando
a la orilla de la Carretera Central; o cuida una manada de chivos a quienes
toca comerse las arrobas de marabú sembradas por los burócratas que trabajan en
el rascacielos del Ministerio de la Agricultura.
Previo a los
festejos por los 500 años de esta ciudad, la prensa anunció que el gobierno
local levantaría una estatua en honor a la poetisa camagüeyana Gertrudis Gómez
de Avellaneda (1814-1873), en la esquina de las calles General Gómez y
Avellaneda.
Pero el plan
solo llegó hasta la parte del pedestal… En vez de estatua hoy se exhibe allí
una chancleta vieja, cortesía de algún jodedor de los alrededores…
Inmortalicé
con una fotografía este singular y volátil monumento, pues sé que habrá mentes
agrias y desayunadores de petróleo que se apresurarán a retirar de allí esta
auténtica burla popular.
La estatua que
nunca fue
Hasta la fecha
no hay una explicación oficial del porqué nunca se colocó la estatua de
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Los rumores, sin embargo, apuntan a que alguna
instancia nacional ordenó a las autoridades locales detener el emplazamiento,
pues las últimas no contaban con las autorizaciones requeridas, o habían
violado el debido proceso para levantar una estatua en Cuba.
Si para poner
un anuncio publicitario en su propia fachada el papeleo es brutal, imagínese
usted para erguir un monumento público… ¡Más fácil se yergue y sale caminando
el Martí de la Plaza de la Revolución…!
Otro de los
palacios provinciales del absurdo es el llamado Coffea Arábiga, diseñado
originalmente para vender los mil y un tipos de café. Pero la máquina de hacer
café se rompió a los pocos días de inaugurado el lugar (de lo cual hace casi un
año), y ahora en el Coffea Arábiga se vende pan con croqueta aplastada, aunque
lo que se anuncia es hamburguesa…
PD: Este blog
ofrece sus condolencias a todos los padres camagüeyanos que deben pasar con sus
hijos pequeños frente al “Incinerador de Cadáveres”;… no imagino qué les
explicarán cuando los niños pregunten qué es eso que dice allí, en el cartel de
la entrada…
*Periodista
cubano residente en Camagüey. Tomado de su blog Alejo3399
Reproducido de cafefuerte.com
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