Malala Yousafzay y Kailash
Styarthi,
Premio Nobel de la Paz 2014
Luis
Ventoso, abc.es
La admirable lucha de la adolescente pakistaní
Malala Yousafzai, de 17 años, tiroteada en la
cabeza a los quince años por los talibanes por defender el derecho de las niñas
a estudiar, ha merecido el premio Nobel de la Paz, dotado con un millón y medio
de euros.
Junto a ella ha sido galardonado Kailash
Satyarthi, un ingeniero informático indio
que dirige la ONG Global March, que lucha contra la explotación de los niños
por parte de las multinacionales. Se calcula que su organización ha contribuido
a dar una nueva vida a más de 80.000 pequeños en 160 países. El comité
que otorga el Nobel destaca que es relevante que una musulmana y un hindú «se
unan en la lucha común por la educación y contra el extremismo». Ambos han
batallado «contra la opresión de los niños y jóvenes y por su derecho a la
educación».
Malala y Satyarthi se han
impuesto a 278 nominados. El galardón, muy acertado
esta vez, ha tenido elecciones polémicas en el pasado, como cuando se le
entregó a Kissinger, a Arafat o en el 2009 a un recién llegado Barack Obama,
que todavía no había atesorado ningún mérito.
Malala
Aunque hay dos premiados, la estrella del día
es sin duda Malala Yousafzai, que hoy vive refugiada en el Reino Unido,
pues todavía pesa sobre ella la amenaza de muerte si retorna a Pakistám. Hija de
un profesor de inglés que dirigía la escuela pública Khushal y de una mujer
devota y analfabeta hasta su edad madura, la niña vivía en la ciudad de
Mingora, en el Valle de Swat, al noroeste del país.
En el 2007 los talibanes invadieron la zona y
su vida dio un vuelco. Las mujeres se vieron forzadas a vivir recluidas o a
salir a la calle cubiertas por completo, se prohibió la música y se reprimió
cualquier atisbo de vida intelectual. Una mañana, según ha contado la propia
Malala, la emisora de los integristas, Mullah Radio, anunció que “ninguna mujer
debe ir a la escuela, y sin van, aténganse a las consecuencias”.
Malala, ciudadana de un mundo global, tenía
gustos occidentalizados, le gustaba la música de Justin Bieber y Selena
Gómez y portaba en su mochila escolar novelas de Harry Potter y de la saga
«Crepúsculo». Su padre, director del centro donde estudiaba, siempre la había
animado a formarse, e incluso a cursar alguna carrera, maestra como él, médico,
o incluso política.
Cuando la familia decidió luchar por la
educación y mantener el colegio abierto se convirtieron en noticia. Primero los
medios se interesaron por la pelea del padre. Pero la cadena nacional Geo TV
entrevistó también a Malala en un reportaje. A partir de ahí se convirtió en el
rostro visible de la causa, también en todo el mundo, una vez que empezó a
mantener un blog en la BBC defendiendo la educación de las niñas y
relatando su durísimo día a día, con cadáveres degollados por las calles de
Mingora y mujeres azotadas por incumplir con el rigorismo de la sharia.
«Yo soy Malala»
El 9 de octubre del 2009 todo dio un vuelco,
entre dramático y milagroso. Malala, que había pasado un examen aquella mañana,
volvía a casa contenta con sus amigos de la escuela en una furgoneta Toyota
Townace. Un coche frenó la marcha del vehículo. Un hombre preguntó a los
pequeños pasajeros quién era Malana. Nada más oír la respuesta comenzó a
disparar. La niña recibió un tiro en el lado izquierdo de su cabeza. Dos
de sus compañeros murieron tiroteados. La hoy premio Nobel de la Paz, que
entonces tenía 15 años, no salió del coma hasta una semana después. Estaba en
el hospital Queen Elizabeth de Birmingham, en el Reino Unido, donde los médicos
lograron salvar su vida, y entendió que algo muy grave había pasado «cuando vi
que todos los médicos y enfermeras hablaban en inglés».
Las imágenes de Malala dieron la vuelta al
mundo, primero con su túnica ensangrentada y su cabeza malamente vendada en
Pakistán y luego con su primera sonrisa en una cama de Inglaterra, junto a un
oso de peluche blanco. Tras su restablecimiento ha seguido con su causa, como
bien dice el comité del Nobel: “A pesar de su juventud ha peleado varios años
por el derecho de las niñas a la educación y ha contribuido con su ejemplo”.
Convertida en un símbolo, con su mirada profunda e inteligente, ha hablado
incluso en la ONU.
El Valle de Swat, la comarca de Malala, está
hoy libre de los talibanes y bajo el control del Ejército de Pakistán, que el
pasado 12 de septiembre anunció la detención de los terroristas que atentaron
contra la niña.
Pero la joven no es popular en su patria
chica, muy costumbrista y conservadora en lo religioso. Allí muchos la
consideran una propagandista instigada por la CIA y una defensora de los
lejanos valores occidentales. Según ha contado Reuters, en la zona abundan los
carteles de «Larga Vida al Ejército de Pakistán», pero es casi imposible
encontrar un póster que ensalce a Malala, lo que da prueba de la vigencia de la
causa que encabeza.
Tampoco en la escuela Khushal donde estudiaba
hacían hasta hoy grandes alharacas con su figura. El miedo todavía atenaza el
Valle y preferían no hablar mucho, aunque una mochila sobre su antigua silla la
seguía recordando en el aula donde estudiaba.
La niña, que ha escrito una autobiografía, «Yo
soy Malala», tiene un mensaje claro y honorable: «Quiero decirles a los
talibanes que la verdadera yihad es la lucha a través de los lápices y de
las palabras. Estoy luchando por mis derechos y por los de las demás niñas».
100 HURRAHS para Malala. ¡Que Dios la rpoteja!
ResponderEliminarMUY merecido!
ResponderEliminarGuillermina Carrandi
MERECIDISIMO!!!!!!!!!!! ALELUYA!!!
ResponderEliminarMartha Pardiño
Pero votaría porque el ganaDOR FUERA NUESTRO pAPA Francisco
ResponderEliminarBertha Lastre
Buena elección
ResponderEliminarMary Nieves Ramírez