Quien fue Ambrosio,
el de la carabina
M.Arrizabalga, abc.es
«Nada sé, amigo mío, de Ambrosio el de la
carabina. Nadie hasta ahora, por mucho polvo que haya tragado en archivos y
bibliotecas, dio con la partida de bautismo de aquel personaje», dice en «Un
paquete de cartas...» Luis Montoto, que se lamentaba en ABC de que «mucha
diligencia» había puesto en averiguar quién fue Ambrosio el de la carabina
famoso, «pero todo inútil». Aunque no cejaba en su empeño: «Quizás algún día en
la Alcana de Toledo o el mal baratillo del Jueves, en Sevilla, tope con
polvorosos papeles que den noticias de ese personaje».
¿Qué clase de sujeto que debió ser el tal
Ambrosio, cuya carabina dicen las gentes que estaba «cargada con cañamones y
sin pólvora»? Ser alguien o algo la carabina de Ambrosio o lo mismo que ésta ha
pasado a formar parte del lenguaje como no servir para nada.
En la revista “Por esos Mundos” (Madrid 1900)
aparece una versión sobre quién inspiró este dicho: «Ambrosio fue un
labriego que existió en Sevilla a principios de siglo (s. XIX). Como las
cuestiones agrícolas no marchaban bien a su antojo, decidió abandonar los
aperos de labranza y dedicarse a salteador de caminos, acompañado
solamente por una carabina. Pero como su candidez era proverbial en el
contorno, cuantos caminantes detenía lo tomaban a broma, obligándoles
así a retirarse de nuevo a su lugar, maldiciendo de su carabina, a quien
achacaba la culpa de imponer poco respeto a los que él asaltaba. Es este el
origen verdadero de la popular frase».
De ser cierto este relato, que recogen con
recelo en sus libros Montoto, José María Iribarren o Gregorio Doval, el tal
Ambrosio habría vivido antes de la fecha que reseña M.V.Z. en «Por esos mundos»
porque ya en 1791 la publicación “Espíritu de los mejores diarios literarios que se
publican en Europa” recogía la expresión en la frase «importa lo mismo que la
carabina de Ambrosio».
Wenceslao Fernández Flores recogió esta leyenda en su novela “El
bosque animado”. En ella el labrador Xan de Malvís, harto de las fatigas del
campo y los pocos beneficios que de él consigue, se echa al monte para
convertirse en «Fendetestas».
Junto a la carabina de Ambrosio se han forjado
otras armas proverbiales, como la espada de Bernardo («que ni corta ni
pincha») o el yelmo de Mambrino, con las que poco se puede hacer.
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