Otro 10 de Octubre en el extranjero
Rev. Martín N. Añorga
La
historia no es tan solo para recordarla
sino
también para aprender de sus lecciones.
La
historia es voz que alerta, ejemplo que reta,
experiencia que estimula.
No es
un retazo de pasado que insertamos en un esquema
de
efímera atención, sino vida de ayer
que
tiene que injertarse en la vida del presente.
En
estos días de octubre se conmemoran hechos extraordinarios relacionados con
Cuba, nuestra patria. Es de nuevo el momento para artículos como éste, de actos
y discursos, de versos y arengas. Se trata de darle vigencia de actualidad a la
historia, algo así como detenernos y volver la mirada atrás para iluminarnos
con el brillo de gloria de nuestros héroes. Los que veneramos nuestra
historia tenemos que echárnosla a cuestas en estas intricadas caminatas del
presente.
Estamos
ante el 10 de octubre del 2014, a 146 años de distancia de otro 10 de octubre.
Las circunstancias entre una y otra fecha son abruptamente diferentes; pero
creemos que los principios que sustentaron y aplicaron los héroes de ayer no
han quedado eclipsados por el paso recio de los años, sino que nos quedan como
compromiso ineludible de la hora de ahora. La historia no se repite; pero se
proyecta.
Lo que
nos hace falta en el exilio es que unamos la reminiscencia con el compromiso y
las heroicidades de antaño con las demandas de estos tiempos. Es decir, que le
quitemos el polvo y la mordaza a la historia y dejemos que nos brille y nos
hable.
Un
análisis elemental nos lleva a la conclusión de que el exilio cubano actual no
es homogéneo. Cuando más de dos millones de personas dejan atrás su
tierra, lo más probable es que muchos, en lugar de luchar por un regreso
honroso, lo que hacen es insertar en la neo cultura a la que han arribado, sus
hábitos, costumbres y estilo de vida, olvidándose de sus raíces o dejando de
prestarles atención. El objetivo ya no es regresar a Cuba, sino sembrar a Cuba
en el espacio extranjero en el que nos toque vivir. Eso significa que se haga
exigua la militancia, esporádico el patriotismo y ausente el sacrificio.
“Yo no
olvido a Cuba”, dicen muchos; pero pocos se esfuerzan por restaurar la
patria que han encarcelado en una parcela de la memoria. La función del
exiliado, por encima de reponer fortunas, alcanzar buenos éxitos y lograr fama
y aplausos, es la de invertir agonías en el deber de la reconquista. De
esto llena anda la historia cubana, y es de esta fuente donde debe saciarse la
sed de Cuba que reseca la garganta de los que por ella quieren luchar.
En la
Cuba prerrepublicana hubo exiliados que vinieron a Estados Unidos; pero
sin abjurar de sus raíces. El ejemplo supremo es el de José Martí, el que vivió
en la pobreza en aras de su sueño de coronar a su tierra con los tesoros de la
libertad. De esos héroes hay que copiar el tesón. Claro, tanto ayer como ahora,
no todos los que se acogen al destierro ponen de pie su compromiso para con la
patria; pero el deber de los que aman a Cuba y servirla quieren, es el de
calcar la abnegación de los valientes del 68 y del 95. Los de ahora seremos los
del 2014.
Carlos
Manuel de Céspedes y Bartolomé Masó, Francisco Vicente Aguilera, “Perucho
Figueredo y Francisco Maceo Osorio, fueron, entre otros, los grandes
impulsadores de la Guerra de los Diez Años, titanes que conspiraron en contra
del baluarte monopolista de España a sabiendas de que los riesgos eran grandes
e inminentes. Hoy día los cubanos prefieren retar la enemistad de
un tormentoso mar, cancelando el deber de combatir al tirano que
ha rodeado la Isla de cadenas y mártires. Se van a la libertad dejando atrás
injusticias sin retar. Los patriotas de nuestras guerras emancipadoras sabían
del tamaño de sus enemigos; pero también sabían del tamaño del decoro y de la
dignidad que les respaldaba para enfrentarse a ellos. Y echaron la pelea.
Hubo
sacrificios de todo tipo. Las posesiones se perdieron, la familia quedó
relegada, e interrumpidos los intereses del bienestar material.
Recordar el sacrificio heroico de nuestros mártires provoca lágrimas; pero el
llanto del rostro se borra con un pañuelo. Lo que de veras necesitamos es que
el sentido del sacrificio que ellos enarbolaron se ponga en alto y a toda luz.
Un destierro militante, unido, sacrificado y empeñado heroicamente en el
proyecto de la libertad patria es lo que necesitamos. Se trata, e insistimos en
el estribillo, de traer la historia al escenario en que vivimos, dejándonos de
cortejarla detrás de bambalinas.
El
factor del tiempo inyecta pesimismo y decaimiento en el ánimo de los débiles.
Escuchamos la queja de que los que recién llegan traen más abiertos los
bolsillos que el corazón, que los viejos nos hemos plantado en el anacrónico
pedestal de hace medio siglo y que Castro ha demostrado su inmunidad y su
impunidad, y que lo mejor que hacemos es esperar a que se muera a ver qué pasa.
Y mientras tanto la vieja campana de La Demajagua agoniza de afonía.
Es
interesante señalar que los esfuerzos libertarios de Cuba tuvieron siempre su
conexión con el exilio. Los que están fuera de la Isla cuentan con más
espacios, relaciones y recursos que los de intramuros, que viven
comprometidos con sus ilusiones, en espera de que sus empeños hallen eco en
nuestra lealtad patria. La actitud hedonista de gozar de un exilio próspero, y
proclamar en programas de micrófono abierto o en tribunas disponibles eso de
que “yo no vuelvo a Cuba hasta que sea libre”, es muy bonito; pero el asunto
está en preguntar qué hacemos para que esa libertad cuaje en hechos de
victoria. El exilio tiene su razón de ser y de hacer.
Hay
quienes hablan de medir las fuerzas. La Guerra de los Diez Años nació del
abnegado valor de 37 cubanos. Si se hubieran dedicado nuestros mártires a medir
la diferencia que les separaba de España en armamento, tropa y dinero, lo más
probable es que se hubieran acogido al fácil refugio de una paciente
retaguardia. Pero la honda de David es más poderosa que la armadura de Goliat.
Los cubanos no se enfrentaron a lo que otros tenían, sino que se enfrentaron
con lo que ellos tenían. Esta lección ha sido desdeñada por un exilio que se ha
acomodado a la tesis cobarde de que contra el poderío de Castro no podemos
hacer otra cosa que esperar.
Una
reflexión final tiene que ver con el viejo tema de la unidad. Reconozcamos que
en Cuba, ni con Céspedes ni con Martí, hubo unanimidad combativa. Fueron sabios
nuestros patriotas en impulsar la pelea “con los pocos”. Esta inercia de
esperar los unos por los otros, y esta fatídica actitud de encerrarnos en
nuestra tienda, señalando a los que como nosotros no piensan es actitud que
socava nuestra identidad. Las sospechas, infundios, y hasta la hostilidad,
tienen que someterse a límites. Yo estoy en contra de los traidores; pero no en
contra de los que disienten de mí en método o estrategia, pero sustentando el
mismo ideal de la libertad incondicional de la patria.
Vamos a
celebrar otro 10 de Octubre en el
extranjero. Vamos a incursionar por los jardines ya marchitos del pasado, y
justo es señalar que lo que hace falta, ya, y sin más posposiciones es que
llenemos de vida la bella historia que nos antecede, clavándola como lema, voz
y reto en nuestro deber de hoy. Si Cuba no es libre todavía, nuestra militancia
patriótica, en lugar de declinar, debe fortalecerse con dignidad y coraje. El
día en que la patria reconquiste su libertad la gloria y la
paz nos bañarán de luz.
Recordar la historia es tambien hacer patria.
ResponderEliminarGuillermina Carrandi
Guerra de los 10 años.
ResponderEliminarAna Gloria Loret de Mola
SIGNIFICADO DEL 10 DE OCTUBRE DE 1868 EN NUESTRA PATRIA: ¿CUAL SERA EL SIGNIFICADO DE ESTA GLORIOSA FECHA EN LA HISTORIA ESCRITA POR LOS CASTRO????????????????/
ResponderEliminarMartha Pardiño
Mi bisabuelo Manuel Marrero Marin fue veterano de la Guerra de los Diez Anos y de la Guerra de Independecia llegando a obtener el grado de Comandante.
ResponderEliminarEs mi orgullo recordarlo: lo conoci y presencie su entierro en Camaguey en agosto de 1935
Guillermina Carrandi