Chino
Por Alfonso
Usía
Por no pagar el 80% de sus rendimientos –y tiene toda
la razón–, Gérard Depardieu solicitó y obtuvo la nacionalidad belga,
renunciando a su condición de ciudadano francés. No contento con su nueva
nacionalidad, también ha conseguido la rusa. El propio Putin le ha entregado su
pasaporte. Los belgas se han mosqueado y le han advertido que esa promiscuidad
identitaria no es consecuencia de la buena educación. Depardieu se ha
justificado: «Mi padre era comunista y oía "Radio Moscú". Amo a ese
país».
De acuerdo, bien, pero no tanto. Mi padre no era
comunista ni oía «Radio Moscú», y amo a Rusia por otros fundamentos. Su
impresionante Literatura de entre siglos y sus enigmas permanentes. Hacerse
ruso porque el padre de uno oía «Radio Moscú» es una estupidez. Una estupidez
tan grande como la propia «Radio Moscú». Mi amor por Rusia viene de la lectura
y del arte, incluido el soviético cuando se refiere a la música y, en concreto,
a la música popular. De muy joven me llevaban hasta la más alta melancolía las
canciones de «Los Cosacos del Volga». Y todavía joven, las de los «Coros del
Ejército Rojo» dirigidos por el gran Boris Alexandrov.
Empecé a
comprar sus discos de vinilo en el sur de Francia, pero se editaron
porteriormente todos en España, en pleno franquismo. Rusia representa la
melodía, la poesía de la tristeza, el viento del desencanto y la grandeza de la
palabra culta. Hay que decirle a Gérard Depardieu que no está bien renunciar a
la nacionalidad primera, la de las raíces, y hacerse belga, y ya de belga por la
vida, pedir una nueva nacionalidad, la rusa, con cimientos argumentales tan
majaderos.
Pero no es el único. Su compañera de profesión, por
fortuna tiempo ha retirada, Brigitte Bardot, ha advertido al Gobierno de Francia
que solicitará la nacionalidad rusa si son sacrificados dos elefantes
tuberculosos que habitan en Lyon. Los elefantes, «Baby» y «Nepal», no pasan por
los mejores momentos de sus vidas, y los veterinarios y expertos, ajustándose a
las leyes francesas, han decidido que la mejor manera de terminar con sus
sufrimientos pasa por su sacrificio.
Brigitte Bardot, aquella malísima actriz que se hizo
millonaria por estar buenísima –perdón a las feministas recalcitrantes–, ha
sido siempre una gran defensora de los animales. Se volcó a favor de la vida de
los bebés de foca, y con ello ganó mi simpatía.
Lo curioso del caso es que el padre de Brigitte Bardot
no oía «Radio Moscú», y también ha elegido a Rusia como futura Patria en el
caso de que «Baby» y «Nepal» sean invitados a pasar a mejor vida. La señora
Bardot no sólo no es comunista, como el padre de Depardieu o el propio
Depardieu, que es un Bardem a la francesa, sino que sus preferencias políticas
se han afianzado en los últimos decenios en el partido de Le Pen. No obstante,
y con la cantidad de países que existen dispuestos a concederle su
nacionalidad, también ha elegido Rusia. Lo he escrito anteriormente. Rusia, ese
enigma.
Ignoro hasta qué límite alcanza el estado de salud de
«Baby» y «Nepal». Lógicamente, me fío más del criterio de los veterinarios que
de los arrebatos de la señora Bardot. Un elefante tuberculoso tiene que
resultar bastante problemático, y si son dos, más problemático aún. La defensa
de las focas recién nacidas carece de conexión fluida con el empecinamiento en
impedir que dos elefantes enfermos y sin esperanzas de continuidad se despidan
de Lyon mediante profundas sedaciones, científica y suavemente.
Para mí, que la
historieta de Depardieu le ha producido a la Bardot cierta pelusa, y quiere
hacerse notar. Los elefantes agónicos, según he sabido, son asiáticos,
probablemente oriundos o hijos de paquidermos de Tailandia. Si la señora Bardot
fuera consecuente, se haría tailandesa, para llenar el espacio que dejan los
elefantes.
Le expongo un ejemplo claro. Si enferma gravemente uno
de los osos panda que viven en el Zoo de Madrid, y después de todos los
esfuerzos para mantenerlo en vida, se llega a la conclusión de que lo mejor
para el oso y para el resto de los animales es sacrificarlo, mi libertad me
concede dos opciones. Lamentar su fallecimiento o amenazar al Gobierno de
España con solicitar la nacionalidad china si el oso moribundo es ayudado a
abandonar su pequeña y mimada cárcel madrileña. Pero me haría chino, no ruso. Y
a Putin, lo dejaría en paz, que bastante tiene llamándose como se llama.
Mi pobre Rusia, siempre amenazante y amenazada.
Fuente: La Razón,
Madrid
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