Paloma G. Quirós, tve
Para una vez que vivíamos una
trama bonita, alegre y tierna en un capítulo de Isabel...va Alfonso de Portugal y se
nos cae del caballo.
¿Es cierto que, como nos
insinúa la serie, Fernando estuvo detrás del accidente del heredero de Portugal?
A Ángeles Irisarri, autora de “Isabel, la reina” la
idea le parece descabellada:
«¿Hay que hacer de Fernando un
personaje maquiavélico, cuando existen varios candidatos a ser el modelo de El príncipe? Pues
no, Fernando no era César Borgia ni el cardenal Richelieu ni el marquñes de
Sade, era un rey de su época, que sabía
ser magnánimo y severo cuando procedía y, según la mentalidad actual hasta
cruel con sus enemigos.
El caso es que el infante
Alfonso de Portugal no era su adversario, era su yerno, el marido de su hija
mayor, la infanta Isabel, a la que, como buen padre que era con sus hijos
legítimos y con sus bastardos, quería y, a buen seguro, que conocía el amor que
se deparaba la pareja.
Además, en el supuesto de que
al príncipe Juan se lo llevaran al
otro mundo las terciana o las cuartanas, la reina de Castilla y Aragón sería
Isabel-hija y Alfonso sería el rey consorte y, al revés en Portugal, y si
tenían un hijo, que no lo tuvieron, la criatura sería rey de Castilla, de
Aragón y de Portugal, y no hubiera pasado nada malo, al contrario, la península
Ibérica hubiera dependido de un solo rey, y tal vez ahora no habría que
suspirar por el “iberismo”.
Además, y lo más importante de
todo es que el infante Alfonso, según aseguran todos los historiadores murió de
una caída del caballo, en Portugal, cuando Fernando estaba en la guerra de
Granada.»
Lo que sí es seguro, así lo
atestiguan las crónicas de la época, es que la princesa Isabel y Alfonso se
enamoraron. Teresa
Cunillera, asesora histórica de la ficción, nos cuenta divertida que debía de
ser una cuestión genética: "Podemos decir que las mujeres de esta familia
eran tremendas en ese aspecto. Porque Isabel estaba enamoradísima
de Fernando, su hija Isabel se enamoró muchísimo de Alfonso y eso que fue muy
corto, y luego, claro, también está el caso de Juana con el archiduque Felipe.
Debía de ser algo que iba en la naturaleza”. Había
cinco años de diferencia entre ellos y como nos dice Óscar Villarroel, profesor
de Historia en el UCM: "Es imposible saber que había dentro de sus mentes.
Pero las crónicas sí que nos transmiten eso."
Tal vez los escritos de aquella
época encontraron en el dolor de Isabel por la muerte de su esposo la prueba de
que realmente lo amaba. Para Irisarri no hay duda: “Para ella, a la muerte de
su esposo, se acabó el mundo. Quiso
entrar en religión, su madre envió a buscarla y la infanta regresó a Castilla
llorando amargas lágrimas, como las que derrama cualquier persona por el
fallecimiento del amado. Muerto el rey Juan de Portugal, su madre, la señora
reina, la casó con el heredero, con Manuel, e Isabel fue reina del país
vecino."
Precisamente el hecho de que Isabel
terminara casándose con otro portugués hace que Villarroel coincida con
Irisarri. Para los historiadores es muy difícil apoyar la teoría de que
Fernando quisiera asesinar a su yerno. El profesor asegura que no tiene mucho sentido
si tenemos en cuenta que el de Aragón vuelve a casar a su hija con un nuevo rey
de Portugal "sabiendo ya que su hijo (Juan) no está y es Isabel la
heredera".
Eso sí. Teresa Cunillera,
consciente de que las teorías conspiratorias son difíciles de demostrar, nos
advierte que a nosotros solo nos han llegado los relatos que en aquel momento
se dieron como ciertos y no siempre lo cierto era lo verdadero. Porque sí que
hubo testigos portugueses, como te contamos en el vídeo principal, que hablaban
de un ayo castellano que despúes del accidente desapareció.
¿Cuál fue la 'versión oficial'?
Ángeles Irisarri nos la cuenta: “Mueió de una caída de un caballo. Andaba por
la ribera de un río y sucedió que el animal resbaló y el joven se encontró
debajo de la bestia y con la mala suerte fue aplastado. Eran frecuentes estas
muertes, ya fueran porque el caballo frenaba en seco y el jinete salía
disparado por el testuz y daba con la cabeza en la dura tierra, ya fuera de una
coz, ya fuera por un resbalón del bicho."
Mucho se ha hablado del luto de
Juana 'La Loca', pero el de Isabel, no se quedó atrás: ¡hasta se cortó el pelo!
Ángeles Irisarri nos cuenta cómo reaccionó al
perder a su marido: "Al conocer la muerte de su marido, a la infanta
Isabel se le hundió la tierra bajo sus pies, lloró y lloró lágrimas sinfín;
vistió de luto y de tela muy basta, de arpillera, como hacían los penitentes, y
quiso retirarse de las pompas y vanidades del mundo y entrarse en religión.
Pero su madre se la llevó con ella a Castilla y, al poco tiempo, la necesitó
para renovar la alianza con Portugal y, a la muerte del rey Juan, la casó con
su sucesor, el rey Manuel”.
Por cierto, si esta boda era un
acuerdo y garantía de paz entre Castilla y Portugal...¿no era un poco extraño
que los reyes no acudiesen al enlace? Los historiadores coinciden en que esto
de no acudir a la boda de los hijos era algo bastante frecuente. Villarroel nos
explica que era, en gran parte, por un tema de seguridad: "Porque eso
supondría la salida de los reyes del reino y eso era algo que ocurría muy pocas
veces y, desde luego, no por un matrimonio”.
Pero por supuesto, la princesa
no se fue de España sin su celebración. Fernando e Isabel, como vemos en el
capítulo, festejaron la boda por adelantado. Ángeles Irisarri, nos traslada en
el siguiente relato, a aquellos 15 días de fiesta: "En abril de 1490, se
cumplió una de las cláusulas del tratado de Alcaçobas, por el que se había
ajustado el matrimonio de la infanta Isabel, hija mayor de los Reyes Católicos
con el infante Alfonso, heredero del trono de Portugal. El rey Juan instó a la
celebración de la boda y mandó a sus embajadores a Sevilla donde paraban los
reyes. Éstos aceptaron la propuesta lusitana, después de que se firmaran las
capitulaciones matrimoniales y, por poderes, se llevó a cabo el enlace, tras la
misa de velación, de una novia que había cumplido veinte años y de un novio que
tenía quince.
La celebración fue espléndida,
pues la reina entre los regalos, la tribuna de autoridades y los entretenimientos,
gastó cuatro millones de maravedís. Las fiestas, las bodas y tornabodas como se
decía entonces, duraron quince días y demostraron la magnificencia de la Corte
de Isabel y Fernando. Hubo justas, el propio rey lanceó los tablados;
representaciones de teatro, momos, juglares y juglaresas y frailes limosneros
que recitaban coplillas picantes, amén de luminarias, fuegos de artificio en el
Guadalquivir y músicas de mil maneras, que disfrutaron los reyes, el príncipe,
las infantas, los linajes del reino y el pueblo llano. Unos meses después, sus
altezas fueron a despedir a su hija Isabel a la raya del reino, pues las bodas
presenciales se celebraron en Portugal."
No hay comentarios:
Publicar un comentario