Santa
Teresa de Jesús:
Vida
Teresa de Jesús, es sin duda la
gloria más preclara de la ciudad de Ávila, en la que nació, pronto van a
cumplirse quinientos años, el 28 de Marzo de 1515, miércoles para más señas y a
las cinco de la mañana como anotó su padre D. Alonso Sánchez de Cepeda, hijo de
Juan Sánchez, un judío toledano converso y buen comerciante, que se traslada a
vivir a Ávila donde se casa su hijo, primero con Doña Catalina del Peso y luego
fallecida ella, en segundas nupcias con Doña Beatriz de Ahumada.
Matrimonio
cristiano, ejemplar y virtuoso del que nacieron ocho hermanos a Teresa, que
sumados a los tres del primer matrimonio cuadran la cifra que la propia santa
nos da el decir que “éramos tres hermanas y nueve hermanos”, resultando ser
Teresa, según propia confesión, que así se sentía, la más querida de su padre y
hermanos.
Y nada digamos de su madre que encontró en la hija su mejor amiga y confidente, compartiendo con ella sus devociones y gustos, como el de la lectura. Primero de las vidas de los santos, que propician el deseo de Teresa de irse a tierra de moros, buscando el martirio por parecerle que los mártires comprobaban muy barato el ir a gozar de Dios. Y luego de los libros de caballerías, donde también aprenderá el galanteo, que no tardará en practicar con sus primos al entrar en su adolescencia.
A la que llega tras pasar la dura prueba de la orfandad, con la muerte prematura de Doña Beatriz, a sus 33 años, cuando Teresa apenas había cumplido los 13.
Llevada por su padre a las Agustinas de Gracia, para cortar más de raíz la relación citada con los primos, empezará a sentir la llamada a la vida religiosa.
Vocación que madura con sus lecturas y reflexiones que le impulsan a
huir de casa ante la negativa de su padre, a darle su consentimiento,
ingresando en 1535 en el convento Carmelitano de la Encarnación, mientras los
hermanos varones se marchan a la América recién descubierta, en busca de gloria
y hacienda.
Y en su convento vivirá feliz 27 años, siendo siempre, eso sí, el centro de la atención y el afecto de familia, monjas y seglares, y dándose ardorosamente a la virtud, tras su conversión en 1554.
Y en su convento vivirá feliz 27 años, siendo siempre, eso sí, el centro de la atención y el afecto de familia, monjas y seglares, y dándose ardorosamente a la virtud, tras su conversión en 1554.
Alcanzada su madurez humana y espiritual, a sus 47 años, buscando el seguir con mayor perfección el llamamiento que el Señor le había hecho y ayudar a la Iglesia con su oración y encerramiento, funda en 1562 el convento de San José en Ávila, al que luego seguirán otros catorce, recorriendo los caminos de Castilla y Andalucía, interviniendo también directamente en la fundación de los primeros conventos de descalzos, como Duruelo y Pastrana que se deben a su iniciativa.
Por si no fuera bastante, en los escasos tiempos que le deja su quehacer de fundadora, escribe sus libros, cumpliendo con la obediencia que le imponen sus confesores, y un sin fin de cartas con las que gestiona la vida, los problemas, las inquietudes de los conventos, de los frailes y monjas, de los amigos que forman su familia y su entorno.
Finalizada la fundación de Burgos en 1582, morirá en Alba de Tormes, el 4 de Octubre de ese mismo año, maltrecho el cuerpo pero entero el espíritu, cuando iba camino de Ávila, donde estaban sus raíces y le esperaban sus monjas de San José de donde era priora. Porque Ávila fue su cuna y allí cada piedra evoca hoy su memoria porque nadie ha honrado como Teresa su nombre y su historia. Y de hecho, va tan unido a su existencia que con razón también, aunque nacida Teresa de Cepeda y Ahumada se le llama Teresa de Jesús de Ávila.
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