Gestos… y palabras de Francisco:
también, sí,
también hay que leer al Papa
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Casi tres meses después de su
elección pontificia, Francisco está llegando con primor y con fuerza al corazón
del pueblo de Dios y al corazón de tantas otras personas, alejadas e incluso
ajenas a la vida de la Iglesia. Lo demuestra la espléndida acogida que sigue
recibiendo en la opinión pública, en los comentarios y en el sentir de
católicos y no católicos.
Así lo prueba, por ejemplo, el
hecho de que Roma quede colapsada los días de sus intervenciones públicas, que
está registrando índices altísimos de participación ciudadana y de fieles.
Escuchar al Papa, verle
celebrar la eucaristía o rezar, contemplarle al acercarse a la gente
–singularmente a los niños, a los necesitados y a los enfermos- es una
experiencia de altísima humanidad y de indudable nervio y vigor religioso y
cristiano.
Pero –y esta conjunción
adversativa no indica contraposición, sino complementariedad- es necesario
también leer al Papa, es, sí, preciso asimismo seguirle, conocerle y admirarle
a través de sus gestos –por supuesto- y también de sus palabras. Permítasenos
la expresión coloquial: no tienen desperdicio las homilías, las catequesis y
los discursos de Francisco. El magisterio de Francisco es un magisterio
doctrinal, pastoral y espiritual a la vez. Destaca en él, la claridad, la
sencillez, la concreción, la esquematización, la belleza de las imágenes, de
los ejemplos y de las metáforas, la interpelación, el corazón de pastor que
fehaciente, indudable y gozosamente se trasluce en todas sus intervenciones y
palabras.
Por ello, la comunidad eclesial
no puede permitirse el lujo de no conocer al Papa Francisco por sus palabras,
por sus dichos, por sus enseñanzas. O expresado de otro modo, igualmente
coloquial: leerle es también una “gozada”, una suerte, un reconfortante
“deber”, una fuente y una escuela de formación para la vida cristiana y para la
acción evangelizadora de todos los miembros de la Iglesia.
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