Génesis y metamorfosis de un himno
Por: Nicolás Aguila
Cuentan que cuando Juan Pablo II
visitó Asturias en el año 1986, lo recibieron como era de rigor con los acordes
del himno asturiano. Y el Papa, que además de ser polaco las cazaba al vuelo,
les dijo con cierta picardía a los altos cargos presentes en el acto: "Esa
música… a mí me suena". Y cómo no le iba a sonar si era una melodía de su
propio país, trasplantada a Asturias tiempos atrás por mineros polacos que se
habían asentado en esa región al norte de España.
Para algunos era casi un escándalo
constatar que la música del himno no fuera originariamente asturiana —más aún,
ni siquiera española en general—, sino que había sido importada de Polonia como
los pepinillos encurtidos. ¿Quedaba entonces el consuelo de la letra, al
parecer tan auténticamente asturiana como la fabada misma? Eso era lo que se
creía hasta que los investigadores se pusieron a examinar con lupa el texto de
la canción devenida en himno y hallaron que todas las pistas apuntaban a una
inevitable conexión cubana. La letra, si se juzgaba por su origen, era tan
dudosamente asturiana como en su tiempo lo fuera El Encanto, la famosa tienda
habanera gestionada por empresarios astures residentes en Cuba y precursora de
los grandes almacenes Galerías Preciados y El Corte Inglés.
El letrista desconocido de repente
dejaba de serlo. Salía del armario del anonimato, pero con un nombre que no
tenía nada de anónimo ni de anodino. Se llamaba Ignacio Piñeiro, y así se sigue
llamando, puesto que es una figura inmortal de la música popular cubana junto
con su afamado Septeto Nacional. El maestro Piñeiro fue nada menos que el autor
de éxitos tan sonados e inolvidables como Suavecito y Échale salsita,
este último parcial y descaradamente plagiado por George Gershwin en su
mundialmente famosa Rhapsody in blue.
Antes de conocer la letra original
de Ignacio Piñeiro, ya yo había conocido en Cuba, de niño y en un contexto
escolar, una versión de Asturias, Patria querida con la letra adaptada a
fines religiosos. De ahí que a mí también me sonara esa musiquita que guardaba
en el último rincón del disco duro. Se trataba de un canto sencillo que solo
saco del cajón de los recuerdos porque no deja de resultarme curioso haber
cantado en mi niñez una versión, digamos catequética, de Asturias, Patria
querida, muchos años antes de conocer el himno asturiano como tal. Si la
memoria remota no me hace quedar mal, la estrofa decía textualmente así:
Tengo que ser
fervoroso,
tengo que amar a Jesús
llevándole todos los
días
una pequeñita cruz.
Llegados a este punto, conviene
aclarar que Asturias, Patria querida aún no había alcanzado por entonces
su rango de himno regional. No fue sino hasta 1984, poco antes de la visita del
Papa, cuando fue oficialmente declarado himno del Principado de Asturias. En
mis tiempos de escolar con las hermanas de El amor de Dios, Asturias, Patria
querida era simplemente una canción muy conocida en España, cantada en
fiestas y celebraciones, muy especialmente entre asturianos. De ahí que, con
excepción de la invocación patriótica del primer verso, que le da título a la
composición, le falte el patriotismo y la marcialidad que caracterizan a los
himnos nacionales.
La finalidad de Ignacio Piñeiro, al
componer su canción, no era otra que homenajear al padre nostálgico a través de
un tema que exaltase los valores de su Asturias natal. Y tanto lo logró con su
texto sencillo y candoroso, que llegó a popularizarse como el canto por
excelencia a la tierra asturiana. Con el tiempo –vaya usted a saber cómo y
cuándo— la letra se divorció de la música original para casarse con la melodía
polaca y alcanzar así su avatar definitivo de canción sincrética y
transcultural, en mi opinión dignificada con toda justicia al elevarla a la
categoría de himno asturiano.
No importa que la haya compuesto en
Cuba o durante el viaje con su padre a España, como se ha discutido. Eso sería
lo de menos. La pieza del maestro Piñeiro, dedicada a Asturias como a una novia
lejana, está concebida por y desde la asturianidad más honda. Es asturiana por
el tema y la intención, y lo es por la devoción filial del autor, un
criollísimo cubano, mestizo por añadidura, hijo de padre astur y madre cubana
afrodescendiente que muy probablemente sea la “morena” de la segunda estrofa
del himno.
Si el ansia por recuperar el amor
perdido de María Félix --que triunfaba sola y por la libre en los Madriles de
fines de los cuarenta—fue la fuerza motriz que condujo al mexicano Agustín Lara
a componer el chotis Madrid, desde México y sin conocer aún España; y
si, sin proponérselo don Agustín, el número se convirtió en la canción
emblemática madrileña, nada tendría de extraño que el canto asturiano por
excelencia sea una pieza con música originalmente polaca, pero a la larga
asturianizada, y con letra escrita por el músico habanero que triunfó y arrasó
abriéndole nuevos rumbos estilísticos al repertorio sonero.
Pero sin ir más lejos, ¿acaso La
Ma Teodora no se sigue considerando el primer son cubano? Más aún, es
incluso reverenciada por muchos como la madre de todos los sones, no obstante
el jarro de agua fría que nos lanzara el novelista y musicólogo Alejo Carpentier
tras revisar viejos archivos y demostrar documentadamente, con meticulosa
erudición de aguafiestas, que La Ma Teodora no pasaba de ser una copia
de una antigua copla extremeña. Basta, sin embargo, con haber oído La Ma
Teodora interpretada por el dúo Los Compadres, por poner un ejemplo señero,
para no dudar en lo más mínimo de su raigal cubanía, sin importar que sus
orígenes inciertos se remonten a una copla antiguamente cantada en la región de
Extremadura, de la cual acaso no haya nadie que se acuerde en la actualidad.
De la misma manera, para entender
por qué Asturias, Patria querida es el canto emblemático del Principado
a mí me bastó sólo con haber contemplado a unos jóvenes asturianos cantando en
un bodegón una canción que es suya por derecho propio. Independientemente de su
génesis y metamorfosis, fruto de la interacción cultural inevitable en un mundo
que en muchos aspectos ya era una aldea global antes de ponerse de moda la
globalización posmoderna, lo autóctono del himno viene dado ante todo por la
voluntad de los asturianos de hacerlo suyo.
La paternidad de una criatura no
está determinada tanto por la huella genética de los progenitores como por el
amor con que la acogen los padres de adopción. Asturias, patria querida es
tan genuinamente asturiana como la sidra o la fabada, a pesar de su condición
de hija adoptiva, o quién sabe si precisamente por ello. Y es tan asturiana
como don Carlos, aquel simpático personaje de mi infancia que, siendo apenas un
adolescente, emigró a Cuba y allí murió sin ver jamás de nuevo su terruño
natal, pero con toda Asturias intacta en su corazón de astur cubanizado.
Reproducido
de El País, Madrid
Nicolás
Aguila, blog “Cuba al dente”
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