17 de julio de 2012

MICHOACÁN

Michoacán

Goyo G. Maestro

Todos los mexicanos del estado de Michoacán llevan a Vasco de Quiroga en el corazón. Vaya donde vaya, el Tata Vasco, como le llamaban los indígenas, es una figura de primer orden, un español que, cinco siglos después de su muerte, es venerado por el modelo de convivencia que instauró inspirado en la utopía de Tomás Moro.

En Michoacán (tierra de los peces) existe una ruta cultural que lleva el nombre de Don Vasco. Con el mapa en la mano, el visitante puede recorrer en unos días los pueblos en los que este abogado español construyó su legado a partir de su llegada a México en 1531, imbuido del espíritu humanista y evangelizador de la época. En poco tiempo pacificó la región y conquistó el corazón de los indígenas purépecha. La utopía, por definición, es el lugar inalcanzable, pero Vasco de Quiroga logró rozarla con la punta de los dedos. 

Fundó comunidades auténticamente mestizas y a cada pueblo le especializó en un oficio (ceramistas, trabajadores del cobre, de la madera...). Preconizó una sociedad regida por la justicia social y creó las llamadas «huatáperas», edificios sociales que hacían las veces de escuela, centro de instrucción misionera, hospital y albergue. Estas construcciones arquitectónicas tan singulares siguen en pie en algunos de los pueblos que puede recorrer el viajero.

Empezamos el viaje en Pátzcuaro, uno de los 54 Pueblos Mágicos de México, así declarados por la belleza incólume de sus calles y casas. Aquí es donde el humanista español construyó el núcleo central de su obra. En nuestro paseo apresurado descubrimos un lugar vibrante y alegre, con un urbanismo de calles empedradas y portales alborotados, y la maravillosa Casa de los Once Patios.

En Santa Clara del Cobre, otro Pueblo Mágico, existen 1.300 orfebres que trabajan este metal como ya hacían sus antepasados antes de la conquista. Con la llegada de Don Vasco y sus artesanos españoles, se perfeccionó la técnica de trabajo. Nos detenemos en el taller Casa Felicitas. Desde la calle se escucha el martilleo rítmico de la fragua. Orgullosos nos cuentan que aquí se elaboró el pebetero donde prendió la llama olímpica en los Juegos del 68 de México.

 La modernidad no ha conseguido erosionar las costumbres en el pueblo de Angahuan, donde las mujeres visten trajes tradicionales y muchas familias aún viven en «trojes», viviendas construidas con piedra volcánica, adobe y madera. El atractivo de Angahuan es el volcán de Paricutín, el más joven de un territorio que cuenta con 3.000 cráteres, situado en las inmediaciones del pueblo. Muy cerca del volcán queda la iglesia de San Juan Parangaricutiro, abandonada en medio de la naturaleza porque la lava quiso tragársela (ver la foto de la izquierda) durante la erupción de 1943. Ahora quedan las ruinas silenciosas del templo acorraladas por la abundante roca volcánica.

De noche llegamos al hotel. En el patio nos espera un espectáculo sobrecogedor. Es la Danza de los Viejitos, que hacen sonar una melodía pegadiza y melancólica. Su música refleja ese profundo estado de ensimismamiento del mexicano del que habló el poeta Octavio Paz en «El laberinto de la soledad».

Michoacán presume de 25 ríos, 11 lagos y 214 kilómetros de costa al mar. Nosotros nos quedamos con los lagos. Visitamos los de Zirahuet y Pátzcuaro. Cuentan que cuando Vasco de Quiroga vio este último lago supo que había llegado al lugar idóneo para fundar su utopía. El paisaje serrano, verde y boscoso que contemplamos desde la ventanilla del coche durante el trayecto se magnífica cuando orillamos el lago de Zirahuet y entramos en un auténtico vergel.

 Esta naturaleza generosa y abundante también esconde sitios arqueológicos. El más espectacular es el de Tzintzuntan, centro político del señorío purépecha, donde se alzan construcciones piramidales en las que es posible encontrar dibujos grabados en la roca. En el pueblo que lleva el mismo nombre se debe pasear por el ex convento franciscano impulsado por el Tata Vasco. 


A la mañana siguiente ponemos rumbo a Paracho, el pueblo de las guitarras. Visitamos el taller del artesano Jesús Zalaga González. Hace cinco años entró en el libro Guiness al fabricar la guitarra más pequeña del mundo. En Paracho hay 18 industrias guitarreras, 400 talleres y 2.200 personas entre obreros y pequeños productores que viven de este instrumento.

Cae la tarde y ponemos rumbo a Morelia, la capital de Michoacán. Hacemos casi 200 kilómetros y cuando llegamos, ¡sorpresa! En la parte histórica de la ciudad la arquitectura colonial permanece inalterada, deslumbrante, la Salamanca española.  

Reproducido de larazon.es

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