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Los sueños no mueren
Por el Rev. Martín N.
Añorga
El jueves 19 se
cumplen 116 años de la tarde aciaga en que cayó abatido por balas enemigas en
el solitario paraje de Dos Ríos, en la provincia oriental de Cuba, José Martí. Con
su muerte se fragmentó el corazón de la patria y muchas esperanzas se
esfumaron; pero los sueños de triunfo y paz que aleteaban en el espíritu del
Apóstol se han encarnado en la historia y continúan vigentes en el corazón de
todo cubano digno.
Martí murió recién cumplidos sus 42 años, en la cima de su fama como orador, escritor, diplomático y poeta, en momentos en que su ideario de libertad se hacía batalla en los campos de Cuba. Explicar su muerte ha sido tarea de pensadores e historiadores. No era necesario que él empuñara un fusil ni participara de encuentros armados con el enemigo; pero cediendo a presiones y críticas y comprometido hasta lo sumo con la libertad de su patria, desdeñó honores, abandonó glorias y familia y se lanzó a un inhóspito paraje para un heroico encuentro con la muerte. Quizás, y ese pensamiento nos llena de espinas la mente, Martí quería la muerte. No que albergara intenciones suicidas, sino que quería abrirles caminos a la patria, pavimentados con la entrega de su sangre.
Desde los intensos días de su injusto encarcelamiento en Isla de Pinos, a los diecisiete años, le exponía a su madre el amor que sentía por su patria, presagiando que su destino estaba asociado a espinas, y cinco años después publicaba un extenso poema cuyo título se reducía a una sola palabra, “Muerte”. Los versos estaban dedicados a la agonía experimentada por Jesús en el Calvario. Probablemente la estrofa más citada de este poema es ésta:
“Un leño se cruzó con otro leño.
Un cadáver, Jesús, hundió la arcilla
y al resplandor espléndido de un sueño
cayó en la tierra, del mundo la rodilla”
Apenas unos meses después, se
publicaba un artículo de Martí en “El Federalista”, un periódico de México, en
el que se leen estas señeras palabras: “La muerte no es verdad cuando se ha
cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo pensador, pero
viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en él se elaboraron”. El
sacrificio de Martí en Dos Ríos cumplió con el concepto bíblico “de polvo al
polvo”; pero el Apóstol sabía que sus ideas, sus sueños, no serían jamás pasto
de la muerte, como no sellaron los martirios de la crucifixión la voz eterna de
Jesús. Martí cumplió “bien la obra de la vida”, de aquí que, en efecto, su
muerte no haya sido el punto final de su existencia..
Es interesante que para Martí la muerte no es una tragedia que lamentar. “La muerte es una victoria -dice-, y cuando se ha vivido bien, el féretro es un carro de triunfo”. En uno de sus discursos insiste en el tema: “morir es lo mismo que vivir, y mejor si se ha hecho lo que se debe”. A la luz de este ideario el 19 de mayo no debiera ser una fecha de luto, sino de proclamación de victoria. Es triste, sin embargo, que su caída en Dos Ríos le haya cancelado el futuro a uno de los hombres más prometedores de América. ¡Cuántas veces hemos pensado en cómo hubiera sido la caminata inicial de nuestra patria liberada si hubiéramos tenido como guía los pasos gigantes del Apóstol”!
¿Quién no ha cantado “La Clave a Martí”, que ya casi por un siglo han repetido entristecidas voces cubanas? Recordemos las rítmicas palabras, cargadas de justificada nostalgia:
“Aquí falta, señores, una voz,
de ese sinsonte cubano,
de ese mártir hermano
que Martí se llamó.
Pero falta el clarín de mi Cuba,
pero falta su voz
que se apagó.
Martí no debió de morir,
¡Ay!, de morir.
Si Martí no hubiera muerto
otro gallo cantaría.
la patria se salvaría
y Cuba sería feliz,
¡ay!, muy feliz.
Martí no debió de morir, ¡Ay, de morir!.”
El hecho es que los problemas de
Cuba no pueden asociarse a la ausencia física del Apóstol, sino al abandono y a
la distorsión de su ideario político, ideario que no debemos reducir a teorías
o a conceptos abstractos. En una carta que apenas dos meses antes de su muerte
escribió a Federico Henríquez Carvajal desde Montecristi, en Santo Domingo,
decía el más venerado héroe de Cuba: “Ya arde la sangre. Ahora hay que dar
respeto y sentido humano y amable al sacrificio; hay que hacer viable e
inexpugnable, la guerra. Si ella me manda, clavándome el alma, irme lejos con
los que mueren como yo sabría morir, tendré este valor”. Martí trabajó para
crear un vínculo de confraternidad entre todos los cubanos, para establecer una
República democrática, de igualdad para todos; pero se ocupó en señalar que ese
logro se conquista por un camino de confrontaciones con los déspotas. Hay que
meditar en su contundente afirmación: “los grandes derechos no se compran con
lágrimas, sino con sangre”.
Exactamente siete años después de que cayera Martí “de cara al sol”, se celebró en Cuba la gran fiesta del 20 de mayo de 1902, comprobándose que la muerte de Martí no mató sus sueños. Cuba republicana echó a andar con problemas que quizás, si Martí hubiera estado presente, no habrían sucedido. En cierta ocasión el Apóstol se quejó diciendo que “al triunfo vienen todos. A la hora de abrir cimientos, pocos”. Y precisamente eso fue lo que le faltó a nuestra República, los cimientos martianos que la harían invulnerable a las ambiciones y contiendas humanas; pero lo que nunca sospecharon los cubanos fue que en un nefasto día, la patria sería atrapada por una horda salvaje de sátrapas que se tragaría medio siglo de historia.
Como dice la vieja copla, “falta la voz que se apagó”. La llamada revolución, que le ha robado todo al pueblo cubano, ha querido robarse a Martí. Y lo doloroso es que nos lo hemos dejado robar. Ciertamente falta “la voz de ese sinsonte cubano”, pero nos quedan sus ideas, sus sueños, sus ilusiones, y el poder de su sangre derramada. Cuba, paciente y sufrida espera. Todos debemos prestar atención a estas firmes palabras del Apóstol: “El templo está abierto, y la alfombra está al entrar, para que dejen en ella las sandalias los que anduvieron por el fango o se equivocaron de camino”.
Hoy, cuando de nuevo volvemos la mirada al paraje triste de Dos Ríos, debemos empeñarnos en rescatar los sueños de Martí de las manos sucias que los han atrapado. El Apóstol sentenció que “toda muerte es principio de una vida”, y a esa vida, que brota de su muerte, tenemos que apegarnos los que amamos la libertad y no renunciamos al compromiso de reconquistarla. El Martí glorioso de Dos Ríos expresó en cierta oportunidad este pensamiento: “¡Cuán solitario suele estar el campo de batalla el día antes del combate!. ¡Cuán poblado el día después de la victoria!”.Escuchemos su llamado a que ocupemos nuestra trinchera y a que armemos nuestra jornada. Nos falta un nuevo 20 de mayo para honrar y vestir de gloria el 19 de mayo. Los sueños no mueren, y el de Martí, vivo y fuerte, nos empina el índice que nos señala el camino del combate.
Reproducido de el Diario Las Américas
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