Por Vicente Echerri
Yo creo que el sentimiento más común entre los cubanos exiliados --pese a la arrogancia de que suele acusársenos-- es el de la vergüenza; específicamente frente a lo ocurrido en nuestro país, a la devastación física y moral de la nación secuestrada desde hace más de medio siglo por una banda de rufianes. Me acuerdo que al oírle decir una vez a un orador, en un foro internacional al que asistía, que ``Cuba era la única dictadura del hemisferio occidental'', la conciencia de esa distinción me produjo una súbita y perdurable sensación de vergüenza.
Esa sensación se potencia con cólera cuando oímos hablar a los rufianes o a sus lacayos en nombre de Cuba, empeñados en identificarla con la gestión delincuencial que llaman revolución cubana. Esta es la primera anomalía que no debemos cesar de denunciar, aunque de momento sean pocos los que escuchen, sobre todo en el ámbito de la comunidad internacional, donde los opresores aún son reconocidos como legítimos representantes del pueblo al cual oprimen.
Por eso cuando nos llegan noticias de que los ministriles del régimen acusan a las Damas de Blanco, a los grupos de oposición y a los blogueros independientes de querer desestabilizar el país o poner en peligro la integridad nacional, como han hecho en estos días en un serial de la televisión con el capcioso nombre de ``Las razones de Cuba'', se precisa empezar por una deconstrucción semántica: ¿Cuál estabilidad? ¿A qué integridad nacional se refieren? ¿Qué significa ``Cuba'' en ese discurso oficial y qué tiene que ver con la nación de la que tantos --fuera de su territorio insular-- nos sentimos parte?
Cuba, el país, colonia española durante cuatro siglos, que se constituyó como república en 1902 luego de una cruenta guerra de independencia y una venturosa intervención militar de Estados Unidos, perdió definitivamente su estabilidad a partir del advenimiento del régimen castrista, que dislocó con violencia la organización política, las relaciones económicas y el contrato social de la nación. A partir de esa sacudida, cualquier intento de estabilidad ha resultado fallido o, en el mejor de los casos, precario. ¿De qué estabilidad hablan cuando el castrismo no ha conocido ni un solo día con ese beneficio, sobre todo desde el colapso de la URSS hace veinte años? ¿Cómo puede estar en peligro algo que no existe? A menos que ``estabilidad'' signifique, paradójicamente, la supervivencia de ese régimen inestable.
La aducida ``integridad nacional'' incurre en la misma falacia. Si la nación es el conjunto de instituciones, tradiciones y aspiraciones que arraigan a un pueblo, en el curso de su desarrollo, a un territorio particular; entonces no ha habido, en toda la historia de Cuba, ningún fenómeno más desintegrador de la nación que el régimen que abolió o subvirtió nuestras instituciones y tradiciones y, por su propia dinámica, provocó el desarraigo de la décima parte de nuestra población. Si en este momento no existe, objetivamente, la amenaza de que alguna potencia extranjera aspire a menoscabar la integridad territorial de Cuba, como no cesan de argüir los portavoces del oficialismo, es de pensar que son los empeños de encontrar raíces y consenso en pro de una renovada integridad nacional --ya sea que partan de nuestro exilio o de individuos o agrupaciones dentro de Cuba-- los que provocan la furia y el encono de los responsables, en primer término, de la desintegración.
Cabe preguntarse, finalmente, ¿qué es Cuba o más bien quiénes pueden hablar en su nombre: el régimen espurio que ha convertido nuestro país en pocilga, burdel y cueva de ladrones, todo en uno, o los que, dentro y fuera de la isla, somos las voces de la dignidad amordazada y del decoro? Cuba no es ni puede ser igual a sus verdugos, ni a los mequetrefes que amplifican sus mentiras ni a las turbas brutales que acosan a los que disienten. Cuba somos nosotros y, allí dentro de esa gran cárcel, los que en su nombre testifican y a quienes el régimen denigra: Yoani Sánchez, Oscar Elías Biscet, las Damas de Blanco, Guillermo Fariñas, Orlando Luis Pardo... a la cabeza de lo que ya va siendo una larga lista de periodistas y disidentes que pueden englobarse bajo el honroso nombre de opositores. Esas ``razones'' son las únicas con las que Cuba cuenta.
(C) Echerri 2011
Reproducido de El Nuevo Herald
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