Miguel Delibes,
el último clásico de la literatura española
el último clásico de la literatura española
Miguel Delibes ha fallecido el jueves en su casa de Valladolid. El autor de «El camino» es un clásico de la literatura del siglo XX que alcanzó, entre otros, los más altos premios de la literatura española: el Cervantes y el Príncipe de Asturias. Miguel Delibes, Académico de la Lengua, desmitificador de Castilla a la que pintó bajo una nueva luz.
Su Castilla, «esa tierra desdeñosa y dominadora que sobrevive entre el páramo y el cereal» y que tantas veces describió con acierto en su obra, ha quedado a partir de ahora más desnuda y más sola.
Narró cómo los pueblos quedaban deshabitados y la memoria descuidaba las palabras que una vez hablaron los abuelos. Pero se olvidó de contar qué le sucede a los campos y las aldeas cuando pierden la voz que narraba sus historias.
Delibes «desnoventayochizó» las eras y paniegas incultivadas que exaltaron a principio de siglo escritores de otra generación; esa meseta de héroes, destierros y alvargonzález, y narró el cronicón sangriento que separaba al señorito del campesinado («Los santos inocentes»), la dura biografía de las gentes que vivían bajo ese cielo tan alto sólo de tanto mirarlo («Las ratas»), la irrupción de los que pretendían ya la democracia («El disputado voto del señor Cayo») y el progreso proveniente de las grandes capitales, las que resollaban su contaminación más allá del horizonte (por eso las razonables dudas de Dani, el mochuelo en «El camino», que desconfiaba de las lecciones que pudiera aprender de los maestros de ciudad).
Delibes mostró un paisaje diferente. Lo pintó bajo el prisma de una mirada particular, especial, en la que enseñaba la belleza de una geografía sin esconder sus injusticias y miserias. Una obra en la que jamás renunció a lo más importante: la literatura.
Miguel Delibes Setién, nacido y convencido vallisoletano, nació en 1920. Se licenció en Derecho e Intendencia Mercantil. Fue empleado de banca y trabajó también como caricaturista. Durante varios años dirigió el diario «El Norte de Castilla», y precisamente estando en el periódico recibió la noticia de que había resultado galardonado con el Premio Nadal por su obra «La sombra del ciprés es alargada». Era el año 1948, Delibes contaba entonces 26 años, y en ese momento se decidió a iniciar la que habría de ser una brillante carrera literaria.
Posteriormente reconocería que fue este primer galardón el que le impulsó a escribir. Como creador, Delibes se encontraba dentro de la línea de escritores para los que la novela debía ser de alguna manera un reflejo de la vida. Según sus palabras, «una novela requiere, al menos, un hombre, un paisaje, una pasión»; sin ellos, decía, «no puede haber una novela».
Editado de
larazon.es y elmundo.es
Foto: Google
Su Castilla, «esa tierra desdeñosa y dominadora que sobrevive entre el páramo y el cereal» y que tantas veces describió con acierto en su obra, ha quedado a partir de ahora más desnuda y más sola.
Narró cómo los pueblos quedaban deshabitados y la memoria descuidaba las palabras que una vez hablaron los abuelos. Pero se olvidó de contar qué le sucede a los campos y las aldeas cuando pierden la voz que narraba sus historias.
Delibes «desnoventayochizó» las eras y paniegas incultivadas que exaltaron a principio de siglo escritores de otra generación; esa meseta de héroes, destierros y alvargonzález, y narró el cronicón sangriento que separaba al señorito del campesinado («Los santos inocentes»), la dura biografía de las gentes que vivían bajo ese cielo tan alto sólo de tanto mirarlo («Las ratas»), la irrupción de los que pretendían ya la democracia («El disputado voto del señor Cayo») y el progreso proveniente de las grandes capitales, las que resollaban su contaminación más allá del horizonte (por eso las razonables dudas de Dani, el mochuelo en «El camino», que desconfiaba de las lecciones que pudiera aprender de los maestros de ciudad).
Delibes mostró un paisaje diferente. Lo pintó bajo el prisma de una mirada particular, especial, en la que enseñaba la belleza de una geografía sin esconder sus injusticias y miserias. Una obra en la que jamás renunció a lo más importante: la literatura.
Miguel Delibes Setién, nacido y convencido vallisoletano, nació en 1920. Se licenció en Derecho e Intendencia Mercantil. Fue empleado de banca y trabajó también como caricaturista. Durante varios años dirigió el diario «El Norte de Castilla», y precisamente estando en el periódico recibió la noticia de que había resultado galardonado con el Premio Nadal por su obra «La sombra del ciprés es alargada». Era el año 1948, Delibes contaba entonces 26 años, y en ese momento se decidió a iniciar la que habría de ser una brillante carrera literaria.
Posteriormente reconocería que fue este primer galardón el que le impulsó a escribir. Como creador, Delibes se encontraba dentro de la línea de escritores para los que la novela debía ser de alguna manera un reflejo de la vida. Según sus palabras, «una novela requiere, al menos, un hombre, un paisaje, una pasión»; sin ellos, decía, «no puede haber una novela».
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