Pepito Martí,
la España en el Niño Martí
Introducción: Antigua deuda por el
natalicio del Apóstol, cumplida en la celebración de San José, marzo 19, 2017
Marlene María Pérez Mateo
El 24 de junio del 1413, desde la
parroquia valenciana de San Juan, San Vicente Ferrer cuenta la leyenda: echó al
aire un pañuelo tratando de motivar a la feligresía en ayudar a sus prójimos más
necesitados. Los motivó diciendo que
allí donde cayera, de seguro había alguien en especial necesidad de auxilio. La
realidad le dio la razón, aunque bien cabe decir que los necesitados eran
muchos por entonces, por lo cual destinatarios no faltaban.
En manos del buen viento, el
volantón objeto llegó a una casa de la Calle Tapicería #5 en la Plaza de Mocadoret, hoy Plaza del Milagro de Mocadoret.
Lo dicho fue cierto, a la familia de tal domicilio aprietos y dificultades le
sobraban.
El bueno de Ferrer no creo que
alcanzara imaginar cómo cinco siglos después su predicción mantenía vigencia.
Pues los domiciliados en dicha locación,
aunque bajo otra nomenclatura, la seguían pasando mal; pero esta vez su pañuelo
rozó un poco el otro lado del Atlántico, en particular a una islita para
entonces desconocida por él.
Corría el año 1857 cuando fallece el abuelo
materno del patriota cubano José Martí y Pérez, Antonio Pérez Monzón, es decir
el padre de doña Leonor Pérez Cabrera, madre del Apóstol. Habiendo sido parte
del ejército de la metrópoli española y un hábil jugador de lotería, al parecer
la suerte le había sonreído y, aunque no sin excesos, dejaba a su hija una
modesta herencia. Mariano Martí y Navarro,
padre del Apóstol, renunció a su puesto de celador y partieron en
septiembre de dicho año para España.
La familia Martí Pérez era pequeña
por entonces y Pepe solo constaba con 6
años de edad. Llegan desde La Habana
primero a Santa Cruz de Tenerife, Islas
Canarias, donde el niño conoce a su abuela materna, Rita María Cabrera
Hernández. Al parecer la tierra de isleñas no albergaban a la sazón las
promesas esperadas y el próximo viaje lo realiza la familia a la península, en
particular a la Valencia natal de su padre. Esto dejó huellas en Martí y de
ello darán buena cuenta en posteriores
lustros sus escritos bajo el título “Los isleños en Cuba”, y sus innumerables
comparaciones entre los pobladores de ambas islas y la marca insular en sus
pobladores.
En Valencia los Martí alquilan en
un modesto vecindario una casa. Era el número 61 de la Calle Tapicería del
barrio quinto, detrás de la Plaza de la Reina y la Torre de Santa Catalina.
Allí nace un nuevo vástago, María del Carmen Martí Pérez, a quien por justa
razón se le reconoce con el sobrenombre de “la valencianita”.
La fortuna no les sonríe y don
Mariano enferma, teniendo por entonces su mal como único remedio un largo
reposo. Así se extiende el periplo español
hasta junio de 1859, sumando casi dos años. Los Martí vuelven a
considerar a Cuba como el mejor lugar para su estancia y desenvolvimiento,
aventajando a su propia patria y por entonces metrópoli de la mayor de las
Antillas. Ello también era el sentir de no pocos peninsulares e incluso
europeos, y lo siguió siendo por varias décadas después.
La primera experiencia de vida en
España del pequeño Martí fue breve y a
una muy temprana edad, marcadamente azarosa. Pero al parecer el llamado Milagro
de Ferrer voló bien alto.
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