"La cumparsita"
cumple 100 años:
Un clásico más allá del
tiempo
Reproducido de Clarin, Buenos
Aires
La obra compuesta
por el uruguayo Matos Rodríguez
fue grabada por orquestas
y formaciones de todas las épocas,
y se transformó en
el himno mundial del tango
El
más famoso del mundo, el más tocado y reversionado,
la primera canción registrada en SADAIC, la composición que más derechos de
autor percibe. La Cumparsita, “el tango de los tangos”, Patrimonio
Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, cumple cien años.
No
hay orquesta, bandoneonista, o cantor del mundo del 2x4 que no haya
interpretado alguna vez esos compases marcados a fuego en la memoria criolla.
Las orquestas de Osvaldo Pugliese y Juan D’Arienzo; los fueyes de Aníbal Troilo
y Astor Piazzolla, Horacio Salgán y Mariano Mores en sus pianos; cuanta voz
profesional o amateur se animara a entonarla; hasta proyectos contemporáneos
como Gotan Project y Bajofondo, ejecutaron su propia versión.
La
Cumparsita nació como una pieza instrumental. El uruguayo Gerardo Matos
Rodríguez la creó como una marcha para la comparsa de carnaval organizada por
la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay -de ahí el título-. Aún
hoy se desconoce la fecha exacta de composición, pero se estima que fue entre
finales de 1915 y comienzos de 1916.
Pero
a pesar de las diversas controversias alrededor de su aniversario, la mayoría
de los historiadores e investigadores del tango coinciden en el día de su
estreno en vivo. El 19 abril de 1917, la orquesta del pianista argentino
Roberto Firpo retocó algunos arreglos de la partitura original de Matos y
ejecutó por primera vez la pieza, en la confitería La Giralda, en Montevideo,
Uruguay.
Del otro lado del río, en la Argentina, Hipólito
Yrigoyen transitaba su primer año de gobierno -la UCR se estrenaba en el
poder-, tras haber ganado en 1916 las primeras elecciones bajo la Ley Sáenz
Peña, que había establecido el voto secreto y obligatorio. En un mundo
convulsionado por la Primera Guerra Mundial y la revolución bolchevique en
Rusia, el país empezaba a salir de la crisis económica de 1913 gracias al
crecimiento de exportaciones de carne y textiles para los soldados europeos.
En
esos primeros años, la marcha instrumental se mantuvo olvidada, hasta que en
1924 los letristas Pascual Contursi y Enrique Maroni le pusieron sus primeros
versos para incluirla en una obra de teatro, y dieron inicio a una serie de
polémicas en torno a los derechos de autor de la lírica.
Pero
fue Carlos Gardel quien en ese mismo año empezó a cantarlo y la popularizó. El
Zorzal Criollo entonaba esos primeros tres versos:
“Si supieras /
Que aún dentro de mi alma /
Conservo aquel cariño”…
Al
enterarse de lo que estaba ocurriendo con su creación, Matos Rodríguez -que ya
le había vendido los derechos de autor a la firma Breyer Hermanos,
representante de la Casa Ricordi en la Argentina, en junio de 1917- argumentó
que su composición ya tenía letra:
“La cumparsa /
de miserias sin fin /
desfila /
en torno de aquel ser /
enfermo /
que pronto ha de morir /
de pena”.
A
partir de ese momento, comenzó una batalla legal entre los autores, que recién
tuvo su resolución el 10 de septiembre de 1948, con un reparto del 80% de los
beneficios para los herederos del uruguayo Matos, y el 20 % restante para los
herederos de los argentinos Contursi y Maroni. Decisión que no resolvió otro
debate histórico: ¿La cumparsita es uruguaya o argentina?
Lejos
de esa antinomia, los gobiernos de Montevideo y Buenos Aires en conjunto lograron
que La cumparsita fuera incorporada por la UNESCO a la Lista
Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y se erigió
como el himno mundial del tango.
Pero
su condición original de canción instrumental abrió la puerta para que, a lo
largo de los años, fuera revestida con distintos versos. Así, apareció una
letra más antigua a las de Contursi y Matos -publicada por la revista El
alma del tango, en 1926- que el propio autor le había pedido a Alejandro
del Campo, su compañero de militancia en la Federación de Estudiantes del
Uruguay; otra registrada por el autor Augusto Mario Delfino en 1957, y hasta una
quinta, de 1937, escrita en inglés por Olga Paul, y traducida por Roberto
Selles. Además, existen numerosas reversiones, como ésa de Julio Sosa recitando
versos del poeta Celedonio Esteban Flores.
Sin
embargo, según Rosario Infantozzi Durán, sobrina nieta del autor, consignó en
su libro Yo, Matos Rodríguez: el autor de La cumparsita (1992), su tío
abuelo siempre reivindicó su intención original. “La cumparsita nació
sin letra, y así debió haber seguido, pero no tuve otro remedio”, cuenta
Infantozzi Durán que decía.
Además
de haber inaugurado el registro de obras de SADAIC (Sociedad Argentina de
Autores y Compositores), todo indica que La cumparsita es una de las
piezas que más recauda. “Está entre las composiciones que más derechos de autor
percibe porque se la escucha en todo el mundo: ahora mismo, alguien está
escuchando La cumparsita en Nueva York, en Japón o en París, para difundir el tango”,
le contó Guillermo Ocampo, director general de SADAIC, a Clarín.
En Yo,
Matos..., Infantozzi Durán reproduce palabras que su tío abuelo le dijo
sobre su creación: “Creo que nunca pude hacer otro tango igual... Más adelante
compuse otros tangos y otras músicas, algunos quizá mejores que el primero.
Pero éste encierra un mundo de ilusiones y de tristezas, de sueños y de
nostalgias que sólo se viven a los veinte años. Fue un momento mágico. Y mágico
fue su destino. ¡Cuántos misterios en torno a él, cuántos pleitos! Ríos de
tinta y kilómetros de papel se ha utilizado para enaltecerlo o hacerlo
pedazos”.
Homero
Manzi, que investigó la obra completa de Matos -conformada por unos 70 tangos-
también opinó sobre la pieza. “La cumparsita es, acaso, uno de los fenómenos
musicales de nuestro arte popular... su éxito extraordinario se debe también,
en gran parte, a la colaboración espontánea y anónima de miles de intérpretes”.
Uno
de esos intérpretes fue Astor Piazzolla, quien no obstante, marcó la cancha a
su estilo: “El peor de todos los tangos escritos jamás... lo más espantosamente
pobre del mundo”.
Admiradores
y detractores aparte, esta pieza arrabalera que bailaron Fred Astaire (en Leven
anclas), Marilyn Monroe (en Una Eva y dos Adanes) y hasta Richard
Gere y Jennifer Lopez (en ¿Bailamos?), y cuya partitura quedó estampada
en una calle de San Gregorio de Polanco, Uruguay -mural de 82 metros de largo y
9 de ancho-, está presente en el inconsciente colectivo de cualquier
rioplatense. Si alcanza con salir a caminar un domingo por San Telmo o La Boca
para volver a escucharla.
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