La
ruta de la seda,
-aspectos
históricos culturales-
La Ruta de la seda estaba
estructurada por una red de rutas comerciales entre Europa y Asia que se
extendía entre Xian, en China, Antioquía y Constantinopla y que llegaba
hasta los reinos de la zona occidental de Europa.
Fue una de las grandes rutas
comerciales de tipo internacional e intercontinental de todos los tiempos, a
través de la cual se intercambiaron, no sólo productos de uso y consumo
(telas de lana o de lino, ámbar, marfil, laca, especias, vidrio, materiales manufacturados, coral,
y, especialmente, de lujo -como la seda, las piedras y metales preciosos- sino
también se produjo un intercambio de culturas: ideas, costumbres, idiomas,
pensamientos o religiones como el budismo o el islamismo, penetrando a través
de este tejido de caminos, también las doctrinas de Confucio, Mahoma y
Jesucristo
Este conjunto de caminos,
que antiguamente unía Asia con Europa, -no olvidemos su importancia
militar- estaba integrada por ciudades de China, Uzbekistán, (aquí destacamos
Tashkent, Samarcanda, Bujara y Jiva), Turkmenistán, Turquía, Irán e Irak.
El aspecto más importante
del entramado comercial de esta ruta es el papel de intermediarios que ejercían
los comerciantes islámicos. Éstos, conscientes de los beneficios
económicos que dejaba este trasiego comercial, no permitieron la entrada de
comerciantes europeos o asiáticos en la ruta, convirtiéndose en los elementos
que hacían funcionar el sistema. Las caravanas procedentes de Siria y
Mesopotamia cruzaban todo el continente asiático para adquirir -a bajo precio-
los productos que después venderían a precios desorbitados a los comerciantes o
intermediarios europeos. Para ello, las caravanas hacían uso de una red de
albergues llamados caravanzarays para
pernoctar, protegerse y proveerse.
Por un lado el Islam -“el
gran agente comercial de la ruta de la seda”- se enriqueció y estructuró
con diversos monopolios comerciales la base de su economía de forma
desproporcionada, haciendo dependiente a Europa de un conjunto de
productos insustituibles por los que se pagaron ingentes cantidades de dinero.
Durante mucho tiempo no hubo vías ni productos alternativos que rompieran la
monopolización islámica.
Rutas comerciales e
inmensos corredores de transporte diseñaron este magno espacio económico
estructurado en un inmenso tejido de intercambios (culturales, religiosos y
económicos) que comenzaban en China y terminaban en Roma, desde mediados del
siglo II a de C. hasta finales del siglo XV, en que fue posible encontrar
nuevos caminos para el comercio en el mar: caminos más baratos, seguros y más
abiertos a todas las direcciones. Desde entonces Asia central pasó a un segundo
plano neoeconómico con poco atractivo
para tales menesteres.
Los eslabones más
sólidos de esta cadena eran los que enlazaban a Turquía con Siria, a
Irak con Persia, al Cáucaso con las fronteras de la India y China. Los
centros comerciales en los que se realizaban las primeras y las últimas
transacciones, dependiendo si se avanzaba hacia Changan (actual Xian), en
China, o hacia el Caspio.
Eran las ciudades próximas
al valle de Fergana (Fergana es la región más fértil y poblada de toda
el Asia Central, atravesada por los ríos Naryn y Kara Darya), entre las que
destacamos las anteriormente mencionadas Bujara, Jiva y Samarcanda,
las que tuvieron un protagonismo importante en esta ruta de la seda. O también
las situadas en el inhóspito desierto de Tala-Makan, comoKashgar, Yarkant y
Hotan, en las que por imperativo del clima los comerciantes se tenían que
detener obligatoriamente.
Los tres caminos principales
que se estructuraron fueron los siguientes: La ruta más meridional, que circulaba por el sur del
mar Caspio; otra ruta que venía desde
Rusia por el Volga y el Caspio y la
vía intermedia que cruzaba los mares Negro y Caspio prosiguiendo hasta
Bujara y Samarcanda.
Los recorridos de las
caravanas eran casi siempre los mismos y predominaban los de cercanías, es
decir cada transportista se especializaba en determinados trayectos hasta
enlazar con otros que llenaban la ruta siguiente diseñándose así el tejido
comercial.
Varios ingredientes fueron
necesarios para que progresaran los intercambios y las relaciones comerciales:
la validez de los contratos, la estabilidad política, el lucro, la prosperidad
del comercio y la demanda de los productos comercializados.
China exportaba seda,
cerámica, jade, objetos de bronce y pieles que cambiaban por los procedentes de
Ucrania y el Cáucaso. A Xian llegaban diversos productos agrícolas desconocidos
hasta entonces: uvas, el vino, la alfalfa, cristalerías de Venecia, pieles,
marfil, oro, piedras y metales preciosos, como he indicado anteriormente.
Como ya se ha apuntado
anteriormente, a partir del siglo XV, con el auge de la navegación y las nuevas
rutas marítimas comerciales, así como el apogeo de los Imperios árabe, mongol y
turco, fue languideciendo lentamente la
importancia de la Ruta de la Seda como principal arteria comercial entre
Oriente y Occidente, y algunas de las más florecientes e imponentes ciudades a
lo largo de su recorrido fueron perdiendo importancia e influencia.
Un país vamos a destacar en
esta ruta de la seda: Uzbekistán. Un espacio geográfico de sol y desiertos, pero también de valles fértiles
y antiguas ciudades. El origen de sus ciudades se remonta al imperio Persa,
cuando los antiguos pueblos nómadas comenzaron a asentarse en sus bellísimas
ciudades de Samarcanda, Bajara o Jiva (patrimonio de la Humanidad).
Estas ciudades fueron un punto de paso obligado para los comerciantes que
recorrían la Ruta de la Seda. Su importancia se percibe en la belleza de
sus monumentos, de estilo islámico como los abundantes minaretes, mausoleos,
madrazas y mezquitas, especialmente durante la época de Tamerlán y sus
sucesores.
Revista La Alcazaba. España
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