La Habana que no vio Obama
Javier Molina
Enviado Especial a La HabanaABC Madrid
Obama aterrizó en Cuba y lanzó su mensaje. Adentro del Palacio de la Revolución,
mientras los acordes estadounidenses sonaban, muchos cubanos contenían la
respiración. Afuera, con media ciudad cortada y literalmente colapsada, todo lo
que iba mal ha ido a peor. Y los gritos, las protestas y las quejas se
multiplicaban minuto a minuto. «La Habana sigue igual o peor», se quejaban
taxistas y viandantes en La Habana Vieja.
«Este
infierno, esta atrocidad, es culpa toda de Obama», exclama el taxista cuando,
por tercera vez en cinco minutos, le indican que la calle está cortada. Lo que
desde hace días era entusiasmo y preparativos de bienvenida se ha convertido de
pronto en una pesadilla. La Habana, ciudad de por sí difícil para trasladarse debido a
las estrechas callejuelas del centro, a los agujeros y desconchones de las
carreteras y a la ausencia de un transporte público eficaz, es hoy un laberinto
de calles cortadas al que se ayer se sumó el chaparrón caribeño. Primero fueron
las calles de La Habana Vieja, ahora es toda la ciudad. En cada esquina se
escuchan pitidos e imprecaciones caribeñas de gente que discute con policías
mientras el agua va inundando las maltrechas aceras. «Todo merece la pena si
nos llega el cambio», afirma Yoseli, una vecina de Centro Habana, un barrio
céntrico pero especialmente abandonado.
Pero no todo
es cambio e ilusión en la capital cubana. Saliendo del circuito turístico
habitual, uno encuentra los mismos barrios míseros, las casas absolutamente
ruinosas, las calles oscuras y destrozadas y el mismo ambiente de decadencia y
abandono que lleva reinando décadas en la capital cubana.
No hace falta
recorrer los barrios pobres de la periferia (Playa, al oeste, y Regla, en la
costa este de la bahía, sufren un abandono absoluto), basta con salir del
centro de La Habana Vieja -cuyas cinco plazas empiezan a exhibir el esplendor
colonial de antaño- para toparse con edificios completamente en ruinas,
fachadas que se sostienen con tablones de madera y calzadas que parecen haber
sobrevivido a un seísmo.
Uno de los
principales problemas de los habaneros es el desabastecimiento. «Un día no hay
leche, al otro no hay huevos, el agua falla constantemente», cuenta Yaris, una
vecina del barrio de Cerro, al sur de la Plaza de la Revolución. «Por las noches, el suministro de agua se
corta y si tienes la mala suerte de llegar tarde del trabajo no puedes ni
ducharte», añade la vecina. En las inmediaciones del barrio no hay ninguna
tienda a la vista. Para comprar agua o pan los vecinos tienen que hacer largos
y penosos recorridos hasta encontrar un supermercado abierto. También tienen
problemas para trasladarse; las llamadas «maquinas» o «carros americanos», son
enormes automóviles individuales que los cubanos usan para viajar desde las
afueras hasta el Capitolio, punto neurálgico de la ciudad. En ellos pueden
verse hasta nueve cubanos apretujados. «Es la única forma de llegar a la
ciudad», cuenta Hugo, vecino del Vedado. «Nos cobran unos pocos pesos cubanos,
mientras que los taxis turísticos cuestan cinco CUCs, es decir cinco dólares. Solo con un viaje gastaríamos el
sueldo de un mes».
Ese es otro de
los problemas económicos a solucionar: la sempiterna dualidad económica. La presencia
de una moneda para uso ciudadano popular (los pesos cubanos) y otra para el
turismo y las clases altas (los pesos convertibles en dólares), genera una
desigualdad insalvable. Un CUC equivale a 24 pesos cubanos y el salario medio
rara vez llega a los 20 CUCs, unos
300 pesos cubanos. Los productos de primera necesidad como alimentos, medicinas
y productos higiénicos se compran con pesos y son accesibles a todo el mundo,
siempre que los haya, pero cualquier otra cosa, como ir a comer a un
restaurante o tomarse una cerveza en un pub, se cobra con pesos convertibles
(dólares), es decir resulta carísimo para el cubano medio.
Hay, por
supuesto, posiciones privilegiadas. Quien se dedica al turismo puede conseguir
fácilmente 1.000 CUCs mensuales, entre propinas y comisiones extra. También los
médicos y los militares ganan más: los primeros por ser una profesión
importante (llegan a ganar 1.500 CUCs) y los segundos por estar cerca del poder
(su sueldo es indefinido,pero gozan de privilegios).
Los
privilegiados
¿Pero es que
existen cubanos de clase alta en una sociedad comunista? Existen, aunque muchos
de ellos suelen confundirse con el turista. Cuando uno entra en la discoteca
Sarao, del barrio Vedado (al oeste de La Habana), encuentra gente de piel clara
vestida a la última, con zapatillas de marca Nike, camisetas de diseño, gafas
Rayban y pantalones Levis. Consumen copas sin parar y tienen acceso privado a
internet en sus celulares (un servicio casi imposible de conseguir en Cuba). Al
principio puede pensarse que son turistas españoles o italianos, pero cuando
uno habla con ellos el acento no deja lugar a dudas: son cubanos de clase alta
que emulan la vestimenta y el estilo de los hipsters
europeos. En el Sarao las copas valen cinco dólares y los cócteles siete y no
se escucha salsa ni cumbia, sino reggeton
y música de Enrique Iglesias. «Aquí tienes a la élite cubana», me dice
Leonardo, taxista del barrio. «Hijos de militares y funcionarios. Lo que
ustedes llaman, los pijos».
«Nosotros no
somos ricos, somos sólo cubanos modernos», cuenta Aire, una chica con pechos
operados y vestido ceñido que baila reguetón
en el Sarao. «No tenemos nada que ver con esos elementos de Centro Habana».
Cuando dice “elementos”, se refiere a los afrocubanos que pululan por las
calles de Centro Habana (entre el Vedado y La Habana Vieja), una zona
desastrada y repleta de prostitución y de locales de salsa en los que aún se ve
la triste imagen de un turista vicioso y envejecido besándose con una joven y
esbelta mulata. «Me asqueo solo de pasar por allí», sentencia Aire tapándose la
nariz.
Hay un detalle
nuevo que llama bastante la atención: en ciertas esquinas se congregan docenas
de jóvenes que miran a sus teléfonos móviles con pasmosa atención y enganche.
Se trata de zonas de wifi en las que,
por dos o tres CUC (el equivalente cubano de los dólares) consiguen conectar
sus aparatos y asomarse al mundo.
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