La muerte del Rey de los Campos de Cuba
Jorge Oller Oller
(Manuel
García, Rey de los campos de Cuba. Grabado de un retrato hecho en el estudio de
Antonio J. Estévanez en Cayo Hueso, 1887).
El bandolero más
famoso de la época colonial fue sin lugar a dudas Manuel García, conocido como
el “Rey de los campos de Cuba”. Según cuentan fue un “Robin Hood” criollo que
robaba a los ricos para socorrer a los campesinos pobres y burló a cuantos
Generales españoles trataron de capturarlo. El 24 de febrero de 1895,
Manuel García y unos cuarenta hombres bajo su mando, debían incorporarse a las
fuerzas cubanas de Juan Gualberto Gómez y
Antonio López Coloma en el poblado matancero de Ibarra, para iniciar la
Guerra de Independencia. No llegaron. En circunstancias no esclarecidas, Manuel
García fue asesinado después de avituallar a su tropa en la tienda de Ceiba
Mocha.
Manuel García y Ponce de León nació en la finca Guayacán del
poblado de Alacranes el 1ro. de
febrero de 1851. Era hijo de un matrimonio campesino pobre procedente de
las Islas Canarias. Aprendió a leer y escribir y se aficionó a las peleas de
gallos y al juego de naipes gracias a la influencia que ejerciera en él
su amigo Tomás, un muchacho hijo de esclavos, pendenciero y audaz. Un día,
jugando a las cartas con unos desconocidos en un bohío apartado y convertido en
garito, Tomás se dio cuenta que les hacían trampas y en la bronca que se armó mató a uno de ellos a
machetazos y huyó. Manuel García no le vería más pero le dejó inculcado ese
espíritu aventurero, valiente y decidido que le acompañó toda su vida. Cuando
murió el padre, madre e hijo buscaron fortuna en La Habana y Bejucal, antes de establecerse
en Quivicán, dedicándose a las labores del campo.
Manuel García se convirtió en un laborioso agricultor. Conoció a
la joven Rosario Vázquez a quien todos conocían como Charito y se casaron. En
un guateque pueblerino, el alcalde se obstinó en bailar con Charito. Ella se
negó y él la humilló. Manuel abofeteó al regidor y lo retó a un duelo a
machetazos, pero el acobardado funcionario, se escudó en su autoridad y lo
envió a la cárcel por un tiempo. Unas semanas después de ser liberado, Manuel García
fue a ver a su madre que ahora vivía con
José García Gallardo, un rico hacendado de la zona; llegó en los momentos en
que ella era brutalmente golpeada por el amante. Lleno de rabia y venganza sacó
su afilado machete y lo hirió de gravedad.
Para no ir de nuevo a la cárcel huyó y se unió a la banda de Perico Torres, un
conocido bandolero que merodeaba por las zonas de Güines, Quivicán y Bejucal, e
incluso, atrevidamente, incursionaba también en la ciudad de Matanzas.
Después de estar un tiempo en la partida de Perico decidió
formar su propia cuadrilla. Tenía veinticuatro años y muy pronto se hizo famoso
por sus audaces asaltos y secuestros de personas adineradas.
Eludió cuantas celadas le tendieron las fuerzas coloniales gracias a la
protección que le brindaron los guajiros. Estos le avisaban de la proximidad de
los guardias civiles, lo ocultaban en cuevas y montes y le procuraban
alimentos y pertrechos. Esta ayuda franca de la gente del
campo era motivada porque Manuel García no olvidó su esencia guajira, ni
el rudo trabajar de la tierra, ni las miserias vividas, ni los abusos de las
autoridades.
Con el botín que obtenía en sus andanzas alivió muchos
sufrimientos de las familias pobres de la llanura Habana-Matanzas-Santa
Clara que lo aclamaban como el Rey de los Campos de Cuba. El titulo le gustó y
lo calzó en su firma cuando enviaba las misivas de rescate, exigencias de
dinero o en mensajes a la prensa.
Terminadas la Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita,
muchos patriotas marcharon a otros países para reorganizarse y continuar la
lucha por la independencia y libertad de Cuba.
También salieron algunos jefes de bandas y Manuel García lo haría en compañía
de su esposa en 1885, instalándose en Cayo Hueso. Trabajó en la tabaquería de Eduardo Hidalgo Gato y se integró
al Club Patriótico Cubano aprendiendo de las experiencias de los hombres
que durante diez años defendieron sus ideales en los campos de batalla.
En ese ambiente de patriotismo, unido a
sus ardientes deseos de regresar a Cuba, no tuvo inconveniente en enrolarse a
una pequeña expedición organizada por el brigadier Juan Fernández Ruz, con el propósito de crear las condiciones
necesarias para la guerra libertadora que se gestaba. En septiembre
de 1887, Manuel García con los grados de comandante conferidos por el
brigadier, abordó, junto con tres combatientes más, un pequeño velero de pesca
que los llevó a Puerto Escondido, en la
costa norte de Matanzas.
De nuevo en las antiguas zonas donde operaba, reagrupó a su
cuadrilla y la armó con los llamados rifles “relámpago”, filosos machetes
Colling, revólveres Smith y cuchillos de monta. Cada uno de sus doce hombres
cargaba también cincuenta cartuchos, mantas y hamacas y cabalgaban en
briosos caballos con elegantes monturas mejicanas.
Tal como se lo ordenaron, contactó y colaboró con los jefes de
los grupos revolucionarios de La Habana y Matanzas, buscó lugares
propicios para desembarcar expediciones y refugios seguros, fustigó a patrullas
españolas y organizó entre los guajiros un sistema de información que permitía
conocer y transmitir los movimientos de las tropas españolas. Como los días pasaban y los jefes
mambises necesitaban más tiempo y recursos para preparar y comenzar la lucha,
Manuel García volvió a su antiguo oficio de bandolero para sostenerse y
contribuir a la causa de la libertad.
En los años siguientes y durante la “época de zafra”, el famoso
bandolero amenazaba a los hacendados con quemar sus campos de caña si no le
pagaban algún dinero, mientras que el llamado “tiempo muerto”, lo
dedicaba a secuestrar ricos para obtener rescate. Parte de estos dineros lo
entregaba al General Julio Sanguily y otros jefes de La Habana y Matanzas para
comprar armas.
En el mes de diciembre de 1894, Manuel García realizó el
secuestro más importante de todos los que había realizado hasta
entonces. Bien trajeado con un uniforme de oficial español y acompañado
de uno de sus hombres disfrazado de sargento, fue a la casa de vivienda del ingenio El Carmen,
cerca de Jaruco, para secuestrar, nada menos, que a Don
Rafael Fernández de Castro y Castro, Gobernador Civil de la provincia de La Habana y Diputado por la Isla de Cuba
a las Cortes Españolas. Como el político no se encontraba allí, Manuel García
se llevó a su hermano Antoñico.
La Familia Fernández de Castro pagó la fabulosa suma de ocho mil
pesos en monedas de oro por su rescate. Cuando fue liberado, el Gobernador
Civil ofreció la tentadora recompensa de 20,000 pesos oro por la cabeza del Rey
de los Campos de Cuba. La prensa de la época destacó tanto el secuestro como
las increíbles sumas de dinero que se manejaron para el rescate y la
recompensa.
Todo el oro que recibió Manuel García de éste rescate lo envió a
Juan Gualberto Gómez, delegado en Cuba del Partido Revolucionario Cubano, quien
inmediatamente le escribió a José Martí para que determinara el destino de ese
dinero. Martí le ordenó que lo devolviera inmediatamente y argumentaba:. “La
Revolución solicita el concurso de todos los cubanos; Manuel García es un
cubano; si mañana, pronunciado el movimiento, él se incorpora a las filas
cubanas, allá será lo que sus hechos y merecimientos le permitan que sea,
al igual que cualquiera de los creadores y fundadores de la Patria; pero con su
vida actual nosotros no tenemos conexión.
Manuel García respetó la decisión de Marti y sin ningún
resentimiento acató la orden de Juan Gualberto Gómez y Antonio López Coloma de unirse a
las fuerzas que se concentrarían en
el pueblo de Ibarra, uno de los lugares previstos para el levantamiento
independentista en la provincia de Matanzas, el 24 de febrero de 1895. Le
aguardaba el nombramiento de Jefe de la escolta del General Pedro Betancourt,
jefe militar de la provincia de Matanzas.
El día 23, en el poblado de Ceborucal, Manuel García se alzó con
unos cuarenta hombres y emprendió la marcha rumbo a Ibarra dando vivas a Cuba
libre. Alrededor de las ocho de la noche llegó a Ceiba Mocha e hizo un alto en
la tienda del pueblo para abastecerse y, en nombre de la República de Cuba, le
pidió al dueño, José Fraguera, dinero y las provisiones necesarias para
sus hombres. El Rey de los campos de Cuba le extendió a Fraguera un recibo por
los 90 centenes, 3 luises y 60 pesos plata que le entregó.
Cuando se disponían a continuar viaje, llegaban el sacristán de
la iglesia de Jaruco Felipe Díaz de la Paz y el guardia civil del mismo pueblo
Vicente Pérez, para tomar unas cervezas en la tienda. Comenzó un tiroteo. El
guardia fue herido y huyó, pero el sacristán, que también estaba armado,
disparó sin tino sobre el grupo cubano alcanzando a Manuel García, quien
cayó muerto del caballo. El mulato José Plasencia, al ver a su jefe en el
suelo y ensangrentado saltó sobre el acólito y lo mató a machetazos. Esta
es la versión más difundida y que, con los estilos y talentos propios de cada
periodista, publicaron los principales diarios en aquellos días.
Otros periódicos informaron que su muerte ocurrió al
disparársele accidentalmente el arma que portaba, o que cayó en un
enfrentamiento con las fuerzas españolas aunque no hubo ninguna confirmación de
combates en la zona.
Sin embargo, los testimonios de algunos alzados, que fueron
recogidos posteriormente por los periodistas Eduardo Varela Zequeira, Álvaro de
la Iglesia y otros más, coinciden en cuanto al alzamiento en Seborucal, el
abastecimiento de la partida en Ceiba Mocha y el tiroteo en que resultó herido
el guardia civil y muerto el sacristán de Jaruco. Pero afirman que todos los
alzados salieron ilesos, incluyendo a su jefe que ordenó la marcha hacía
Ibarra.
Como era su costumbre, Manuel García después de cabalgar un
rato, se adelantó con dos de sus prácticos - Fidel Fundora y Alfredo Ponce -
para reconocer la zona y evitar ser sorprendidos. Mientras la tropa marchaba
al paso, los tres avanzados se perdieron en el camino. Unos minutos después se
escuchó un disparo de fusil y después otros. Todos corrieron en zafarrancho de
combate hacia el lugar y encontraron a Manuel García agonizando y un poco más
adelante a Alfredo Ponce.
Fidel Fundora había desaparecido y también las bolsas de dinero
y la documentación que llevaba Manuel García en sus alforjas. Era
evidente que el Rey de los Campos de Cuba había sido asesinado por la codicia y
la traición de uno de sus hombres.
Los alzados estaban desconcertados, muerto el jefe se
dispersaron, dejando abandonado el cadáver a la orilla del camino. Unas horas
después una patrulla española lo halló llevándolo al Cementerio de Ceiba Mocha
donde fue reconocido y exhibido. El reportero de La Discusión, Eduardo
Varela Zequeira, y el fotógrafo de La Caricatura, Higinio
Martínez, fueron los primeros periodistas en llegar y telegrafiar la
noticia. El cuerpo de Manuel García fue enterrado en el cementerio, y meses
después su amigo Luís Mouriño exhum’o los restos secretamente y los
guardó en la Finca La Julia.
Con el tiempo, el nombre de Fidel Fundora se fue relacionando
con la recompensa que ofreciera el Gobernador de La Habana Rafael Fernández de
Castro. También con la amistad de alguno de los conocidos patriotas que
recibieron dineros de Manuel García para comprar armas y lo derrocharon
en juergas y juegos.
En la colonia, la prensa españolista distorsionaba cuanto hacia
por la revolución como crímenes de un despiadado bandolero que aterrorizaba las
llanuras matanceras. En la Republica, fue el protagonista romántico y
justiciero del cine, series radiales, folletines, postalitas y novelas:
idolatrado por lo niños, soñado por quinceañeras y héroe de todos
Pero ni los exagerados titulares de los diarios sensacionalistas
coloniales, ni la imagen novelera divulgada en la Republica ofrecieron la
verdadera imagen de este campesino que, obligado por los abusos de las
autoridades y los poderosos, se alzó en los campos como bandolero y, al llamado
mambi, abrazó su causa por la cual luchó y murió.
El 24 de febrero del 2000, fueron colocados los restos de Manuel
García en el panteón que fue construido en el cementerio de Ceiba Mocha para
perpetuar su memoria. Alli se recordó la verdadera historia de su vida y
su aporte a la libertad de Cuba.
Fuentes:
Eduardo
Várela Zequeira: Entrevista a Manuel García diario La Discusión 1 de febrero de
1895Periódico La Caricatura 3 marzo de 1895
Alvaro de la Iglesia: Manuel García, rey de los campos de Cuba: su vida y sus hechos. Imprenta La Comercial, 1895
Juan Gualbeto Gómez “Algunos preliminares de la revolución de 1895” Conferencia ofrecida en el Ateneo de la Habana en 1913
Eduardo Zamacois: revista Nuevo Mundo, Madrid, 18 de marzo de 1919
Gerardo Castellanos: Paseos efímeros, Editorial Hermes, La Habana 1930 pp 32-34
El primer largometraje cubano sonoro se filmo en 1913, bajo el titulo Manuel Garcia, el rey de los campos de Cuba, dirigido por Peon.
ResponderEliminarMarlene M.