El
Rastro de Madrid
La
tradición popular cuenta que la denominación de “El Rastro” tiene que ver con
los mataderos que se ubicaban en la plaza del General Vara de Rey y los
curtidores que se instalaron en Ribera de Curtidores durante sus orígenes, en
el siglo XV y XVI.
Cuando Felipe II estableció su Corte en Madrid, en el año 1561,
la villa no alcanzaba los cien mil habitantes. Desde finales de aquel siglo
XVI, las principales calles y plazas de Madrid se vieron invadidas por baratillos
(mercados públicos) donde los ropavejeros vendían ropa usada, siendo la
Plaza mayor y la Puerta del Sol los lugares favoritos. Esto dio lugar a la persecución por las autoridades de los baratillos,
y buhoneros, que se extendió hasta bien entrado el siglo XVIII.
Con el paso del tiempo estas prohibiciones
fueron debilitándose. De todos los barrios, el de Lavapiés era el más poblado y con mayor industria. Se
sabe que era zona de mataderos
y que en sus aledaños se realizaban tareas relacionadas con el curtido de las
pieles. Estas actividades quedaron reflejadas en el callejero madrileño: calles
del Carnero, Cabestreros, Ribera de Curtidores… Y empieza a surgir el nombre de
“El Rastro” porque al transportar arrastrando
las reses, ya muertas y aún sin desollar desde el matadero cercano al
Manzanares hasta las curtidurías, se dejaba un rastro de sangre
aumentado por el desnivel de Ribera de Curtidores.
El
Rastro, tal y como lo conocemos hoy en día, con la venta de productos de todo
tipo, se remonta al siglo XIX. Mesonero Romanos describe en su obra «El
antiguo Madrid» (1861) que ya entonces se vendían allí «utensilios, muebles,
ropas y cachivaches averiados por el tiempo, castigados por la fortuna o
sustraídos por el ingenio a sus legítimos dueños». Al lugar, acudían, según el
escritor «clases desvalidas, los jornaleros y artesanos».
El último capítulo de su pasado truculento, la
tradicional matanza del cerdo (en los
meses de invierno), continuó realizándose junto al Rastro hasta a comienzos del siglo XX, cuando se
inauguró el nuevo matadero de paseo de la Chopera junto al río Manzanaresl en el
año 1928.
A pesar de la eclosión a lo largo del siglo XX
de las tiendas comerciales y de los Grandes Almacenes, el Rastro continuó
creciendo aportando nuevas mercancías y atracciones: músicos callejeros,
organilleros y pianos am- bulantes, titiriteros o prestidigitadores. Las tabernas y las tascas
rodean el Rastro, proporcionando sus servicios a los visitantes.
En las tres primeras décadas del siglo XX, el
Rastro se extendió por diversas calles adyacentes y atrajo la mirada de
intelectuales, artistas y escritores.
En 1902 el soldado Eloy Gonzalo fue declarado
héroe del asedio de Cascorro en Cuba. Se
levanto una estatua en su honor en la Plaza del Rastro, que a partir de
entonces adopta el nombre popular de Plaza de Cascorro En 1928
los dos mataderos de la zona fueron trasladados al nuevo Matadero
Municipal de Madrid, en el barrio de Legazpi. Lo que
se ganó en salubridad se perdió en casticismo.
Durante la Guerra civil la cercanía del Rastro
al frente de Madrid no supuso sin
embargo un cese real de actividades. Tampoco el periodo posterior. En los
años setenta se incremen- tan y estimulan sus actividades.
Hasta que, en 1998, el Ayuntamiento madrileño empieza a reducir y controlar su
expansión por las calles adyacentes.
El Rastro en el siglo
XXI posee una regulación municipal establecida en el año 2000 Esta regulación permite al Ayuntamiento de
Madrid controlar el número de puestos, el tamaño de los tinglados, lo que puede
venderse, y las calles donde puede celebrarse. Está prohibida la venta de
animales vivos y alimentos en puestos callejeros.
Reproducido de abc.es
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