Nelson in love:
las cartas a Lady Hamiton
Jesús García Calero
La de Horatio Nelson y Emma Hamilton es una de las historias
románticas más conocidas de la historia. Él, egregio marino y héroe nacional inglés, ya antes de
Trafalgar tras sus victorias en el Nilo (1798) y Copenhague(1801)
estaba casado con Frances Nesbit, la pobre Fanny a la que, sin embargo Nelson
siempre quiso, aunque le aburría y su matrimonio fue un estrepitoso fracaso.
Porque la pasión que sintió por Emma,
esposa del embajador británico en Nápoles, entró en su vida como
un volcán, para quedarse. Lady Hamilton era fascinante, bella y divertida.
Había triunfado en sociedad al inventar un postureo mitológico, disfrazándose
de figuras del pasado y tratando de gesticular hasta que un público noble
propio de los mejores salones europeos, adivinaba a quién estaba representando
o de quién se trataba. Ariadna, Cassandra, una bacante… Era el juego perfecto
para enamorar y ser pintada, como tantas veces lo fue por George Romney, de
quien fue musa total.
«No puedo comer ni dormir pensando en ti, mi amor más querido, yo
nunca toco ni el postre. Ayer por la noche no hice nada más que soñar contigo y
me desperté 20 veces en la noche. En uno de mis sueños pensé que estaba en una
mesa grande, no estabas presente, sentado entre una princesa que detesto y otra
persona. Ambas intentaron seducirme y la primera deseaba tomarse conmigo esas
libertades que ninguna mujer en este mundo se tomó y tú siempre. Entonces entraste y abrazándome susurraste ‘a nada amo
salvo a ti, mi Nelson. Te besé fervientemente y disfrutamos la cima del amor.»
Así es la intimidad de sus cartas de amor.
Pero en 1804, apenas un año y medio antes de vencer y morir en
Trafalgar el gran marino inglés vivía momentos angustiosos: llevaba sin ver a
su amada, ni a Horatia, la hija que ambos habían tenido, demasiado tiempo, y el
servicio se le hacía cada día más difícil. «No estoy bien: debería descansar unos meses,
incluso si la patria me necesita, algo que no creo», escribe en julio de 1804. No dudaba en expresarlo e incluso
pedir el relevo.
Tras la batalla del Cabo de Santa María, España e Inglaterra entran en guerra. El 23
de noviembre, Nelson escribe a Emma: «Como todas las comunicaciones con
España se han cortado, solo puedo esperar saber de mi muy querida Emma por el
lentísimo correo de los barcos del Almirantazgo. Y hace más de dos meses que
John Bull partió. Algo debe haber ocurrido, porque no me tendrían tanto tiempo
a oscuras.»
Pronto recibe nuevas: «Tengo todo el Mediterráneo asignado como lugar
de trabajo» y se lamenta que “si tuviera tropas a mi disposición en Malta, en
Menorca ya estaría ondeando la bandera inglesa”. Pero sigue quejándose: «¿Dónde
está mi relevo? Ya no me sorprende lo más mínimo que no llegue. Una guerra con
España debería haber acelerado las cosas. Pero creo que los ministros ni
se imaginan que quiero dejar el servicio. Toda mi vida da pruebas de lo
contrario. Y si me lo negasen ahora seguramente dejaré este destino en marzo o
abril. Porque tengo que descansar unos meses y pronto. Si termino en la tumba
¿qué son para mí las minas de Perú? Pero para ser sincero, no tengo idea ni ganas de morir. Debo
servir con primor al Estado. Pero mi tos es fatal y el costado en el que me
golpeé el pasado 14 de febrero está muy hinchado. A veces me sale un bulto provocado por la tos
violenta, tan grande como mi puño. Pero creo que mis pulmones están
bien…»
La situación del amante, hastiado y enfermo, sin posibilidad de
comunicarse a menudo es comprensible. Aun así le dice a Emma: “Solo tengo que rogarte que no creas ningún
rumor ocioso sobre batallas ni nada”
Pasan los meses. Nelson sigue
embarcado. No se producen cambios en su desesperanza. Sueña con una vida
diferente, con el retiro. A veces fantasea con volver a Merton, con Emma
y Horatia, la hija de ambos. Llega marzo y aún no hay relevo. Las cosas del
Almirantazgo van despacio. El 9 de marzo de 1805 escribe: «Te
aseguro, Emma, que no hay nada más miserable, o infeliz, que tu pobre Nelson.
Desde el 19 de febrero hemos estado batiendo
desde Malta a las cercanías de Palma, frente a la que estoy fondeado ahora
mismo. El viento y el mar han sido tan malos, tan contrarios. Pero no
puedo hacer nada, y nadie en toda la flota puede sentir lo que yo. Para colmo
de males, el capitan Layman llegó ayer pero no en su bergantín, sino en un correo español, porque naufragó cerca de
Cádiz y perdió todos los despachos, las órdenes y las cartas. Entenderás
mi decepción. Es que desde el 2 de noviembre no he recibido una línea de
Inglaterra. Layman asegura que las cartas y documentos se hundieron, que nadie
las verá emerger; pero como no las arrojaron por la borda antes de que el barco chocase contra las rocas me da mucho
miedo que hayan caído en manos del enemigo.»
Para mayor desesperación, continúa: «Sé, mi querida Emma, que
quejarse sería en vano; pero ardo en deseos de reunirme con mis amigos
después de dos años de tan duro servicio. ¡Qué tiempo! Nunca habría imaginado posible estar tanto tiempo ausente, indispuesto e
incómodo en tantos aspectos. Sin embargo, calculo que si la flota
francesa no se hace a la mar este verano, volveré seguramente a mi querida Inglaterra y a mi miles de veces
más querido Merton. Que el cielo te bendiga, Emma mía».
En las cartas a Emma es habitual que Nelson se preocupe por la hija de ambos, Horatia. En Mayo de
1805, informa a Lady Hamilton de que ha pedido a la Sra. Gibson que cuide de
ella (por 20 libras al año) bajo la protección de Emma. Justo antes de la
batalla de Trafalgar, también escribió a su hija, para enviarle su bendición: “Mi
más querido Ángel, fui muy feliz por el placer de haber recibido tu carta de 19
de septiembre, y me hace feliz saber que eres tan buena niña y quieres
tanto a Lady Hamilton, cuyo amor por ti es máximo. Dale un beso de mi parte.
Las flotas combinadas del enemigo van a salir de Cádiz, según las informaciones
disponibles y por ello quiero contestar tu carta para decirte que estás en el
lugar más importante de mis pensamientos. Estoy seguro de que tus oraciones por
mi seguridad y pronto regreso a Merton junto a ti y nuestra querida Lady
Hamilton serán oídas. Sé una buena
chica, cumple lo que la señorita Connor te dice. Recibe, mi querida
Horatia, la afectuosa bendición paternal de tu padre,» Y firma como
siempre: Nelson and Bronte.
La última carta que Nelson envió a Emma antes de la batalla pone fin a esa relación epistolar de uno de
los amores más románticos de la historia. Escrita desde el Victory, dos días
antes de la batalla de Trafalgar, dice así: «Mi
amadísima Emma, la más querida amiga de mi corazón, la señal ha sido hecha de
que las flotas combinadas enemigas van a salir del puerto. Tenemos muy poco viento así que no tengo esperanzas de encontrarlos antes de
mañana. Que el Dios de las Batallas corone mis Esfuerzos con éxito en
todos los hechos Cuidaré de que mi nombre siempre el más querido para ti y para
Horatia a las que quiero tanto como a mi propia vida, y como mi última carta
antes de la batalla será para ti, espero en Dios que sobreviviré para escribir
el final de mi carta después de la”… [batalla]
El resto es conocido. Nelson
venció en Trafalgar y la batalla consolidó
el dominio inglés de los mares y, lo que es más importante, espantó para
siempre de Inglaterra los temores a una
invasión de Napoleón en las islas.
La muerte cercenó las
ansias del amante de reunirse con Lady Hamilton en Merton. Murió de un
disparo y su cadáver regresó a Londres dentro de un tonel para conservarlo
hasta uno de los funerales más impresionantes de la historia. Héroe nacional desde entonces, y un gran marino
para la historia universal.
A pesar de que mientras
permanecía herido, a punto de morir, expresó sus esperanzas de que alguien
cuidara de Emma, lo mismo que había tratado de hacer en sus cartas a Alexander
Davison, el destino burló su
voluntad heroica y Emma murió en la pobreza, alcoholizada, rechazada por la
sociedad, en total soledad, en 1815. La estricta moral de la sociedad
victoriana no reconoció el gran amor de Nelson y Lady Hamilton hasta pasadas
varias décadas. Pero aquellos corazones tienen en sus cartas el más fidedigno
retrato de la pasión que dio
sentido a sus vidas.
Editado de abc.es
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