Los regalos de
Obama
Andrés
Reynaldo
Si
ayer los demócratas cubanos estaban solos, hoy podemos conjeturar que vamos a
seguir muy solos. Quizás por un buen rato. El restablecimiento de relaciones
con Estados Unidos puede haber asegurado la transición dinástica de la
dictadura, que ya tiene posicionadas a su segunda y tercera generación en los
puestos de mando de la política y la economía. “¡Ahora sí que ganamos la
guerra!”, exclamó Raúl Castro ante la Asamblea Nacional parafraseando a Fidel
en otra lejana circunstancia. No tanto, Raúl, pero sí ganaste una importante
batalla.
Por
más de medio siglo, la renuencia de Estados Unidos a aceptar la dictadura
castrista marcó una posición condenatoria en la arena internacional. De esa
raya en la arena se aferró la oposición interna y externa frente a las
habituales indiferencia de Europa y el compadrazgo de la mayoría de los
gobiernos latinoamericanos. Un gesto político que servía de asidero moral. Esta
vez, una ola (parece que es la ola del olvido) ha borrado la raya. En el
momento de su decrepitud, los Castro reciben un segundo aire. Con las variantes
propias de la época, Washington les ayudará a convertirse en los Somoza.
Corridas
las cortinas, vemos el entramado. Más de año y medio de negociaciones
conducidas desde la parte estadounidense por gente con muy poco conocimiento y
mucho menos afecto por el pueblo cubano. En ese período Raúl definió el marco
protector de sus intereses. Una ley del embudo sobre las inversiones
extranjeras y la actividad privada que deja a la gente de a pie las desventuras
del cuentapropismo y promete a la élite la vida loca del capitalismo salvaje.
Todo lo demás es decorado.
El
modelo raulista es de una represiva perfección cleptocrática. Sus iguales no
están en las dictaduras colegiadas de China y Vietnam, ni siquiera en la
mafiosa Rusia de Putin, sino en las dinastías postcomunistas de Africa: Angola,
República del Congo, Guinea Ecuatorial, por citar. A diferencia de estas,
cuenta en su fase de arranque con una amplia red de agentes de influencia,
poderosos empresarios (algunos de ellos cubanoamericanos) y líderes
congresionales en Estados Unidos. Cuenta, además, con el empuje de una exótica
coalición: los grandes intereses de Washington y el ala izquierda del Partido
Demócrata. Unos lavan sus crímenes en nombre del progreso y otros en nombre de
la distensión.
Ninguneada
por el presidente Barack Obama, la oposición interna gana, eso sí, el beneficio
de la claridad total. Ya no puede llamarse a engaño. Todas las recetas que se
le proponen apuntan a facilitarle tiempo, dinero y prestigio a la dictadura.
Hasta la misma tesis de que Obama le ha hecho un regalo envenenado a Raúl es
una invitación a cruzarse de brazos. El tren de los cambios pasará de largo por
la estación del estado de derecho. No veo a General Motors, a Caterpillar y al
Chase amenazando con cerrar negocio por una pateadura a las Damas de Blanco.
En el
exilio, la categoría de los celebrantes no permite dudas de estar viviendo un
humillante y retrógrado punto de inflexión en nuestra historia, preñado de
desmemoria, deshonor y codicia. Con todo, merecemos sufrir el ruidoso ascenso
de esta comparsa de la esclavitud. Estamos enfermos del pusilánime prurito de
ser tolerantes frente a un mal radical. Por eso les dimos un sagrado lugar en
el debate y nos inhibimos de quebrar a sangre y fuego el diálogo con aquellos
que cortan orejas y arrancan lenguas. Hemos sido así de mansos y obtusos que
hoy son esos mercaderes de la reconciliación quienes se presentan ante el mundo
como los legítimos representantes de una “diáspora” ansiosa de complacer a los
verdugos de la nación.
A
propósito de la visita papal que nuestra Iglesia Católica le regaló a Fidel y
Raúl en marzo del 2012, el líder del Movimiento Cristiano Liberación, Oswaldo
Payá Sardiñas, alertó sobre la inminencia del Cambio Fraude. Un cambio sin
derechos para el pueblo, con la inserción de poderosos intereses que escamotean
la democracia y la soberanía. Ah, y con el concepto de una “oposición leal”,
salido del taller de trucaje de la brigada de respuesta laica del cardenal
Ortega. Cinco meses después, Payá fue asesinado. Triste hora para Cuba si al
hablar de la decencia, la justicia y la libertad, el eco de los muertos se oye
más alto que la voz de los vivos.
Reproducido
de El Nuevo Herald
¿Por qué insistimos en las frases hechas y las ideas repetidas hasta el aburrimiento? Espero que no sea porque no podemos entender otra cosa. Nos hemos declarado impotentes... que lo resuelvan otros. Decimos: "Allá utilizan la fuerza"; "Aquí todo está permitido pero nada se puede".
ResponderEliminarAdemás, anímicamente, estamos vacíos. Facta non verba.
www.gate.net/~joachim/